rumiar la biblioteca: Iris Murdoch
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lunes, 22 de diciembre de 2014

Iris Murdoch sabe nadar

Iris Murdoch, El mar, el mar (1978), traducción de Marta Gustavino, Barcelona, Debolsillo (2013)
http://www.megustaleer.com/ficha/P83649A/el-mar-el-mar

Pregúntense si el arte y la vida se parecen en algo:
"Se me acaba de ocurrir que en estas memorias podrían caber toda clase de delirios fantásticos sobre mi vida, ¡y la gente se los creería! Así es la credulidad humana, el poder de la palabra impresa y de cualquier 'nombre' conocido, o cualquier 'personalidad del mundo del espectáculo'. Aunque los lectores afirmen que 'se lo toman con cierto escepticismo', en realidad no es así. Están ávidos de creer, y creen, porque creer es más fácil que no creer, y porque cualquier cosa escrita tiende a ser 'verdadera en cierto modo'."

El protagonista de este diario, un director de teatro retirado, ha sacado la varita mágica cual Próspero para acomodar los elementos a su gusto pero aquí nadie le hace caso. Esto no es un escenario, parecen decirle los demás protagonistas. El prodigio, paranoico y divertidísimo, termina por desvanecerse a pesar del ahínco con que ha sido construido. El fracaso no solo sobreviene al personaje, también al lector, que al poco desconfía de todo.

"En realidad, todo esto se terminó hace mucho tiempo, y ahora lo estamos soñando."  
"Pero tú estás intentando obligarme a entrar en una trama que no es la trama de la situación. Lo que estás diciendo es todo colateral, es una especie de comentario abstracto. Eres tú quien está 'contando un cuento'. Yo estoy en el lugar donde suceden realmente las cosas."

¿Las cosas suceden realmente? Murdoch reflexiona sobre la ficción de la vida en relación con lo que convencionalmente entendemos por ficción y que solemos relegar al arte de la fabulación. Por lo visto se parecen en cierto punto: aquello del caos y la necesaria interpretación. Acaso tergiversada, acaso magnificada, pero siempre personal y maravillosa.


Qué necesaria esta experiencia marina, de prosa lúcida y rebosante de sentido del humor, con ese punto intermedio entre la inocencia y la ironía de los realmente talentosos.


lunes, 27 de mayo de 2013

Iris Murdoch o la escritura hermafrodita









 
Iris Murdoch, El príncipe negro (1973), traducción de Camila Batlles, Barcelona, Lumen (2007) 
http://www.megustaleer.com/ficha/H416179/el-principe-negro

Me encontraba curioseando un formulario de un concurso de relatos en el que, después de solicitar los acostumbrados datos personales, e incluso antes de pegar el relato en cuestión, se exige al participante marcar la casilla de sexo (M/H) como requisito imprescindible para la correspondiente participación, y de inmediato pensé en si era relevante a tal punto de que de no marcarlo resulta imposible enviar ese relato al parecer tan sexuado. Vaya, me dije lamentándome por Tiresias y Orlando. Pobrecitos/as, no hubieran podido participar. 
 
De inmediato acudió a mi memoria una novela exquisita (fíjate, me digo, los libros entran y salen de tu "memoria" sin ningún tipo de parcialidad, como si pudieras extender la mano y rescatarlos de las baldas a tu antojo). Su protagonista: Bradley Pearson, el hilarante narrador de El príncipe negro, y algunas de sus más lúcidas reflexiones:
 
"Una obra de arte es tan buena como lo sea su creador. No puede serlo más. Tampoco puede serlo menos".
 
¿Para qué necesitarán conocer de antemano el sexo del autor del relato? ¿Existen cuotas de participación? ¿Preven cuotas de publicación? 
 
Y sigo leyendo: "Tú, y no eres el único, todo crítico tiende a hacerlo, te expresas como si estuvieras dirigiéndote a una persona con una invencible autocomplacencia; te expresas como si el artista no advirtiera nunca sus errores. Lo cierto es que la mayoría de los artistas comprenden sus fallos mucho mejor que los críticos" (p. 239); y poco después: "Pero sentía esos oscuros glóbulos en la cabeza, ese cosquilleo en los dedos que presagia el advenimiento de la inspiración" (p. 293), o más adelante: "El arte no es cómodo ni puede remedarse. El arte dice la única verdad que en definitiva importa. Es la luz por la cual las cosas humanas pueden ser enumeradas. Y más allá del arte no hay, se lo aseguro a ustedes, nada" (p. 562). 
 
Confieso que me cuesta horrores descubir (aunque puede que mis baldas se hayan caído al suelo y rumee sin acertar), siquiera entre líneas, algún matiz exclusivamente femenino ni tan siquiera un aire artificiosamente masculino sino más bien una neutralidad o universalidad del todo hermafrodita. 
 
Y adoro la hermafrodicidad narrativa. La duda-sorpresa del qué más da. La prosa ambigua, la andrógina.
 
Fíjate, me digo (qué remedio que hablarme a mí misma), que en El príncipe negro la ambigüedad no solo atañe al estilo, sino también a la trama (como dirían los formalistas rusos: forma = sentido): leemos la confesión del protagonista, confiamos en su verdad, para al poco vernos desengañados por el punto de vista del resto de personajes, de modo que apenas si podemos fiarnos de ninguno. A la manera de Otra vuelta de tuerca, de Henry James y su narradora parcial.
 
Narradores ambiguos (forma = sentido) = ¿autores o /as? Pánico a lo desconocido.
 
Quizá sea por eso que necesiten de una pista. 
 
Ojalá los participantes pudieran explayarse con esas M y esas H formando adjetivos/advervios. Ya sabéis a qué chabacanos chistes me refiero.