rumiar la biblioteca: agosto 2022

lunes, 29 de agosto de 2022

En Barcelona te vas quedando

 

[Texto publicado en Quimera 461, mayo de 2022]

Llegué a Barcelona en el año 2000 arrastrada por el amor y la literatura comparada. Aquel amor no duró mucho, pero sirvió de trampolín. Terminé la carrera, estudié un máster en edición y poco después encontré trabajo. No hay que olvidar que Barcelona sigue siendo la capital del sector editorial en castellano, sobre todo literario, con sus correspondientes colaboradores pululando alrededor. Cristina Peri Rossi decía que Barcelona estaba llena de colaboradores latinoamericanos cuando llegó. Y aquí seguimos. Porque Barcelona tiene aquello de que te vas quedando. Nadie piensa: a partir de ahora voy a vivir en Barcelona, pero al final lo estás haciendo y ya han pasado veinte años.

Hace poco leí por ahí que Barcelona está considerada la tercera ciudad más linda del mundo. También una de las más sostenibles y respetuosas con el medio ambiente. Claro que con tanta publicidad, Barcelona se está poniendo cada vez más cara. Gentrificación y pisos compartidos. Mucho airbnb que nos va desplazando a la periferia. Estas cosas nos preocupan a los que gastamos precariedad, pero nadie va a negar que Barcelona es una ciudad bonita, donde siempre importó mucho el diseño. Una ciudad muy atenta a la fachada. Una ciudad con mar, donde se puede sobrevivir en verano y pasear al sol en invierno.

Pero es fácil imaginar un mapa de Barcelona donde se van superponiendo capas de tiempo. Toda ciudad acumula recuerdos y experiencias personales. Uno podría retroceder en el tiempo, y ese movimiento estaría dibujando un mapa narrativo personal.

Mi mapa empieza en una ciudad que era la de la nueva rambla del Raval. Recuerdo el aspecto de esa zona recién derruida y multicultural. Había gente que decía que aquello no parecía Barcelona, pero para mí Barcelona era precisamente eso. Gente de todos lados, gente de paso, olores exóticos, idiomas que no entendía, túnicas y turbantes, latas de cerveza en la calle. Recuerdo que visitaba a menudo la biblioteca Sant Pau y me iba a leer y tomar cafés en unos barecitos de la calle dels Àngels, la calle que termina en el MACBA. Recuerdo el olor a podrido del Raval, los ladrones corriendo, los turistas detrás. Recuerdo ir andando por la ronda Sant Antoni hasta la universidad con una carpeta bajo el brazo, y que un día un borracho me dijo que si no estaba grandecita ya para estudiar. Recuerdo que por todos lados colgaban carteles que decían Barcelona, posa’t guapa.

Por entonces vivía frente al Apolo, lo que significaba que cada fin de semana la gente montaba el botellón bajo mi ventana. Para colmo, la acera de los botellones quedaba muy cerca de mi ventana porque vivía en un entresuelo. Menos mal que al poco me mudé al barrio del Clot y por fin conseguí dormir del tirón. El Clot era un barrio muy barrio, con señoras con carro de la compra y tiendecitas de toda la vida, aunque ahora va virando hacia el rollo hípster que se trae el Poblenou. Ana Basualdo me contó que el Clot tiene un pasado anarquista. Me habló de la réplica de la escultura Las pajaritas de Ramón Acín, fusilado en la Guerra Civil, que los vecinos del Clot inauguraron en la calle Aragón en los años noventa. Para Acín, aquellas pajaritas reflejaban el espíritu pacifista, naturalista y libertario. También me contó que Buenaventura Durruti, líder anarquista, se reunía a menudo en el bar La Coctelera que queda en la esquina de mi casa, en Rogent y Meridiana.

