Andrés Neuman, El fin de la lectura, Santiago de Chile, Cuneta (2011)
http://www.editorialcuneta.com/plan-maestro/
El heredero, digo, porque desde luego que se puede afirmar sin temor a equivocarse que Andrés Neuman, al menos hasta el momento, es ese que ha tamizado y nutrido y bien rehecho la tradición boom sur-rioplatense, sobre todo el hilo onettiano-cortazariano-bolañista, como un bañista, y digo esto y pienso en esa pieza maestra incluida en esta selección de cuentos: "Alumbramiento", una delicia, el goce del que hablaba Roland Barthes, porque es texto de placer y de goce, tal y como lo define Barthes, el placer de sentarse a leer en el sillón con la manta y la taza de té y el goce de verse completamente desestabilizado, como si el suelo hubiese desaparecido junto a la manta y al té, y si nos fijamos bien hasta el sillón se ha desmaterializado, de modo que flotamos bien agarrados a las páginas, y no deje usted de leer que si mira allá abajo, aunque la niebla no permita distinguir si es valle, roca o río (ojalá que sea un río bien hondo me digo con la boca chica queriendo mirar aunque sin dejar de inmantar la vista a la letra de acero) y menos mal que me concentré y no miré y sobre todo no me solté, y por eso estoy acá cómodamente sentada escribiendo sobre cómo se vence el vértigo de la página neumaniana.
Hacia el final de esta selección de miniaturas, dirían los músicos, asistimos a un avance de nuevos textos y otras formas de practicar el vértigo en su propia escritura que resultan estimulantes, porque da la sensación de que su estilo se depura, se torna translúcido y limpio, deviene soplo de algo honesto y cierto.
Dejo aquí para el curioso una interesante entrevista a Roland Barthes del año 1973, cuando ni Neuman ni yo habíamos nacido. Desde luego que al título de la antología, El fin de la lectura (título a su vez de uno de sus cuentos), le iría mejor un vídeo de Blanchot, no lo discuto, y hasta se podrá pensar que utilizo a Andrés Neuman para hablar de Roland Barthes, y puede que sea cierto, aunque no creo que a Neuman le disguste.
O quizá sea mejor pensar que hablo de Andrés Neuman con la ayuda de Roland Barthes, por eso aprovecho para dejar otro vídeo del amante de las microformas (o las miniaturas), según confiesa él mismo, aunque Roland Barthes esté ya muerto.
http://cervantestv.es/2013/05/30/andres-neuman/
lunes, 23 de septiembre de 2013
lunes, 16 de septiembre de 2013
Aurora Venturini o el discurso art brut
Aurora Venturini, Las primas (2007), Barcelona, Caballo de Troya (2011)
http://www.megustaleer.com/ficha/ECT94562/las-primas
El arte redime, nos dice Aurora Venturini, y lo dice con suma gracia: la narradora es inútil para todo menos para pintar. Es de aquellas que toman el arte como refugio y también trampolín, como evasión y a la vez maquillaje. Es una de esas a las que se le pegan moscas que ayudan, es cierto, pero al tiempo chupan: la mosca se tranforma en mosquito y Yuna aprende a desconfiar.
La nouvelle es, sencillamente, fantástica: su prosa abunda en pistas por allí desparramadas ("Las ideas se me desparraman cuando intento decribirla, son tantas y tontas..."), el discurso de la boba da cuenta con transparencia de las ridículas convenciones humanas, a las que zambulle en una enorme laguna de sentido del humor, bastante naïf y bien negro. Pero además nos trae todo eso a la superficie ayudándose de su estilo narrativo, de su discurrir página a página. Describe el cómo y lo manifiesta, lo torna cristalino y mágico, es decir, consigue eso tan apreciado y del que solemos disfrutar como enanos: usar el estilo para mostrarnos aquello que pasa.
