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lunes, 13 de mayo de 2024

Releer a Chantal Maillard

 

Chantal Maillard y Muriel Chazalon, Decir los márgenes, Barcelona, Galaxia Gutenberg (2024)

https://www.galaxiagutenberg.com/producto/decir-los-margenes/

Bellísimo libro que es conversación y relectura a la obra de Chantal Maillard, es decir, Maillard por Maillard vehiculada por Muriel Chazalon, donde no solo leemos la conversación entre dos conocedoras de los mecanismos de la creación sino que tenemos (en los márgenes) fragmentos de su obra. Así, el libro no solo es interesante como compendio y repaso al pensamiento de una de las más interesantes filósofas y poetas de hoy, sino que es bello de mirar, con ilustraciones de la propia Chazalon y un juego de maquetación que invita a la participación activa de los lectores.

"Uno de los puntos flacos –o fuertes, según se vea– del antropocentrismo es haber creído que tan sólo el humano poseía lenguaje y haber situado no solo la diferencia sino también la superioridad de nuestra especie en el hecho de poseerlo. Sería mucho más honesto decir que tan solo entendemos nuestro lenguaje, que somos sordos al lenguaje de otras especies como lo somos a ciertos sonidos de idiomas que desconocemos. Los lenguajes no humanos son múltiples, por no decir infinitos, en frecuencia y en variedad. Y, no obstante, todas las especies vegetales y animales se entienden sin problema. Solo en los humanos parece haberse atrofiado la percepción que nos capacitaba para coordinarnos con todo lo demás. Los lenguajes están hechos de vibraciones y estas se perciben no por medio de la mente que atiende al discurso sino mediante una escucha del propio cuerpo, la piel en primer lugar. Nuestra piel responde a las vibraciones de forma inmediata: sin mediaciones, y es capaz de percibir frecuencias que el oído no percibe, siempre y cuando no dejemos que la mente se inmiscuya tratando de interpretar o traducir a nuestro lenguaje lo que se comunica sin necesidad de palabras."







lunes, 28 de febrero de 2022

Chantal Maillard y la filosofía del lenguaje (cita)

Chantal Maillard, Las venas del dragón, Barcelona, Galaxia Gutenberg (2021)

http://www.galaxiagutenberg.com/libros/las-venas-del-dragon/

"Recordemos que, en su famoso poema, la diosa le ofrece a Parménides dos caminos: el del sí y el del no, el de lo que hay ([...] 'lo que está siendo') y el de lo que no hay o, como suele entenderse, el del ser y el del no-ser. De estos dos caminos solo el primero puede pensarse, y puesto que 'lo mismo es para el ser que para el pensar', solo ese es transitable. El otro, el del no, es inescrutable. Propongo que nos situemos por un instante en esa bisagra porque este fue el momento en el que, en Occidente, la filosofía se convirtió en teoría del lenguaje. El mundo de los conceptos se superpuso al mundo de los signos en el que la palabra, consciente aún de su función, no olvidaba que tras ella, tras cada una de ellas, latía algo inapresable e inexpresable. La diosa separó las dos hebras del universo, las alisó, hizo de ellas dos caminos, y el griego optó por uno de ellos, el del sí, el de lo que puede pensarse y decirse sin que deje de ser nunca idéntico a sí mismo. A esa identidad, a esa repetición, la llamó 'verdad'. Del algo-siendo [...] de los griegos al esse latino, del participio al infinitivo, de la ontología, pues, a la teología del Ser, habría aún un largo camino -que sería propiamente el de la teología cristiana-, pero lo cierto es que, a partir de ese momento, el curso del universo, aquel que Heráclito aún veía fluir y alternar entre opuestos, se detuvo. Perdimos de vista el movimiento, las cosas vinieron a habitar el lenguaje, la vida se separó de la muerte, la razón se separó del cuerpo. La intuición fue relegada a la zona oscura. Se instauró el reino de las ideas, inmóviles, indivisibles, finitas, idénticas a sí mismas, pensables pero tan solo pensables y, por supuesto, discutibles. Y todo ello en la confianza de que las palabras pudiesen convertir la realidad en algo estable, susceptible de ser manipulado y controlado."

 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Escribir, leer, meditar: una lectura de Chantal Maillard

Chantal Maillard, India, Valencia, Pre-textos, 2014

https://www.pre-textos.com/escaparate/product_info.php?products_id=1513

[Publicado en Quimera 442, octubre de 2020]

Cada vez me interesan más los conocimientos que se adquieren por la experiencia. Acaso por circunstancias personales y porque, qué remedio, cada vez me adentro más en la segunda parte de la vida, empiezo a darme cuenta de que la mente no lo puede todo. De que se puede explicar con palabras, pero si no se tiene la experiencia es difícil comprender. De que una cosa es la teoría y otra cosa es el saber. Una cosa es la información y otra, el conocimiento. Me refiero a ese tipo de conocimiento que se adquiere al hacer algo, un conocimiento de la práctica, de la experiencia. Por ejemplo: escribir ficción, mirar un cuadro, escuchar música, alcanzar un orgasmo, meditar. Nos pueden explicar de qué se trata el placer estético, el pacer del orgasmo, el placer de la meditación, pero cada uno va a entender una cosa distinta porque cada uno tiene una experiencia distinta. Mi experiencia de la meditación es relativamente escasa, y medito a la manera occidental, lo que Andrés Ibáñez llama «meditación con semilla» (Construir un alma, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018). Cuando aprendí a meditar con semilla (un tipo de meditación que va siguiendo un recorrido imaginario), me pareció que meditar era muy parecido a escribir ficción.

