rumiar la biblioteca: J. G. Ballard
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lunes, 9 de septiembre de 2019

J. G. Ballard o narrar el deseo

J. G. Ballard, El día de la creación (1987), traducción de Carlos Peralta, Barcelona, Minotauro (2003)

Este es un libro bellísimo que narra la creación de un deseo: Mallory, médico destinado en África en una localidad prácticamente abandonada a causa de la sequía, atestada de basura y amenazada por las guerrillas, se obsesiona con encontrar agua subterránea para que el lago Kotto vuelva a llenarse. Un día encuentra esa agua y poco a poco se va transformando en un río que no deja de crecer, que va inundando toda África y que llena de vida el continente. Pero Mallory, que se cree dueño del río y por eso mismo pide que se lo bautice con su nombre, tiene una relación bastante ambivalente con él. Como si el río fuera su propio yo. Por momentos quiere aniquilarlo, por momentos es el río quien quiere salvarlo.
"Como si olvidara toda esa actividad militar, el río alisó su superficie y se sumió en sí mismo, en aquellas secretas profundidades donde algo mío se había ahogado. Todavía sentía el agua corriendo por mis venas y reconocía los cambios que el río había impuesto en el reino del tiempo y en el de los sentidos. Sabía que mi obsesión con el río había provocado la muerte de la fotógrafa japonesa, y que su cuerpo yacía en el cementerio de la desierta misión católica, junto a los trabajadores de la compañía petrolera y al anterior gerente del garaje Toyota. Sin embargo, en mi mente ella y yo todavía nadábamos en aquella corriente brillante y llena de grava. Yo quería sumergirme en los grandes ríos del mundo, ser atraído a sus profundidades. Ya había imaginado que no quería matar al Mallory sino a mí mismo, y que el río creado por mí trataba, en realidad, de salvarme."
Entonces decide secuestrar una embarcación y navegar hasta el origen del río. Ese viaje, que hace junto a Noon, una niña de doce años, es una viaje al comienzo de los tiempos. Evidentemente se ven amenzados todo el tiempo por la policía que quiere recuperar el barco y por la guerrilla. Todos quieren servirse del río para sus propósitos. Incluso hay un tal Sanger que está filmando un documental. Mallory está cada vez más enloquecido y enfermo. Obsesionado con el río. Él cree que solo la niña comprende que el río y él son una misma cosa y por eso es la única persona en quien confía.
"Mientras remontábamos la corriente, mi deseo de destruir el río cedía paso a la creencia de que había algún secreto en la fuente del Mallory y de que solamente Noon me guiaría hacia él."

lunes, 26 de agosto de 2019

J. G. Ballard o el asombro

J. G. Ballard, Mitos del futuro próximo (1982), traducción de Marcial Souto, Barcelona, Minotauro (1990)

Hacía mucho tiempo que no leía un libro tan bueno. Es un libro de cuentos, con una atmósfera donde hay piscinas vacías, el sol es amenazador, hay astronautas jubilados y muchas experiencias extrañas con el tiempo. Con la conciencia y las percepciones del tiempo. También hay un cuento divertido de una mujer que está loca y que se cree Cenicienta, y que repite el cuento de Cenicienta a la manera del Quijote. Mucha gente loca. Mucho inconsciente. Además están esos escenarios de edificios abandonados y resorts de lujo al lado de la playa, donde apenas hay nadie. Después hay un cuento de guerra televisada, también de un prisionero de los japoneses al final de la Segunda Guerra Mundial que es un cuento de zombis. Está el horóscopo actualizado para el siglo XXI donde los signos no son cabras y cangrejos, sino misiles de crucero y espirales intrauterinas. Los últimos tratan sobre el amor de un hombre por una muñeca de tamaño natural; un tipo que apenas sale de casa, que prefiere moverse en silla de ruedas y que está obsesionado con la escena del asesinato de la película Psicosis, y una familia que jamás ha tenido contacto físico y que se relacionan a través de la pantalla del televisor. 
"Solo a distancia podía uno vivir en una verdadera intimidad con otro ser humano, intimidad que con el tiempo quizá llegase a transformarse en amor." ("Unidad de cuidados intensivos")
Me encanta el universo Ballard, porque es muy borgiano, pura literatura conceptual, y además raro e inquietante, donde siempre hay guiños a la tradición. Es delicioso. Me puso en un tono de asombro durante toda la lectura. Un tono soñador, maravillado. Estuve maravillada y con la mente y la imaginación expandidas, latiendo de fascinación. 
"¿Simultaneidad? Es posible imaginar que todo ocurre al mismo tiempo, que todos los acontecimientos 'pasados' y 'futuros' que constituyen el universo tienen lugar a la vez. Quizá nuestro sentido del tiempo sea una estructura mental primitiva que heredamos de nuestros menos inteligentes antepasados. Para el hombre prehistórico la invención del tiempo (un brillante salto conceptual) fue una manera de clasificar y almacenar la inmensa catarata de acontecimientos que le había abierto su cerebro incipiente. [...] Si el tiempo es una estructura mental primitiva que hemos heredado, deberíamos recibir con alegría su atrofia, abrazar las ausencias." ("Noticias del Sol")

lunes, 29 de enero de 2018

J. G. Ballard o la erotización de la tecnología

J. G. Ballard, Crash (1973), traducción de Manuel Manzano, Barcelona, RBA (2012)

El narrador, un tal Ballard, acaba de sufrir un accidente de coche y está convaleciente en el hospital. Enseguida sabemos que la novela que estamos a punto de leer es la historia de cómo conoció a Vaughan, un tipo desquiciado y pervertido al que le gusta el sexo en autopistas, los accidentes de tráfico y las cicatrices. 