"Ya dije que por dentro de mi psiquis sabía detalles y formas, que era muy distinta a la boba de afuera que hablaba sin punto y coma porque si ponía punto o coma perdía la palabra hablada. A veces ponía punto o coma para respirar pero me convenía comunicarme de viva voz rápidamente para que me entendieran y evitar lagunas silenciosas que descubrían mi incapacidad de comunicación verbal porque al escucharme a mí misma me confundían los ruidos de adentro de la cabeza y el sibilante fluir de la palabra y quedaba boquiabierta pensando que existían palabras gordas y palabras flacas, palabras negras y blancas, palabras locas y criteriosas, palabras que dormían en los diccionarios y que nadie usaba. Aquí por ejemplo usé comas. Y puntos."
"[...] y digo repitiendo a quienes tengan ocasión de leerme y paciencia al mismo tiempo porque yo misma me oigo y si la palabra escrita es tan fatigantemente bobalicona como la hablada por mí hacia adentro, quien termine esta melopea absurda me maldecirá por el tiempo que le hice perder sin poder negar que no puede dejarme a un lado porque encontró entre mis estúpidas amarguras de amor y muerte muchas de las vividas por sí mismo o misma si se trata de una dama."
A Yuna, el arte y el diccionario consiguen trascenderla.
Y no hago más que preguntarme si aquella Yuna no será un poco (imposible no pensarlo, o al menos desearlo) una Aurora ilusionada y a la que ella misma hace, ficcionándolo, justicia merecida: porque la Aurora silenciada, la de la vida cotidiana, tuvo que esperarse a los ochenta años para ser correctamente publicada y distribuida.
Aunque ella escribía y escribía...
Dejo para el curioso un audio de uno de sus mejores capítulos, por gentileza de Biblioteca Parlante Haroldo Conti:
https://www.youtube.com/watch?v=TcRJHjhtqVI
http://www.megustaleer.com/ficha/ECT94562/las-primas
El arte redime, nos dice Aurora Venturini, y lo dice con suma gracia: la narradora es inútil para todo menos para pintar. Es de aquellas que toman el arte como refugio y también trampolín, como evasión y a la vez maquillaje. Es una de esas a las que se le pegan moscas que ayudan, es cierto, pero al tiempo chupan: la mosca se tranforma en mosquito y Yuna aprende a desconfiar.
La nouvelle es, sencillamente, fantástica: su prosa abunda en pistas por allí desparramadas ("Las ideas se me desparraman cuando intento decribirla, son tantas y tontas..."), el discurso de la boba da cuenta con transparencia de las ridículas convenciones humanas, a las que zambulle en una enorme laguna de sentido del humor, bastante naïf y bien negro. Pero además nos trae todo eso a la superficie ayudándose de su estilo narrativo, de su discurrir página a página. Describe el cómo y lo manifiesta, lo torna cristalino y mágico, es decir, consigue eso tan apreciado y del que solemos disfrutar como enanos: usar el estilo para mostrarnos aquello que pasa.
"Ya dije que por dentro de mi psiquis sabía detalles y formas, que era muy distinta a la boba de afuera que hablaba sin punto y coma porque si ponía punto o coma perdía la palabra hablada. A veces ponía punto o coma para respirar pero me convenía comunicarme de viva voz rápidamente para que me entendieran y evitar lagunas silenciosas que descubrían mi incapacidad de comunicación verbal porque al escucharme a mí misma me confundían los ruidos de adentro de la cabeza y el sibilante fluir de la palabra y quedaba boquiabierta pensando que existían palabras gordas y palabras flacas, palabras negras y blancas, palabras locas y criteriosas, palabras que dormían en los diccionarios y que nadie usaba. Aquí por ejemplo usé comas. Y puntos."
"[...] y digo repitiendo a quienes tengan ocasión de leerme y paciencia al mismo tiempo porque yo misma me oigo y si la palabra escrita es tan fatigantemente bobalicona como la hablada por mí hacia adentro, quien termine esta melopea absurda me maldecirá por el tiempo que le hice perder sin poder negar que no puede dejarme a un lado porque encontró entre mis estúpidas amarguras de amor y muerte muchas de las vividas por sí mismo o misma si se trata de una dama."
A Yuna, el arte y el diccionario consiguen trascenderla.
Y no hago más que preguntarme si aquella Yuna no será un poco (imposible no pensarlo, o al menos desearlo) una Aurora ilusionada y a la que ella misma hace, ficcionándolo, justicia merecida: porque la Aurora silenciada, la de la vida cotidiana, tuvo que esperarse a los ochenta años para ser correctamente publicada y distribuida.
