rumiar la biblioteca: Siruela
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lunes, 14 de septiembre de 2020

A propósito de Bruno Schulz

 

Bruno Schulz, Obra completa, traducción de Juan Carlos Vidal, Madrid, Siruela (1993)

Te encuentras este libro en tu biblioteca. Ana Basualdo lo mencionó mientras tomabais un café, mientras hablaba de tu primera novela. No sabes muy bien por qué mencionó a Bruno Schulz, ni tampoco por qué estás escribiendo todo esto en segunda persona. Sabes que compraste el libro en una librería de viejo. Seguro lo compraste después de leer la novela El mesías de Estocolmo de una de tus escritoras preferidas, Cynthia Ozick, cuyo protagonista está obsesionado con que su padre desaparecido problamente fue Bruno Schulz. En todo caso no habías leíado a Bruno Schulz cuando escribiste tu primera novela, cuyo personaje está obsesionado con Antonin Artaud, ni tampoco habías leído a Cynthia Ozick, al menos eso crees. (La segunda persona sigue sin convencerte.) En fin, lees a Bruno Schulz desde la perspectiva de El mesías de Estocolmo. Es inevitable. Te cuesta un poco, porque hay algunos cuentos que abundan en descripciones que (te conoces) desde hace un tiempo te aburren sobremanera. Esas descripciones que envejecieron mal. Ese estilo que personifica todo y que fluye poético, ese estilo que todos reconocen como "bien escrito", como "literario". Por ejemplo: "Entonces ocurría que el silencio descendía de la cama y se dirigía hacia un rincón del cuarto". No son tus cuentos preferidos, no, aunque coincides en que están deliciosamente escritos, nadie lo va a discutir. Pero esos otros cuentos, ay, esa figura del padre, un tipo raro, medio loco, que hace cosas extrañísimas y por encima de todo se obsesiona con proyectos delirantes.Te fascinan los personajes que se obsesionan. Como los protagonistas de las películas de Werner Herzog. Como los protagonistas de la narrativa de Cynthia Ozick. De Saul Bellow. 

Son cuentos, sí, pero todos narran el mismo universo, son postales del mismo imaginario. Un pueblecito de provincias. Una familia del todo peculiar. En Las tiendas de color canela (1934), el padre obsesionado con los maniquíes (entonces te acuerdas de Tadeusz Kantor). Tan obsesionado está que elabora una teoría sobre la "fertilidad de la materia". La sensualidad de Adela, la criada, que fascina a este narrador niño. En Sanatorio bajo la clepsidra (1937) los cuentos comienzan a rondar eso que llamas rarismo y que disfrutas como una enana. Una celebración de la imaginación, con cuentos entre kafkianos, borgianos, ballardianos, cuentos que suceden en tiempos paralelos. Aquello que podría haber sido, aquello que tal vez aconteció en realidades alternativas. Un cuento donde arrestan al narrador por lo que ha soñado. Un cuento donde el narrador llega a un sanatorio donde está internado su padre y donde todos están ebrios de sueño y dan cabezadas a cada rato. Un tío, Dodó, que solo recuerda el presente y otro, Hieronim, que vive encerrado en su cuarto. Un jubilado que vuelve a la escuela (y otra vez recuerdas a Tadeusz Kantor). Y quizá el cuento que más te ha gustado, cuento de aplausos: "La última escapada de mi padre", un cuento excelente. El padre ya ha muerto, pero es como si hubiera muerto a plazos porque tanto la madre como el narrador lo reconocen en cualquier cosa, también en los insectos.

"En aquella época mi padre ya había muerto definitivamente. Moría repetidas veces, no del todo, siempre con ciertas reservas que obligaban a revisar el hecho. Esto tenía su lado positivo. Descomponiendo su muerte en varios plazos, nos familiarizaba con la idea de su partida. Nos volvimos indiferentes a sus regresos, cada vez más reducidos, más lastimeros. Su fisonomía, él ya ausente, se dispersó por la habitación donde había vivido, se enramó formando en diversos puntos extraños nudos de similitudes increíblemente expresivas. Los empapelados imitaban en algunos lugares sus tics, los arabescos se formaban en la dolorosa anatomía de su risa, distribuida en simétricos miembros como el trazo petrificado de un trilobita."

