rumiar la biblioteca: agosto 2019

lunes, 26 de agosto de 2019

J. G. Ballard o el asombro

J. G. Ballard, Mitos del futuro próximo (1982), traducción de Marcial Souto, Barcelona, Minotauro (1990)

Hacía mucho tiempo que no leía un libro tan bueno. Es un libro de cuentos, con una atmósfera donde hay piscinas vacías, el sol es amenazador, hay astronautas jubilados y muchas experiencias extrañas con el tiempo. Con la conciencia y las percepciones del tiempo. También hay un cuento divertido de una mujer que está loca y que se cree Cenicienta, y que repite el cuento de Cenicienta a la manera del Quijote. Mucha gente loca. Mucho inconsciente. Además están esos escenarios de edificios abandonados y resorts de lujo al lado de la playa, donde apenas hay nadie. Después hay un cuento de guerra televisada, también de un prisionero de los japoneses al final de la Segunda Guerra Mundial que es un cuento de zombis. Está el horóscopo actualizado para el siglo XXI donde los signos no son cabras y cangrejos, sino misiles de crucero y espirales intrauterinas. Los últimos tratan sobre el amor de un hombre por una muñeca de tamaño natural; un tipo que apenas sale de casa, que prefiere moverse en silla de ruedas y que está obsesionado con la escena del asesinato de la película Psicosis, y una familia que jamás ha tenido contacto físico y que se relacionan a través de la pantalla del televisor. 
"Solo a distancia podía uno vivir en una verdadera intimidad con otro ser humano, intimidad que con el tiempo quizá llegase a transformarse en amor." ("Unidad de cuidados intensivos")
Me encanta el universo Ballard, porque es muy borgiano, pura literatura conceptual, y además raro e inquietante, donde siempre hay guiños a la tradición. Es delicioso. Me puso en un tono de asombro durante toda la lectura. Un tono soñador, maravillado. Estuve maravillada y con la mente y la imaginación expandidas, latiendo de fascinación. 
"¿Simultaneidad? Es posible imaginar que todo ocurre al mismo tiempo, que todos los acontecimientos 'pasados' y 'futuros' que constituyen el universo tienen lugar a la vez. Quizá nuestro sentido del tiempo sea una estructura mental primitiva que heredamos de nuestros menos inteligentes antepasados. Para el hombre prehistórico la invención del tiempo (un brillante salto conceptual) fue una manera de clasificar y almacenar la inmensa catarata de acontecimientos que le había abierto su cerebro incipiente. [...] Si el tiempo es una estructura mental primitiva que hemos heredado, deberíamos recibir con alegría su atrofia, abrazar las ausencias." ("Noticias del Sol")

lunes, 19 de agosto de 2019

Escribir. Fragmento del diario (12/11/2009)

Cuando estoy trabajando, cuando estoy en ello, esta sensación de inseguridad es más cotidiana. Pasa uno de pensar que es una obra maestra a pensar que es una mierda, incluso en la primera relectura. Bueno, estoy exagerando. La verdad es que suele ocurrir más bien por días. Hay días muy buenos, otros malísimos, y los más ni buenos ni malos. Es ir haciendo y ya está. Uno va como distanciándose de lo que está escribiendo, y por eso termina por ocurrir que se transforma en un bucle, una manera de mirar, de leer, de la que uno no puede salir, porque en realidad no puede entrar. Ya no está uno dentro de la novela como para saber qué está pidiendo la novela. Qué es lo que está ocurriendo allí. Saberlo, porque aquello es un mundo completamente imaginario. Un mundo paralelo donde ocurren cosas, la más de las veces completamente insospechadas.

lunes, 12 de agosto de 2019

El perro Olk. Fragmento del diario (09/10/2013)


El otro día, cuando recordaba ese gesto que hace mi cuñada (guiña un ojo y hace un ruidito con la boca al mismo tiempo: chic, más que un ruidito es como un chasquido rápido y que pretende ser simpático), gesto de complicidad y de empatía, me preguntaba si la primera vez se lo vi a ella o a mi hermano, y después no supe si había sido ella la primera o más bien ella había perfeccionado un gesto que primero había empezado en mi hermano (que solía guiñar y acto seguido decir okey, okey). Mi otro hermano, el pequeño, hubo un tiempo en que también hacía ese gesto, el de mi hermano acompañado del okey. Todo esto no hace más que corroborar el contagio de los gestos cuando convivimos con las personas. Como los gatos y los perros que dicen que se parecen a sus dueños.


Nosotros tuvimos un perro, o preciso: unos cuantos perros, pero si pienso en el primero, Olk, no sabría decir a cuál de nosotros se parecía. Yo solía dejarlo entrar en casa, era listo y le gustaba tumbarse en el sofá, que llenaba de pelos, y también frente a la chimenea, a veces tan cerca que podíamos sentir olor a pelo quemado. Se le calentaba la espalda tanto, tanto, a veces también la cabeza (que acostumbraba apoyar en la misma base de la chimenea), que hubo ocasiones en que teníamos que despertarlo (aunque estuviera soñando y moviera sus patas con frenesí, como suelen moverlas los perros cuando duermen) para que se alejara un poco al menos. Además estaba el temor añadido de que un tronco se deshiciera y un trozo de brasa fuera a darle en la cara, o que una chispa no fuera solo chispa y le hiciera quemaduras en el cuerpo.