Aunque ella escribía y escribía...
Dejo para el curioso un audio de uno de sus mejores capítulos, por gentileza de Biblioteca Parlante Haroldo Conti:
https://www.youtube.com/watch?v=TcRJHjhtqVI
lunes, 9 de septiembre de 2013
Antonin Artaud o la sabiduría del músculo
Antonin Artaud, Œuvres, París, Gallimard (2004)
http://www.gallimard.fr/Catalogue/GALLIMARD/Quarto/OEuvres9
http://www.gallimard.fr/Catalogue/GALLIMARD/Quarto/OEuvres9

La culpa de ello la tienen los órganos: esos tiranos cronometran las horas, mientras las fascinantes posibilidades de un cuerpo vacío y unitario quedan fuera del alcance humano.
Artaud se creía Jesucristo: él había venido al mundo para sublimar su cuerpo, para entregarlo en sacrificio y convertirlo en un signo. (Su cuerpo purificado.)
A la tradicional superioridad de la mente sobre el cuerpo, Artaud contesta con el lema de "los músculos en libertad".
Ce n'est qu'à force de purification et d'oublie que nous pourrons retrouver la pureté de nos réactions initiales et apprendre à redonner à chaque geste de théâtre son indispensable sens humain.
Hete aquí el Antonin Artaud de los órganos, de la crueldad (entendida como aquella violencia que uno ejerce sobre sí mismo, como por ejemplo —y esto se me ocurre ahora—, el caso de Keith Jarrett —recordemos que debido al esfuerzo y a la aplicación sistemática de la crueldad hacia sí mismo, es decir, la autoexigencia, sufrió un colapso o síndrome de fatiga crónica; además de que su performance tan orgánica puede relacionarse directamente con el teatro del cuerpo, con los fluidos de la improvisación acompañados por el cuerpo, como si tocara con el cuerpo entero, como si el lenguaje musical que traducen sus dedos vinieran directamente del músculo).
Hete aquí el Artaud que practica una poética del cuerpo, entendida como los impulsos del cuerpo, sus razones, su lenguaje (pero no como gestualidad sino como la capacidad del cuerpo en cuanto a sabiduría y en cuanto a la memoria del músculo y a su necesidad).
Asimismo, podríamos hablar de una poética de los órganos
o del lenguaje muscular (posiblemente esas glosolalias del final de su vida no son otra cosa que la traducción a palabras de ese lenguaje músculo-emocional), que nace de la sabiduría de la carne, de los fluidos del
cuerpo (y aquí la conexión con una posible poética de los fluidos en la
escritura de la mujer, ya desarrollado en
Hélène Cixous).
Eschuchad un rato, al menos, la conocidísima grabación del año 1947 Pour finir avec le jugement de Dieu:
Eschuchad un rato, al menos, la conocidísima grabación del año 1947 Pour finir avec le jugement de Dieu:
Antonin Artaud estaba loco. Aquí un parte:
Certificat de transfert pour Ville-Évrard du 22 février 1939
Syndrome délirant de structure paranoïde. Idées actives de persécution, d'empoisonnement, de dédoublement de la personnalité. Revendications multiples, graphorrée. Excitation psychique par intervalles. Toxicomanie ancienne. Puet être transféré.
Desde su juventud sentía que su mente se diluía y le enloquecía no poder controlar sus pensamientos. Por ello decidió desjerarquizar la dualidad mente/cuerpo y privilegiar la carne, por ello terminó por recorrer el camino inverso: el cuerpo dicta el lenguaje (Quand nous disons quelque chose, c'est elles que nous disons).
Quizá a través del cuerpo podría sentirse dueño de sí mismo.
lunes, 2 de septiembre de 2013
Del lector como exiliado
La temática sobre el escritor y el exilio es abundante; ahora recuerdo dos textos deliciosos: Múltiples moradas, de Claudio Guillén o Nosotros y los otros de Tzvetan Todorov. Pero ¿qué pasa si pensamos al lector desde el exilio?