El tomo, lamentablemente agotado y no reeditado, tiene también cuentos sueltos como "Cometa", donde el padre se obsesiona esta vez con el mesmerismo y la electricidad, divertidísimo también, y un ensayo que se llama "La mitificación de la realidad" que empieza así:

"El núcleo de la realidad es el sentido. Lo que no tiene sentido no es real para nosotros. Cada fragmento de la realidad vive gracias a que no posee su porción en algún sentido universal. Las antiguas cosmogonías lo expresaban con la sentencia 'en el principio era la palabra'. Lo innombrado no existe para nosotros. Dar nombre a algo significa incluirlo en un sentido universal."

 

lunes, 24 de julio de 2017

William Gaddis, Italo Calvino, Walter Benjamin y el autómata

Italo Calvino, Punto y aparte,
traducción de Gabriela Sánchez Ferlosio,
Madrid, Siruela (2013)
En "Cibernética y fantasmas (Apuntes sobre la narrativa como proceso combinatorio)", Italo Calvino se pregunta qué estilo literario tendría un autómata, y llega a la conclusión de que sería uno clásico, aunque evidentemente cada cierto tiempo el autómata debería variar el estilo para renovar la literatura mediante un proceso combinatorio (no muy diferente del que sigue un autor, salvo que este último se sirve de la intuición y corta por atajos cuando, suponemos, el autómata se serviría de la totalidad de combinaciones posibles de un corpus dado). Sin duda, reflexiona Calvino, el papel relevante en el hecho literario (si obviamos la confección humana) quedaría relegado al lector. Primero, para decidir cuál de todas esas combinaciones es la "adecuada". Segundo, porque la literatura en sí sigue siendo un asunto de la conciencia humana que difícilmente puede interesar a una máquina. 

Walter Benjamin,
La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica
,
traducción de Andrés Weikert,
México, Ítaca (2003)

Ya decía Walter Benjamin, refiriéndose a la fotografía:
"Con esta, la mano fue descargada de las principales obligaciones artística dentro del
proceso de reproducción de imágenes, obligaciones que recayeron entonces exclusivamente en el ojo."
También argüía que el arte reproducido (o construido por máquinas) pierde su aura. Esto que parece tan místico, Benjamin lo defendía con los siguientes argumentos: la obra ya no es única; da un poco igual cuál fue la primera obra de donde se tomaron las copias; no importa si la obra ha salido ya del ámbito de culto; tampoco tiene sentido preguntarse (si nos atenemos a la literatura) con qué materiales trabajó el autómata: ¿se trata de fragmentos de otras obras? ¿Se trata de copiar el fraseo de la sintaxis, de insertar allí otras palabras siguiendo una lógica gramatical y semántica? 