Hace unos quince años que vivo en el Clot y las cosas por acá también fueron cambiando. Recuerdo que frente a la galería de mi casa, donde ahora se eleva un edificio que tiene una piscina en la azotea y que vende pisos desde cuatrocientos mil euros, hace cosa de tres años había una vieja nave industrial donde al atardecer daban clases de danza. Yo veía a los bailarines desde mi casa. Menos mal que mientras derruían la nave de la danza se estaba inaugurando una sucursal de la librería Nollegiu. Ahora veo el mastodonte blanco y nuevo, ese tipo de edificios que hace que todos los pisos hayan subido de precio, pero saber que hay una librería en el barrio consuela. Otra cosa que consuela es una plaza rarísima que queda muy cerca del parque del Clot. La plaza tiene una escultura hecha con un montón de bicicletas que asoma por encima de un muro. Siempre me pregunté qué hay detrás de ese muro, si las bicicletas siguen tejiéndose del otro lado hasta tocar el suelo.

Claro que hay muchas Barcelonas. La mía está hecha de amistades con gente de fuera, escritores de distintas partes, colegas del mundillo editorial y muchos músicos de jazz. Mi gente más cercana es casi toda de fuera y a la mayoría le pasa aquello de que te vas quedando. Cuando eres de fuera armas familias sustitutas, pasas las Navidades con ellos y echas muchos domingos de sobremesa. Mis amigos viven en Arco de Triunfo, en Sant Antoni, en Gracia, en Sants, en Guinardó, en Hospitalet, en Sagrera. Pero cuando voy, por ejemplo, a una reunión de La Maleta de Portbou en el estudio de Josep Ramoneda, me doy cuenta de que parece otra ciudad. Está en una zona muy linda de Barcelona a la que no voy casi nunca, por la Bonanova. Cuando salgo de los ferrocarriles pienso que existen muchas Barcelonas. Barcelonas que acumulan tiempo, cierto, pero también Barcelonas paralelas. Esa zona es muy poblada, repleta de edificios altos con terrazas coquetas. Todo es más denso que donde vivo yo, aunque también mucho más limpio y ajardinado. Entonces me doy cuenta de que en cada ciudad hay muchas ciudades, que el mapa no solo superpone tiempo, sino mundos paralelos. Porque aunque compartamos aeropuerto, vivimos en mundos paralelos. Solo basta con acercarse a ciertas naves del Poblenou ocupadas por chatarreros para entender perfectamente lo que quiero decir.


lunes, 22 de agosto de 2022

Gustavo Faverón Patriau: puentes, trampas, cárceles


Gustavo Faverón Patriau, Vivir abajo, Avinyonet del Penedés, Candaya (2019)

https://www.candaya.com/libro/vivir_abajo/

Un periodista está investigando la historia de un tal George Bennett, cineasta, asesino de un integrante de Sendero Luminoso. Es un tipo misterioso a más no poder. Además, hay otro tipo que se llama exactamente igual: parece que es el padre. El periodista viaja a la ciudad natal de George, en Estados Unidos. Ahora es la voz de Laura Trujillo quien nos cuenta la historia de George, a quien conoció de niño, pero para contarnos la historia de la infancia de George, tiene que contarnos su propia historia. Su marido está loco: es un excombatiente de la guerra de Yugoslavia y ha visto (y hecho) cosas espantosas. La propia Laura sufrió muchas cosas: ha pasado por las manos de un exnazi que la llevó derechito a la oscuridad. Pero el padre de George tampoco se queda corto. Hace cosas extrañamente perturbadoras en el sótano. Por si fuera poco, es uno de los arquitectos de los edificios donde se llevan a cabo las torturas de la tan espantosa historia de Latinoamérica. Un hilo conductor del horror: nazismo, CIA y Operación Cóndor, guerras interminables, la misma gente orquestándolo todo, el mismo mal abyecto. Cuando George descubre todo el espanto de su propio padre, sale al mundo a vengar sus atrocidades. Ahora es un narrador en tercera el que nos cuenta el periplo de George. Viaja a Paraguay, a Argentina, a Chile. Hace películas. En Paraguay conoce a un poeta y una cineasta: se enamora de ella y empieza a perseguirla. Ella es su deseo, su motor. George intenta vengar la desgracia de la chica. Después intenta vengar la desgracia de Laura Trujillo. Por último es el periodista quien intenta recopilar todo lo contado. Intenta explicarnos el horror, pero para conocerlo, ha de sufrirlo en carne propia.