Ballard (el autor) consigue aquí una inquietante erotización de la tecnología y la novela discurre como un compendio de posibilidades sexuales relacionadas con el automóvil.
"De hecho, yo estaba pensando en el contraste entre la generosa pose, las fachadas de cristal de los edificios del aeropuerto y el resplandeciente cromado del coche nuevo. Sentado en aquella réplica exacta del vehículo donde casi había encontrado la muerte, visualicé el parachoques triturado y la rejilla del radiador aplastada, la precisa deformación de las molduras, el desplazamiento angular de los bordes del parabrisas. El triángulo del pubis de Catherine me recordó que aún no habíamos consumado el primer acto sexual dentro de ese coche."
El propio Ballard dice en el prólogo (1995), agregado en esta edición, que quiso escribir "la primera novela pornográfica basada en la tecnología". Pero permítanme que copie un buen trozo del prólogo, que no tiene desperdicio:
"Además, creo que el equilibrio entre la ficción y la realidad ha cambiado significativamente en las últimas décadas. Sus papeles se invierten cada vez más. Vivimos en un mundo regido por ficciones de todo tipo: la comercialización en masa, la publicidad, la política dirigida como una rama de la publicidad, el dominio de la pantalla del televisor por encima de cualquier respuesta original fruto de la experiencia... Vivimos inmersos en una gran novela. El escritor necesita cada vez menos inventar contenidos ficticios para sus obras. La ficción ya está ahí fuera. La labor del escritor es inventar la realidad.
En el pasado asumíamos que el mundo que nos rodeaba constituía la realidad, aunque puede que a veces confusa e incierta, y que el universo interior de nuestras mentes, los sueños, las esperanzas, las ambiciones, representaban el reino de la fantasía y de la imaginación. Creo que esos roles se han invertido. El método más prudente y efectivo para enfrentarse al mundo que nos rodea es asumir que se trata de una completa ficción. Por el contrario, el pequeño anclaje de realidad que nos queda está dentro de nuestras propias cabezas. Ahora necesitamos aplicar al mundo externo de la llamada realidad la clásica distinción de Freud entre el contenido latente y el contenido manifiesto de los sueños, la distinción entre lo aparente y lo real.
Habida cuenta de esas transformaciones, ¿cuál es la principal labor a la que se enfrenta el escritor? ¿Puede seguir haciendo uso de las técnicas y perspectivas de la novela tradicional del siglo XIX, de su narrativa lineal, de su mesurada cronología, de sus grandilocuentess personajes que habitan amplios dominos de espacio y tiempo? ¿Sus temas pueden ser las bases de un carácter o de una personalidad ancladas profundamente en el pasado, la pausada revisión de las raíces, el examen de los más sutiles matices del comportamiento social y de las relaciones interpersonales? ¿Tiene el escritor la autoridad moral para inventar un mundo autosuficiente y cerrado en sí mismo, para aventajar a sus personajes como un examinador que ya conociera de antemano las respuestas a todas las preguntas? ¿Puede dejar de lado todo lo que prefiere no entender, incluidos sus propios motivos, prejuicios y psicopatologías?
Creo que el papel del escritor, su autoridad y su libertad de acción, han cambiado radicalmente. En cierto sentido, pienso que el escritor ya no sabe nada. No tiene una posición moral. Ofrece al lector los contenidos de su propia mente, un conjunto de opciones y alternativas imaginarias. Su papel es el del científico, ya sea en un safari o en un laboratorio, enfrentado a un terreno o a un tema desconocidos. Lo único que puede hacer es planear varias hipótesis y demostrarlas mediante los hechos."

lunes, 6 de noviembre de 2017

Adolfo Bioy Casares y J. G. Ballard: islas (dos citas)

Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel (1940), Madrid, Alianza (2010)
https://www.alianzaeditorial.es/libro.php?id=3142701&id_col=100500&id_subcol=100501

"Estar en una isla habitada por fantasmas artificiales era la más insoportable de las pesadillas; estar enamorado de una de esas imágenes era peor que estar enamorado de un fantasma (tal vez siempre hemos querido que la persona amada tenga una existencia de fantasma)."





J. G. Ballard, Playa terminal (1964), traducción de Aurora Bernández, Barcelona, Minotauro (2000)

"Había motivos inconscientes más fuertes, reconocía Travers, para dejarla tal como era ahora: si el hombre primitivo había sentido la necesidad de incorporar a su propia psique los acontecimientos del mundo exterior, el hombre del siglo XX había invertido el proceso... De acuerdo con esta vara de medir cartesiana, la isla al menos había existido, lo que no podía decirse de muchos otros lugares." ("Playa terminal")