*
De algo relacionado con esto se lamentaba el narrador de Ágape se paga, de William Gaddis, cuando se refería al invento de la pianola:
William Gaddis, Ágape se paga,
traducción de Miguel Martínez-Lage,
México, Sexto Piso (2008)
"El azar y el desorden campan a sus anchas y se llevan todo por delante y este sistema binario, máquina digital, con su rollo de papel que se lo juega al todo o nada y que es la que defiende el fuerte, sí, era el fuerte, todo el asunto consistía en ordenar y organizar y eliminar el azar, eliminar el fracaso, como si fuera un gravísimo defecto de carácter y como si en eso y nada más consistiera la tecnología, música entretenimiento contabilidad, contabilidad, hace setenta años un gran pianista registró un rollo de papel coordinando sus manos y pedaleando en la quincuagésima parte de un segundo, 1926, y una empresa lo comercializó y llegó a vender diez millones de rollos y todo termina por ser un tebeo, el gentío que se apiña ahí fuera crash bang y asalta las puertas en busca del placer la democracia salta los muros aterroriza a la élite que ha encontrado su rinconcito de entretenimiento de clase alta ya cuando María Antonieta y la toma de la Bastilla con este, sí, aquí está este, un anuncio alemán de 1926 que es el que aguanta prietas las filas en defensa de la clase, allá que van, aquí que vienen, 'una clase de personas aún más numerosa que no consigue que funcione con éxito el tipo habitual de pianola, porque carecen de un sentido preciso de los valores musicales. No tienen 'oído musical', y por esa razón tocan atrozmente en pianos provistos incluso de pianolas internas de grado aún mejor", ¿hablamos de lo que es la clase?, ¿de la defensa de estos elitistas amantes de la música? No, aquí no, aquí no se habla más que de lo que se habla siempre. ¡Las ventas!"
¿Habrá máquina capaz de reproducir un estilo como este? ¿Este estilo no es acaso un juego de intenciones (el tono: apasionado, quejoso, algo cínico) sumado a una sintaxis desordenada, tal vez mediante un arte combinatoria a la manera de un autómata? (Recordemos que Los reconocimientos, novela monumental, parece construida por retazos o citas o referencias a otras novelas.) Obviemos el asunto social que el narrador de Gaddis inserta en su discurso como problemática de la reproductibilidad. Naturalmente, el autómata podría injertar el discurso social como elemento combinatorio. Diremos, entonces, que es un panfleto de defensa del autor como hacedor. También el autómata, según la combinatoria, podría defender al autor, incluso podría defenderse a sí mismo, arguyendo que él también se sirve del azar (y sería cierto) y que es capaz de fracasar (aunque de esto no se daría cuenta sin la ayuda del lector). 

Tal vez el fracaso sea la medida (y también el límite) de toda obra de arte. Tal vez el fracaso sea el asunto más relevante de la teoría de la recepción.

lunes, 27 de marzo de 2017

Italo Calvino y Juan José Saer: el escritor y su crisis (dos citas)

Juan José Saer, El concepto de ficción,
Rayo verde, Barcelona (2016)
"La función de la literatura no es corregir las distorsiones a menudo brutales de la historia inmediata ni producir sistemas compensatorios sino, muy por el contrario, asumir la experiencia del mundo en toda su complejidad, con sus indeterminaciones y sus oscuridades, y tratar de forjar, a partir de esa complejidad, formas que la atestigüen y la representen." ("Literatura y crisis argentina", 1978)














Italo Calvino, Punto y aparte,
traducción de Gabriela Sánchez Ferlosio,
Madrid, Siruela (2013)

"Como estaba diciendo hace unos días, cuando me lo encontré me dijo: 'Estoy en crisis'. Y yo le repliqué: '¡Ah!, ¡qué bien! ¿También tú?', y no porque yo sea tan cruel como para alegrarme de los sufrimientos ajenos, sino porque, para un escritor, la situación de crisis (cuando una determinada relación con el mundo sobre el que ha construido su trabajo se muestra inadecuada y es necesario encontrar otra relación, otra forma de ver a las gentes, a la realidad de las cosas, a la lógica de las historias humanas) es la única situación que da fruto, que permite el contacto con algo verdadero, que permite escribir justamente aquello que los hombres necesitan leer, aunque no se den cuenta de que lo necesitan." ("Diálogo de dos escritores en crisis", 1961)

lunes, 19 de agosto de 2013

Caterva

Juan Filloy, Caterva (1937), Madrid, Siruela (2004)
http://www.siruela.com/catalogo.php?id_libro=682

Siete linyeras, siete sin casa, siete vagabundos, desterrados o desplazados o fracasados medio anarquistas de viaje por Córdoba (Argentina), de periplo interior sin otra razón que la persecución de transgredir costumbres, oponerse a la razón de los hombres de provecho, practicar una profesional filosofía de la limosna y recalcar la importancia del dinero, porque no deja de ser una novela sobre el dinero, sobre cómo se da y cómo se pide. Siete exiliados como representantes del tejido social argentino, con sus hibridaciones lingüísticas propias: el judío del este, el piamontés-gringo, el español, el francés o el alemán.

