rumiar la biblioteca: abril 2013

lunes, 29 de abril de 2013

João Gilberto, lector de Machado de Assis

En días lluviosos chorreantes de hastío, suelo permitirme fantasear con Brasil. Es natural. Uno podría decía que incluso es muito natural, como reza aquella bossa nova sobre la bossa nova, Desafinado de João Gilberto, esa canción tan particular de letra humorística y tierna al mismo tiempo. La tarareo, la busco, la escucho, y mientras me dejo llevar por la ensoñación, en la que abundan palmeras y arrecifes y aguas cristalinas, me recuesto sobre la arena y al poco caigo en la cuenta de que esa diminuta figura lejana al otro extremo de la bahía en la que estoy tumbada se ha aproximado excesiavamente rápido, porque juro que apenas tuve tiempo de dos papadeos que la figura está tropezando por no pisar cangrejos muy cerca de mí. Me incorporo un poco para entablar conversación, ese instinto de sociabilidad imperativo en los de mi especie, uso mi mano de visera porque el sol me impide verle la cara y, mientras sigo pensando que la figura camina demasiado rápido o quizá mis parpadeos se han ralentizado, distingo el rostro barburdo de Machado de Assis. Qué respingo. Qué susto. Más que susto, terror. ¿Cómo hablar con él con mi torpe portuñol? 
Otro parpadeo y la ventana dejó ver otra vez la grisura del cielo. Entonces comprendí: João Gilberto tuvo que haber leído a Machado de Assis.
Rumio la biblioteca y encuentro tres novelas de este magnífico narrador decimonónico de Latinoamérica, heredero del mejor humor cervantino y sterniano. Para más información, incluidas sus obras completas, esta página homenaje de conmemoración del centenario de su nacimiento: http://machado.mec.gov.br/. Y va un menú degustación:


http://www.editorialeneida.com/es/colecciones.html?page=shop.product_details&flypage=flypage.tpl&product_id=146&category_id=6
Memorias póstumas de Brás Cubas (1881) (trad. Jorge García Bedia, Madrid, Eneida, 2010), una biografía de difunto, contada desde la sola compañía de los gusanos que roen sus carnes, a quienes se la dedica: "Comienzo a arrepentirme de este libro. No es que su escritura me fatigue; no tengo nada que hacer; y, en realidad, remitir algunos magros capítulos a ese mundo siempre es una tarea que distrae un poco de la eternidad. Pero el libro es aburrido, huele a sepulcro, despide cierto tufo cadavérico; vicio grave, y además ínfimo, porque el mayor defecto de este libro eres tú, lector. Tú tienes prisa por envejecer, y el libro discurre despacio; tú amas la narración directa y sustanciosa, y el estilo ordenado y fluido, y este libro y mi estilo son como los borrachos, se balancean de derecha a izquierda, caminan y se paran, rezongan, braman, ríen a carcajadas, blasfeman, se resbalan y caen...". Supongo que a la manera "Kafka y sus precursores", habéis notado como yo a Macedonio Fernandez rondando por ahí. Pero el capítulo siguiente nos dice: "Tal vez suprima el capítulo anterior, entre otras razones porque hay en él, en sus últimas líneas, una frase muy parecida a un despropósito, y no quiero dar pasto a la crítica del futuro".


http://www.funambulista.net/2009/los-papeles-de-casa-velha/
Los papeles de Casa Velha (1885) (trad. Juan Sebastián Cárdenas, Madrid, Funambulista, 2005), cuenta los tejemanejes de un cura metido a historiador que enseguida se insmiscuye y hasta se obsesiona por la banal historia de amor prohibido entre dos jovencitos de clase distinta: "Quise retenerla pero no logré nada con palabras. Tampoco podía tomarla de las manos, así que la dejé ir y regresé a mis notas. Fueron estas últimas las que no regresaron a mí, por más que intenté buscarlas y transcribirlas" [...] "Dicho lo cual salió rauda como un pájaro y volví a quedarme a solas. Esta vez no intenté regresar a las notas. Me quedé paseando por la enorme sala, estudiando las estanterías y hojeando los libros, aunque en realidad no hice más que pensar en Lalau".