¿Qué pasa si abordamos la lectura como una viaje, o mejor, como un haber viajado y haberse instalado en otro territorio (el texto), y desde allí, dentro del texto, entedemos el texto en sí (porque todas las claves del texto suelen estar dentro del texto, las pistas en el escenario del crimen, por usar una metáfora detectivesca), y no como suele hacerse, fuera del texto, frente al texto o, con mayor frecuencia aún, sobre el texto, por encima del texto (de esa manera podemos hablar del gusto, podemos enjuiciarlo según nuestros criterios: la novela me ha gustado, la novela no me gusta en absoluto)?
Porque todo escritor que practique la "literatura de izquierda", según la terminología de Damián Tabarovsky, es decir, la que "sabe que puede fracasar", dejará las pistas que evidencian los materiales con que la obra fue construida, y es ahí donde el lector rumiante debe indagar.
El rumiar se inmiscuye en el texto, no se enfrenta a él, se deja abrazar por el texto, transcurre rodeado por él y espera a comprenderlo, y, sobre todo, espera los disparos de ese texto: los que apuntan a sí mismo (sus claves) y los que apuntan a las tierras de donde venimos (ese nosotros: la tradición literaria en la que estamos inmersos, como lectores, como escritores).
De modo que el lector como exiliado.
Pero no como dijera Roland Barthes, en el sentido de alejado o desterrado o apartado; ni tampoco como sujeto que desea el texto (su objeto) y que se entrega al placer de ejecutarlo, sino como ese que vive y medio está asimilado en una tierra donde no ha nacido, que se ha diluido, que practica ese punto de vista anfibio, que es mitad lector-sujeto y mitad lector-objeto, es decir, que es deseado por el texto mismo, al que aceptamos, al que nos entregamos.
¿Qué pasa si abordamos la lectura como una viaje, o mejor, como un haber viajado y haberse instalado en otro territorio (el texto), y desde allí, dentro del texto, entedemos el texto en sí (porque todas las claves del texto suelen estar dentro del texto, las pistas en el escenario del crimen, por usar una metáfora detectivesca), y no como suele hacerse, fuera del texto, frente al texto o, con mayor frecuencia aún, sobre el texto, por encima del texto (de esa manera podemos hablar del gusto, podemos enjuiciarlo según nuestros criterios: la novela me ha gustado, la novela no me gusta en absoluto)?
Porque todo escritor que practique la "literatura de izquierda", según la terminología de Damián Tabarovsky, es decir, la que "sabe que puede fracasar", dejará las pistas que evidencian los materiales con que la obra fue construida, y es ahí donde el lector rumiante debe indagar.
El rumiar se inmiscuye en el texto, no se enfrenta a él, se deja abrazar por el texto, transcurre rodeado por él y espera a comprenderlo, y, sobre todo, espera los disparos de ese texto: los que apuntan a sí mismo (sus claves) y los que apuntan a las tierras de donde venimos (ese nosotros: la tradición literaria en la que estamos inmersos, como lectores, como escritores).
De modo que el lector como exiliado.
Pero no como dijera Roland Barthes, en el sentido de alejado o desterrado o apartado; ni tampoco como sujeto que desea el texto (su objeto) y que se entrega al placer de ejecutarlo, sino como ese que vive y medio está asimilado en una tierra donde no ha nacido, que se ha diluido, que practica ese punto de vista anfibio, que es mitad lector-sujeto y mitad lector-objeto, es decir, que es deseado por el texto mismo, al que aceptamos, al que nos entregamos.
lunes, 26 de agosto de 2013
Alberto Manguel o el lector caprichoso

Lectura y más lectura: voluptuosidad de la página bien enriquecida con deliciosas imágenes (al menos en esta edición), libro que uno se llevaría a la cama pero que resulta difícil por su tamaño, por su peso, y ha de recluirse ayudado de una mesa o de un buen almohadón sobre las piernas a modo de mesa (si se elige un sillón), para entregarse al deleite de la anécdota sobre todo aquello que implica y que envuelve el acto de leer.