La primera impresión es de reconocimiento, de recuerdo al revés: ahí Rayuela, ahí Adán Buenosayres, ahí también la costumbre del grupo de amigos a la manera de protagonista coral con sus respectivas idiologías (tan caro a la literatura de la zona: por ejemplo, El sueño de los héroes de Bioy Casares o la película Invasión de Hugo Santiago). Ahí también experimentos collage: recortes de periódico, página a dos columnas para leer casi al mismo tiempo (si pudiéramos desdoblarnos, si la lectura pudiera ejecutarse simultáneamente y simultáneamente entenderla), cuyo propósito es plasmar dos maneras de interpretar (en la psique de un solo personaje) el mismo suceso.

También novela conspiración-denuncia (y casi premonición): sin quererlo, al final de su viaje, los siete linyeras descubren un plan nazi de ocupación de gran parte del sur de Sudamérica:

"Se traslucía ahora la verdad: ¡un plan de apropiación!... ¡del Reich!... ¡un sector del Uruguay!... ¡y las Misiones argentinas!... ¡¡Como si se tratara de territorios africanos!!... ¡No podía dar crédito a la revelación!..."

El humor rabelaiseano-cervantino, el lenguaje tan personalísimo que elabora metáforas con imágenes así de fantásticas:

"La amnesia pasó su esponja por detrás de la frente."

La conjunción de la tradición con lo coloquial, del europeísmo con lo local en frases con una eufonía del todo poética:

"Él lloraba a menudo, con franqueza: para lavar la córnea del polvo trashumante. Y lloraba astutamente, con frecuencia, para lavar el espíritu de turbias picardías. Lo que quiera. No examinaba los coeficientes. Lo importante era llorar. Las lágrimas eran para él el mejor colirio y el mejor lenitivo. Y seguiría llorando, doquiera, ante quienquiera, auténtica, cinematográfica o cocodrilescamente; búdica, sardónica o sarahbernhardtescamente; como Escipión, de gusto, ante la caída de Cartago; como Thiers, de pena, ante la presencia de Bismarck; como Von Moltke, de rabia, ante la derrota del Marne; ni bien la oportunidad se le presentara. ¿No había llorado, acaso, ante el juez de Instrucción de Río Cuarto y ante la evidencia de la muerte de 'Lon Chaney'?"

Rescato también esta propuesta que puede leerse en uno de los recortes de diario:

"El incendio, como obra de arte, es un tema que necesita con urgencia un glosador insigne. Así como Tomas de Quincey escribió un desgarbado libro sobre los aspectos estéticos del asesinato, no vemos por qué no ha de estudiarse la belleza del fuego. Por lo pronto, además de la ventaja de tener un Dios adicto —Plutón— y un mito magnífico como el de Prometeo, una colección deslumbrante de incendios decora 'la negra noche de la historia': desde la pira de Sardanópalo (pasando por el incendio de la biblioteca de Alejandría; el rutilante 'sketch' de Roma, a cargo de ese actor mayúsculo que fue Nerón; el estupendo spiedo de Juan Huss y Juana de Arco; la combustión nazista del Reichstag) hasta el auto de fe de Don Ezekiel Leibowicht a la mesnada de Santa Teresita."


Quizá no sea apto para paladares acostumbrados a la velocidad, a la frase simple y de confección-asimilación rápida; quizá pueda argumentarse que ha envejecido mal. Pero no puede decirse que no rezuma originalidad y que no sorprende a cada frase, que no nos lleva a pasar un buen rato y a recordar lecturas latinoamericanas cronológicamente posteriores, y me permitiré citar aquí la conocidísma frase de Alfonso Reyes: "Juan Filloy es el progenitor de una nueva literatura latinoamericana". No creo ser la única que agregaría: junto con Borges.

Apunte o nota pertinente: ambos admiradores de Marcel Schwob.