Eso en inverno. En verano solía ladrar desesperado alrededor de la piscina cuando nosotros nos bañábamos, y hubo veces que se tiraba él solo con intención de rescatarnos, según creíamos nosotros. Después había que sacarlo. Todas esas precauciones y temor paternalista se lo atribuíamos a que, de cachorro, había caído a la piscina un invierno (quizá fuera otoño, cuando el agua estaba allí todavía pero mi mamá ya no la mantenía sino que la reutilizaba mientras se iba vaciando), de modo que Olk cayó a la piscina medio vacía y nadie se percató de inmediato, por lo que nunca supimos cuánto tiempo llevaba el pobre cachorro nadando y esperando a ser rescatado. Alguien lo sacó, mi mamá o mi papá, no recuerdo, sí recuerdo en cambio cómo fue llevado de inmediato entre lamentos y conmoción de los hermanos a la bañera con agua calentita y fue friccionado con toallas perfumadas y atendido con mil amores por mamá. Supongo que desde entonces a Olk se le permitió estar en casa, se le dejó que durmiera junto a la chimenea y ya se sabe lo que pasa con las costumbres, incluso con las buenas.

También sabía abrir las puertas, pelear como un guerrero (era un pastor alemán mezclado con dobermán de considerable tamaño), y vaguear, como todo buen perro. Ladraba mucho, con un ladrido de esos lentos y pesados. Le encantaba viajar en auto. Se asustaba con los petardos de Año Nuevo, pero en eso lo entiendo, a mí también me dan miedo, como un terror atávico.


Un verano nos fuimos de vacaciones coincidiendo con las fiestas, y mis padres, temiendo el escándalo de cada año, tomaron la precaución de dejar al perro en un hotel de perros o algo similar. Mi padre, que era el encargado de estas tareas en casa, se cuidó de avisarle al tipo del hotel la barahúnda que montaba Olk ante el mínimo chasquido, y le dejó los sedantes que Olk tomaba cada año. Por supuesto que el buen hombre le dijo que se quedara tranquilo, que no era el primer perro que cuidaba, y cuando volvimos de vacaciones nos enteramos de que Olk, encerrado en un pequeño aseo la noche en cuestión y colocado de sedantes hasta las orejas (el hombre tenía derecho a una copa de champán, y nunca se hubiera imaginado…), arrancó unos cuantos azulejos del suelo y la pica de cuajo. Se lo encontró temblando y todo ensangrentado.


De mayor empezó a ponerse violento. Cuando lo molestaban, enseñaba los dientes. Por supuesto que eso preocupaba a mamá. Lo único que faltaba era que el perro mordiera a alguno de la familia. Olk se había dado cuenta de que podía dar miedo, y que ese temor que nos infundía le servía para que lo dejáramos en paz.
 
Poco después surgió lo de venir a España, y la colocación de los perros era un tema que había que resolver cuanto antes. Para entonces quedaban dos: la perra había muerto a causa de una complicación de los riñones y uno de los cachorros había sido envenenado. El otro cachorro, como era lindo y joven, enseguida encontró cuidador. Pero faltaba Olk. Papá iba dando voces, y entonces conoció a un carnicero que vivía en el campo y que andaba buscando un perro que metiera miedo. Mi padre todavía se acuerda de abrirle la puerta para que saliera del auto y de cómo se fue como tiro a perseguir unos gatos. Después volvió. Se hicieron las presentaciones pertinentes y algunas carantoñas. El carnicero dijo ya vengo, y cuando salió del local, para comprárselo, le lanzó un hueso con bastante carne. Un truco fácil. Mi padre cuenta que Olk cazó el hueso al vuelo y que lo lanzaba hacia arriba haciéndolo girar en el aire para volver a morderlo. Entonces se fue tranquilo, porque díganme si eso no es una imagen de la felicidad. Al menos una concreta: un perro lanzando un hueso al aire en medio del campo.

lunes, 5 de agosto de 2019

Escribir. Fragmento del diario (13/03/2018)

Escribir es verdaderamente separarse de la vida, mirarla desde la ventana, encerrarse adentro, adentro de una casa generalmente, pero sobre todo adentro de uno mismo, separado de todo lo que hay alrededor. Cuando empiezo a escribir me separo de todo lo que está alrededor y mi atención se centra en lo interior. En algo que sale de dentro. Es algo que no está demasiado relacionado con lo exterior salvo con la memoria de eso previamente percibido en el exterior. Filtrado por la conciencia. Todo lo demás en la escritura, es decir, todo lo que no es memoria, es inconsciente y demasiado misterioso y a veces sorprendente y la mayor parte de las veces estúpido e incomprensible, pero a veces fascinante aunque la mayor parte de las veces da vergüenza, casi como vergüenza ajena, porque es algo desconocido y temerario por momentos, y absurdo y naif la mayor parte de las veces.