Rescato deliberadamente un párrafo con el que este blog comparte filosofía:
"Una vez se me ocurrió que sería divertido construir, a partir de esa clase de asociaciones, una historia de la literatura que explorara, por ejemplo, las relaciones entre Aristóteles, Auden, Jane Austen y Marcel Aymé (según mi orden alfabético), o entre Chesterton, Sylvia Towasen Warrer, Borges, san Juan de la Cruz y Lewis Carroll (entre los autores que más me gustan). Me parecía que la literatura que se enseñaba en las escuelas —donde se explicaban los vínculos entre Cervantes y Lope de Vega basándose en el hecho de que compartieron el mismo siglo [...]—, generaba una selección tan arbitraria o tan permisible como la que yo mismo podía crear, basándome en mis descubrimientos a lo largo del tortuoso camino de mis propias lecturas y del tamaño de mis estanterías. La historia de la literatura, tal como estaba consagrada en los manuales escolares y en las bibliotecas oficiales, no me parecía nada más que la historia de determinadas lecturas que, a pesar de ser más antiguas y de estar mejor informadas que las mías, no dependían menos de la casualidad y de las circunstancias."
O este otro, que refuerza la misma idea:
"Sin haber oído hablar del crítico Paul de Man, para quien 'las narraciones alegóricas cuentan la historia del fracaso de leer', coincidíamos con él en que ninguna lectura puede ser definitiva. Con una diferencia importante: lo que De Man veía como fracaso anárquico, para nosotros era una prueba de nuestra libertad como lectores. Si en la lectura no existía nada parecido a una 'última palabra', ninguna autoridad podía imponernos una lectura 'correcta'. Con el tiempo nos dimos cuenta de que algunas lecturas eran mejores que otras: más informadas, más lúcidas, más estimulantes, más agradables, más perturbadoras. Pero aquella flamante sensación de libertad nunca nos abandonó, e incluso ahora, al disfrutar de un libro que cierto crítico ha condenado o al desechar otro que ha recibido cálidos elogios, me parece recordar con gran nitidez aquel sentimiento de rebeldía."
También hay un vídeo por ahí en el que se lo escucha leer, incansable lector, porque si con algo se ha identificado hasta el hartazgo es con esa figura de autor como lector, y con todo lo que eso implica, como glosador, comentador, interpretador, traductor, con la lectura como escritura (Barthes, Borges), y como lector de Borges (remembranza que cuenta o que le incitan a contar en cada entrevista: aquí la escucharemos en francés):
En alguna ocasión le escuché decir que es igual de fácil elogiar a un escritor como destrozarlo, tan caprichosa puede ser la lectura. Pero el crítico sabe bien que tanto si elogia como defenestra, al menos se ha tomado el trabajo de prestarle atención. Y no es poca cosa, teniendo en cuenta la maginitud de las bibliotecas. Y lo dificultoso de elegir autor. Por no hablar de si nos ha gustado: cómo deshacerse de ellos. Eso le pasaba al gran visir al-ahib ibn Abbad Abd al-Qasim, según nos cuenta Manguel, que "con el fin de no separarse de su colección de diecisiete mil volúmenes durante sus viajes, se los hacía transportar por una caravana de cuatrocientos camellos adiestrados para caminar en orden alfabético".
De modo que aquí me tienen, rumiando bibliotecas, a lo Alberto Manguel, caprichosamente. Y me confieso: qué bien sienta cuando se encuentra a otro culpable idóneo, a otro incitador de lo arbitrario con el que justificarnos.
lunes, 19 de agosto de 2013
Caterva
Juan Filloy, Caterva (1937), Madrid, Siruela (2004)
http://www.siruela.com/catalogo.php?id_libro=682
Siete linyeras, siete sin casa, siete vagabundos, desterrados o desplazados o fracasados medio anarquistas de viaje por Córdoba (Argentina), de periplo interior sin otra razón que la persecución de transgredir costumbres, oponerse a la razón de los hombres de provecho, practicar una profesional filosofía de la limosna y recalcar la importancia del dinero, porque no deja de ser una novela sobre el dinero, sobre cómo se da y cómo se pide. Siete exiliados como representantes del tejido social argentino, con sus hibridaciones lingüísticas propias: el judío del este, el piamontés-gringo, el español, el francés o el alemán.
