rumiar la biblioteca: Rosa Chacel
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lunes, 14 de diciembre de 2020

Rosa Chacel a propósito de la confesión en España

Rosa Chacel, La confesión (1970), Barcelona, Comba (2020)

https://editorialcomba.com/libros/ensayo/la-confesion/


Es notable cómo cambian las maneras de leer a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en este libro Rosa Chacel se pregunta por qué no existe el género de confesión en España. También cambian las maneras de escribir, a juzgar por la profusión de autoficciones o literaturas del yo (Rosa Chacel misma, una de las voces más destacadas en este sentido) o confesiones más o menos ficcionadas en el panorama literario español de hoy.

El caso es que Rosa Chacel, a través de un análisis más bien psicoanalítico y filosófico, con ese estilo propio de las introducciones de Cátedra que leíamos cuando estudiábamos filología, es decir, ese estilo de exégesis del filólogo, primero aborda a tres grandes autores de confesiones: San Agustín, Rousseau y Kierkegaard. Después, se adentra en tres autores españoles: Cervantes, Galdós y Unamuno. Evidentemente, a Cervantes se le perdona todo y queda fuera de cualquier tipo de acusación, sobre todo porque en el personaje del Quijote Cervantes se mostró a sí mismo sin tapujos, dice Chacel. Pero en cuanto a los otros dos, llega a la conclusión de que jamás se muestran en sus textos porque en España hay un complejo con el eros, también en la novela, que siempre queda en algo parecido a un punto ciego. Luego le echa la culpa a eso precisamente, a ese pudor, la falta de interés por los escritores españoles de entonces.

"¿Qué régimen de anacoretas habría sido el nuestro si no hubiéramos devorado la novela del resto de Europa? Francia, Rusia, los escandinavos, pasiones y climas rezumantes de contenido humano. Esto nos sirvió para madurar, para adquirir facultades, tener gustos y predilecciones. Además, nos sirvió para ver lo que nos faltaba y, sobre todo, para intuir por qué nos faltaba. En esto estribaba el retraimiento de nuestro amor. Tanto se nos censuró el extranjerismo, tanto se habló de la manía esnob de buscar lo exótico... Lo que nos alejaba de nuestros escritores era el percibir que nos ocultaban algo. Sentíamos que lo que en Galdós parecía discreción, 'respeto de sí mismo', y en Unamuno sobriedad cuáquera, parquedad sin deleite, era, indiscutiblemente, ocultación. Pero ¿falsedad?, ¿hipocresía?... No, nada de eso, sino la más grave de las ocultaciones: nos ocultaban lo que se ocultaban a ellos mismos. Por eso la ausencia, el punto ciego u opaco, la fealdad a veces, la mudez del fantasma que se escamotea en sus obras, se puede compendiar diciendo que lo que falta en ellas es confesión."

lunes, 17 de abril de 2017

Rosa Chacel o escribir por encima y como en broma

Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle (1945), prólogo de Andrea Jeftanovic, Barcelona, Comba (2017)
https://www.editorialcomba.com/catalogo/libros/narrativa/memorias-leticia-valle/

Digámoslo sin rodeos: esta novela es excelente. Es linda, sencilla, se lee con absoluta naturalidad de una sentada. Raro que no se hable más de Rosa Chacel. De hecho, la primera vez que presté atención al nombre de Rosa Chacel fue por Mario Levrero, en La novela luminosa: "Hace un tiempo le había hecho conocer a Rosa Chacel, a quien descubrí por casualidad en una liquidación de libros usados. Memorias de Leticia Valle me pareció una novela extraordinaria, y la hice circular entre todas mis amigas brujas, porque no me quedó la menor duda de que doña Rosa era una auténtica bruja, en el buen sentido de la palabra". A mí también me toca empezar con esta novela, hermana de Las primas de Aurora Venturini o Memoria por correspondencia de Emma Reyes, y con esto quiero decir que quien haya disfrutado de una disfrutará de las otras, porque comparten la intimidad, la travesía hacia la adolescencia, lo eludido, el sentido del humor entre naif e irónico y el desparpajo. 
"Claro que se lo conté del modo especial que yo le contaba las cosas, muy por encima y como en broma, recalcando bien el aspecto cómico que pudiera tener el susto que me había llevado."
Tal vez Rosa Chacel se centre un poco más en las percepciones que acompañan el ir abandonando "esa enfermedad" de la infancia. Las analiza con un tono directo, confidente, que discurre sin torpeza, sin cambios bruscos, de manera sorprendentemente natural. Las escenas se suceden una tras otras como si navegáramos en una barca por un río apacible. Y uno se pregunta cómo consigue atrapar al lector, porque lo que narra no tiene nada de extraordinario, se parece demasiado a nosotros mismos.
"Solo que yo sabía que lo que me embrutecía no era la falta de libros, no era que antes estudiase y ahora no hiciese nada, sino precisamente que ahora el no hacer nada lo hacía de otro modo. Antes ponía más atención en ese no hacer nada que en cualquier otra cosa. Para levantarme de la cama había una lucha que duraba media mañana todos los días; para arrancarme del balcón o del patio, o del rincón donde me metía a jugar, para hacerme acostar a una hora razonable, la misma historia. Porque precisamente cuando no hacía nada me ponía furiosa que me interrumpiesen, que me hiciesen cambiar de postura inesperadamente. En cambio, desde que caí en el pueblo, todo me dio igual: me levantaba sin llamarme nadie y en cuanto oscurecía ya estaba deseando irme a la cama."
Así nos lo cuenta la protagonista, una niña huérfana de madre que vive con su padre, un general que acaba de volver de la guerra de Marruecos, y su tía. Al poco de comenzar la novela dejan Valladolid y se trasladan a Simancas, un pueblecito. El cambio de ambiente provoca cambios en ella. Pocas cosas le interesan. Enseguida Leticia conoce a Luisa y su marido, Daniel, con quienes pasa la mayor parte del día: Luisa, una mujer diferente a quien admira, le enseña música, y Daniel hace de profesor, porque Leticia no va a la escuela, no le gustan los niños de su edad, su aburre horriblemente con ellos. 

*

Cada persona tiene un secreto, viene a decirnos el libro. Allí se cuentan cosas, pero se callan otras muchas. De hecho, el asunto del que trata la novela apenas se insinúa. Comprendemos, porque se trata de la vida y todos más o menos la comprendemos, y si no comprendemos al menos nos damos cuenta de que ahí hay un misterio.