Evidentemente que una novela tan enorme es sin duda imposible de resumir. Vivir abajo es una experiencia. Uno no la lee, la atraviesa. Intenta cruzarla como se cruza un puente que se tambalea. Con un imaginario, una estructura y un fraseo que nos recuerdan a Bolaño, asistimos al horror de las dictaduras latinoamericanas, conocemos a poetas, rockeros y fantasmas, a mucha gente loca, a mucha gente mala.

"Cuando eres joven y empiezas a escribir, crees que eres una especie de arquitecto que construye puentes para que la gente los cruce, para que la gente vaya del lugar desolado donde vive a un lugar lleno de vida donde se abolirá la desolación. Con el tiempo te das cuenta de que no es así. Los puentes que construyes son, inevitablemente, demasiado frágiles. Se rompen apenas alguien trata de cruzarlos. Los ves caer y sabes que el poema que escribiste era una trampa mortal. Después lo haces de nuevo, solo que ahora eres consciente. Ese es tu oficio. Es una cadena infinita: dispones el puente (escribes el poema), te escondes, esperas, ves que alguien trata de cruzarlo, ves que el puente se rompe y asomas para escuchar lo que grita la gente al desbarrancarse, antes de hacerse añicos contra las piedras o ahogarse en el río al fondo de la quebrada. Eso que gritan, eso que los escuchas gritar, en el instante de la muerte, ese es el sentido del poema. Entonces lo entiendes, y con esos materiales construyes el próximo puente, que es otra trampa. En verdad, más que una trampa, o un puente, el poema es como la entrada de una cárcel de la que nadie sale vivo..."

lunes, 1 de agosto de 2022

Angela Carter en el circo

 

Angela Carter, Noches en el circo (1984), traducción de Rubén Martín Giráldez, Madrid, Sexto Piso (2022)

https://sextopiso.es/esp/item/600/noches-en-el-circo

Fevvers es una mujer mitad pájaro que ha recibido la visita de un periodista, Walter, porque tal fenómeno de circo no puede escapar a las noticias. Ella es trapecista, la mejor y más destacada de Londres. Estamos justo al final del siglo XIX y los espectáculos en directo no se llamaban "en directo". La prensa se interesaba por ellos.

La cuestión es que la tal Fevvers le cuenta toda su vida: un periplo bien sadiano y picaresco. Y el tal Walter se queda prendado; tanto, que convence a su jefe para que lo deje viajar con el circo hasta Rusia para escribir una crónica de todo lo que acontece. 

Así se van a Rusia y luego viajan a Siberia, y entonces sufren un accidente que los lleva de regreso a un mundo mágico y prerracional. Un mundo donde Fevvers encaja perfectamente.

"En esta época, el umbral de la era moderna, la bisagra del siglo XIX, si se hubiera hecho una consulta popular entre todos los habitantes del mundo, la mayor parte de ellos ocupados como estaban a lo largo y ancho del planeta en los asuntos cotidianos de la agricultura y la tala y quema, las guerras, la metafísica y la procreación, habrían coincidido con aquellos siberianos indígenas en que la idea misma del siglo XX, o de cualquier siglo, era una noción estrafalaria. Si ese plebiscito global se hubiera llevado a cabo de manera democrática, el siglo XX directamente habría dejado de existir [...]. Sin embargo, incluso así, incluso en aquellas remotas regiones, aquellos fueron los últimos y desconcertantes días antes de la historia; es decir, de la historia tal y como la conocemos; es decir, de la historia blanca; es decir, de la historia europea; es decir, de la historia yanqui..."

Humor a raudales, feminismo a destajo, delirio de personajes.