La primera impresión es de reconocimiento, de recuerdo al revés: ahí Rayuela, ahí Adán Buenosayres, ahí también la costumbre del grupo de amigos a la manera de protagonista coral con sus respectivas idiologías (tan caro a la literatura de la zona: por ejemplo, El sueño de los héroes de Bioy Casares o la película Invasión de Hugo Santiago). Ahí también experimentos collage: recortes de periódico, página a dos columnas para leer casi al mismo tiempo (si pudiéramos desdoblarnos, si la lectura pudiera ejecutarse simultáneamente y simultáneamente entenderla), cuyo propósito es plasmar dos maneras de interpretar (en la psique de un solo personaje) el mismo suceso.
También novela conspiración-denuncia (y casi premonición): sin quererlo, al final de su viaje, los siete linyeras descubren un plan nazi de ocupación de gran parte del sur de Sudamérica:
"Se traslucía ahora la verdad: ¡un plan de apropiación!... ¡del Reich!... ¡un sector del Uruguay!... ¡y las Misiones argentinas!... ¡¡Como si se tratara de territorios africanos!!... ¡No podía dar crédito a la revelación!..."
El humor rabelaiseano-cervantino, el lenguaje tan personalísimo que elabora metáforas con imágenes así de fantásticas:
"La amnesia pasó su esponja por detrás de la frente."
La conjunción de la tradición con lo coloquial, del europeísmo con lo local en frases con una eufonía del todo poética:
"Él lloraba a menudo, con franqueza: para lavar la córnea del polvo trashumante. Y lloraba astutamente, con frecuencia, para lavar el espíritu de turbias picardías. Lo que quiera. No examinaba los coeficientes. Lo importante era llorar. Las lágrimas eran para él el mejor colirio y el mejor lenitivo. Y seguiría llorando, doquiera, ante quienquiera, auténtica, cinematográfica o cocodrilescamente; búdica, sardónica o sarahbernhardtescamente; como Escipión, de gusto, ante la caída de Cartago; como Thiers, de pena, ante la presencia de Bismarck; como Von Moltke, de rabia, ante la derrota del Marne; ni bien la oportunidad se le presentara. ¿No había llorado, acaso, ante el juez de Instrucción de Río Cuarto y ante la evidencia de la muerte de 'Lon Chaney'?"
Rescato también esta propuesta que puede leerse en uno de los recortes de diario:
"El incendio, como obra de arte, es un tema que necesita con urgencia un glosador insigne. Así como Tomas de Quincey escribió un desgarbado libro sobre los aspectos estéticos del asesinato, no vemos por qué no ha de estudiarse la belleza del fuego. Por lo pronto, además de la ventaja de tener un Dios adicto —Plutón— y un mito magnífico como el de Prometeo, una colección deslumbrante de incendios decora 'la negra noche de la historia': desde la pira de Sardanópalo (pasando por el incendio de la biblioteca de Alejandría; el rutilante 'sketch' de Roma, a cargo de ese actor mayúsculo que fue Nerón; el estupendo spiedo de Juan Huss y Juana de Arco; la combustión nazista del Reichstag) hasta el auto de fe de Don Ezekiel Leibowicht a la mesnada de Santa Teresita."
Quizá no sea apto para paladares acostumbrados a la velocidad, a la frase simple y de confección-asimilación rápida; quizá pueda argumentarse que ha envejecido mal. Pero no puede decirse que no rezuma originalidad y que no sorprende a cada frase, que no nos lleva a pasar un buen rato y a recordar lecturas latinoamericanas cronológicamente posteriores, y me permitiré citar aquí la conocidísma frase de Alfonso Reyes: "Juan Filloy es el progenitor de una nueva literatura latinoamericana". No creo ser la única que agregaría: junto con Borges.
Apunte o nota pertinente: ambos admiradores de Marcel Schwob.
http://www.siruela.com/catalogo.php?id_libro=682
Siete linyeras, siete sin casa, siete vagabundos, desterrados o desplazados o fracasados medio anarquistas de viaje por Córdoba (Argentina), de periplo interior sin otra razón que la persecución de transgredir costumbres, oponerse a la razón de los hombres de provecho, practicar una profesional filosofía de la limosna y recalcar la importancia del dinero, porque no deja de ser una novela sobre el dinero, sobre cómo se da y cómo se pide. Siete exiliados como representantes del tejido social argentino, con sus hibridaciones lingüísticas propias: el judío del este, el piamontés-gringo, el español, el francés o el alemán.