http://www.tusquetseditores.com/titulos/fabula-el-alienista-fabula
Y para terminar esta muestra, El alienista (1882) (trad. de Martins y Casillas, Barcelona, Tusquets, 1997), más relato que novela, texto desternillante que narra las peripecias de un médico que funda la primera casa de salud mental en Itaguaí, un pueblo de Brasil, el caos que aquello ocasiona, y lo difícil que resultan determinar la diferencia o límite entre cordura y locura: "En su concepto, la insanía abarcaba una vasta superficie de cerebros; y desarrolló el tema con gran acopio de razonamientos, textos y ejemplos. Los ejemplos los encontró en la Historia y en Itaguaí; pero como espíritu privilegiado que era, reconoció el peligro de citar todos los casos de Itaguaí, y se refugió en la Historia. Así, apuntó especialmente a algunos personajes célebres: Sócrates, que tenía un demonio familiar; Pascal, que veía un abismo a la izquierda; Mahoma, Caracalla, Domiciano, Calígula, etc.; una sarta de casos y personas, en que venían mezclados seres odiosos y seres ridículos". [...] "En cuanto a la idea de ampliar el terriorio de la locura, el farmacéutico la encontró extravagante; pero la modestia, principal ornamento de su espíritu, no le permitió confesar más que noble entusiasmo; la declaró sublime y verdera, y añadió que era un 'caso de matraca'. Esta expresión no tiene equivalente en el estilo moderno."


Superada entonces la antipática lluvia detrás de la ventana, escucho y leo en esta otra, que también está abierta, al gran João Gilberto, desafinando con total naturalidad:



lunes, 22 de abril de 2013

Martín Caparrós y el sentido común

Martín Caparrós
Los Living
Barcelona, Anagrama (2011)
http://www.anagrama-ed.es/titulo/NH_493

Seducida por su contundente sentido común, al menos el que se respira en A quien corresponda, una aguda y abatida reflexión sobre la guerrilla, la represión y sus consecuencias, acometo esta segunda lectura del autor con Los Living, de cariz y tono similar. Aunque descuidado en su prosa, de la que quedan ganas de ese derretirse onánico y veleidoso que suelo exigir de la mayoría de libros, aplaudo a ese auténtico cronista del bonaerense clase media-baja, del argentino que ahora me queda tan lejos (a pesar de reconocerlo), del machito y la histeria femenina, de la pizza fugazzetta y el fútbol mañanero los domingos por lo radio. Leo y coincido, leo y estoy de acuerdo, leo y pienso: tiene razón. Los personajes de Caparrós parecen llevar siempre la razón, aunque duela, al modo del hombre justo, del hombre que no teme autoanalizar sus actos y ponerlos sobre la mesa. Como si no temieran llamar las cosas por su nombre, como reza esa frase hecha. 

Una cita propicia en tiempos en los que parece que vuelven las banderas: "Un grupito de chicos y chicas tenía una bandera azul y roja y trataba de prenderle fuego. Beto me dijo que mirara, que era una bandera inglesa y que por eso estaban por quemarla. El que la sostenía era un flaquito pecoso, pelo colorado, y la que trataba de prenderle fuego era muy parecida: una especie de hermana, linda pero bastante inútil para el fuego".

Qué decir sino que lleva razón al hacernos notar (a los argentinos, pero también a todos), que el exilio y el éxodo y la mezcla son verdad que ocurre y ocurrirá por siempre jamás, y qué ridículo parece abanderarnos cuando, según la arqueología, venimos todos del continente negro. La bandera, la tierra, la sangre, la raza: no creo necesario decir a qué suena.


Sergio Chejfec y la novela flâneur

Sergio Chejfec
La experiencia dramática
Avinyonet del Penedés, Candaya (2013)
http://www.candaya.com/laexperiencia.htm

Primera experiencia chejfequiana: impresión nouveau roman (por lo descriptivo-objetual), Juan José Saer (por lo argento-psicológico). De extraña estructura reflectiva (bipolar) en la que dos personajes conversan dejándose mimetizar por el entorno, adaptando sus reflexiones a medida que transitan ese escenario. Una mujer, actriz, que al referise a sus experiencias cotidianas e incluso al referirse a cualquier experiencia (pasada o por-venir), tiene la costumbre de descomponerlas, tal como le han enseñado en sus clases de teatro, en unidades mínimas dramáticas, o como debería desmontarse toda pieza dramática para que consiga el efecto catárquico o emotivo necesario. Su contrapunto: el acompañante, ese hombre-de-mirada-de-pájaro, que se desprende del aquí-ahora para simular mediante su escucha, su camino-cavilar, su propia farsa accidental, de la que salirse cuesta tanto como seguir en ella.

Una cita: "A Rose le gusta la idea de hacer ver que el público es anterior a los hechos, y por lo tanto debe aguardar a que las cosas comiencen". Y desde luego es lo que Chejfec solicita del lector: la paciencia con la que transitamos de la mano de ambos personajes, aguardando la acción durante toda la lectura, sin saber que mientras tanto engranamos una lectura-experiencia (monádica-dramática/pajaril-google maps) sin otra pretensión que ella misma, es decir: la de hacernos deambular a lo flâneur por sus páginas. Una lectura vagabunda, entre el recreo y la meditación.

Conservo intacta la idea de cuál es la vivencia quizá más difícil de escenificar: la experiencia de la pérdida, la frustración, el arrepentimiento, o más bien: el regusto levemente incómodo por ese algo que pudo ser y no ha sido.