La primera impresión es de reconocimiento, de recuerdo al revés: ahí Rayuela, ahí Adán Buenosayres, ahí también la costumbre del grupo de amigos a la manera de protagonista coral con sus respectivas idiologías (tan caro a la literatura de la zona: por ejemplo, El sueño de los héroes de Bioy Casares o la película Invasión de Hugo Santiago). Ahí también experimentos collage: recortes de periódico, página a dos columnas para leer casi al mismo tiempo (si pudiéramos desdoblarnos, si la lectura pudiera ejecutarse simultáneamente y simultáneamente entenderla), cuyo propósito es plasmar dos maneras de interpretar (en la psique de un solo personaje) el mismo suceso.
También novela conspiración-denuncia (y casi premonición): sin quererlo, al final de su viaje, los siete linyeras descubren un plan nazi de ocupación de gran parte del sur de Sudamérica:
"Se traslucía ahora la verdad: ¡un plan de apropiación!... ¡del Reich!... ¡un sector del Uruguay!... ¡y las Misiones argentinas!... ¡¡Como si se tratara de territorios africanos!!... ¡No podía dar crédito a la revelación!..."
El humor rabelaiseano-cervantino, el lenguaje tan personalísimo que elabora metáforas con imágenes así de fantásticas:
"La amnesia pasó su esponja por detrás de la frente."
La conjunción de la tradición con lo coloquial, del europeísmo con lo local en frases con una eufonía del todo poética:
"Él lloraba a menudo, con franqueza: para lavar la córnea del polvo trashumante. Y lloraba astutamente, con frecuencia, para lavar el espíritu de turbias picardías. Lo que quiera. No examinaba los coeficientes. Lo importante era llorar. Las lágrimas eran para él el mejor colirio y el mejor lenitivo. Y seguiría llorando, doquiera, ante quienquiera, auténtica, cinematográfica o cocodrilescamente; búdica, sardónica o sarahbernhardtescamente; como Escipión, de gusto, ante la caída de Cartago; como Thiers, de pena, ante la presencia de Bismarck; como Von Moltke, de rabia, ante la derrota del Marne; ni bien la oportunidad se le presentara. ¿No había llorado, acaso, ante el juez de Instrucción de Río Cuarto y ante la evidencia de la muerte de 'Lon Chaney'?"
Rescato también esta propuesta que puede leerse en uno de los recortes de diario:
"El incendio, como obra de arte, es un tema que necesita con urgencia un glosador insigne. Así como Tomas de Quincey escribió un desgarbado libro sobre los aspectos estéticos del asesinato, no vemos por qué no ha de estudiarse la belleza del fuego. Por lo pronto, además de la ventaja de tener un Dios adicto —Plutón— y un mito magnífico como el de Prometeo, una colección deslumbrante de incendios decora 'la negra noche de la historia': desde la pira de Sardanópalo (pasando por el incendio de la biblioteca de Alejandría; el rutilante 'sketch' de Roma, a cargo de ese actor mayúsculo que fue Nerón; el estupendo spiedo de Juan Huss y Juana de Arco; la combustión nazista del Reichstag) hasta el auto de fe de Don Ezekiel Leibowicht a la mesnada de Santa Teresita."
Quizá no sea apto para paladares acostumbrados a la velocidad, a la frase simple y de confección-asimilación rápida; quizá pueda argumentarse que ha envejecido mal. Pero no puede decirse que no rezuma originalidad y que no sorprende a cada frase, que no nos lleva a pasar un buen rato y a recordar lecturas latinoamericanas cronológicamente posteriores, y me permitiré citar aquí la conocidísma frase de Alfonso Reyes: "Juan Filloy es el progenitor de una nueva literatura latinoamericana". No creo ser la única que agregaría: junto con Borges.
Apunte o nota pertinente: ambos admiradores de Marcel Schwob.
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