Hace cosa de un mes soñé (no sé por qué) con Chantal Maillard, y al día siguiente recibí una entrevista suya para la revista de la que soy editora de mesa, La Maleta de Portbou. Evidentemente, la casualidad llamó mi atención, y como suelo guiarme por intuiciones de este tipo, que dicho sea de paso me suceden a menudo, me dispuse a leer su libro India (Valencia, Pre-textos, 2014). Hasta entonces desconocía que Maillard fuera una especialista en filosofía oriental. Solo había leído La razón estética y La compasión difícil como correctora de pruebas, dos libros que en su momento me impresionaron, pero no había ido más allá.

En India, Maillard explica que la gran diferencia entre la cultura india y la nuestra parte de un elemento esencial: piénsese en que para nosotros lo que importa es la luz mientras que para los indios lo que importa es el sonido y la respiración. A nosotros nos importa ver; a ellos, escuchar. Estoy resumiendo mucho y mejor voy a citar a Maillard: «La diferencia entre el universo sonoro de India y el universo visual y táctil de las naciones occidentales nos da una pauta para comprender lo que prima en una y otra tradición, a nivel perceptivo. La manera de educar los sentidos es distinta y, por tanto, también lo es la manera de procesar la información» (p. 388). Aparte de esta diferencia, tal vez lo más interesante es la manera en que ellos llegan al dominio de sí mismos. Porque todos queremos dominar nuestros impulsos. Tanto Oriente como Occidente entienden que la felicidad no es la euforia de la alegría. La felicidad bien entendida se parece a la calma. Si uno se deja llevar por las emociones, si uno se identifica con las emociones, es como si uno fuera a la deriva.

En Occidente recurrimos a las técnicas psicológicas, que se basan principalmente en el dominio a través de la mente, a través del análisis de la palabra entendida como concepto (no la palabra entendida como sonido/vibración). A través del dominio de la conciencia, el occidental ordena las emociones y también es capaz de acceder a la zona inconsciente donde habitan los deseos, para seguir ordenándolo todo. Para conseguir la calma. Los indios van un poco más allá porque identifican otra zona de la conciencia que es capaz de llegar a algo que podríamos entender como universal. Tesla lo llamaba «éter». Jung lo llamaba «inconsciente colectivo». David Lynch, un ferviente defensor de la meditación, recomienda vivamente acceder a ese lugar, pues es allí donde confiesa encontrar sus «ideas». Si mediante técnicas meditativas, uno consigue ponerse en sintonía con esa energía universal, podrá dejar de identificarse con las emociones e incluso con los procesos de la mente. «Ese estado, esa calma de los deseos pero, también, de la mente que los produce, es a lo que el hinduismo aspira y sabe que puede inducirse tanto por la concentración en un punto único e inamovible como por medio de la repetición constante y ritmada de un mismo elemento fónico» (p. 352). Tanto las técnicas psicológicas como la meditación intentan eliminar el ruido de todos esos deseos que no son verdaderos y así identificar los deseos que de verdad queremos. Porque todos sabemos que la mente se deja llevar por condicionamientos, por autoengaños. Ahora bien, si uno pretende convertirse en un asceta yogui debe superar incluso los deseos, abstenerse de tener deseos, no identificarse con ninguno de ellos, porque los deseos son también la fuente del sufrimiento. Ya se sabe: hay más lágrimas derramadas por los deseos cumplidos que por los no cumplidos. Ahí es donde India acepta esa contradicción o ambigüedad de toda experiencia humana: sin deseos no habría impulso vital (lo que Schopenhauer llamó «voluntad» y Freud, «libido»), pero también son esos deseos los que nos provocan dolor. La vida es una de cal y otra de arena. Pero hay una manera de transformar ese sufrimiento en algo placentero.

Ahora podría detenerme en afirmaciones del tipo: el concepto del inconsciente no existiría si Occidente no hubiera descubierto la filosofía hindú. Maillard lo sugiere: «esos antiguos saberes que toda práctica espiritual celaba y que, desestimados u olvidados, tuvieron que ser reinventados, a ciegas y tanteando, por los psicoanalistas» (p. 394). De sobras es sabida la influencia del hinduismo en Schopenhauer y de este en Freud. Pero en vez de eso, que dejo para los estudiosos de la historia de las ideas, me gustaría detenerme en lo que Maillard explica a propósito de la teoría de la rasa. La teoría de la rasa es una teoría estética que se centra en la recepción del arte, es decir, en la experiencia del sujeto-receptor. Maillard nos explica que se desarrolló en Cachemira entre los siglos VII al XI a partir de una interpretación del gusto o placer que se obtiene al ser espectador de una obra de teatro. Evidentemente, podemos extrapolar esa experiencia a cualquier experiencia estética. Pero lo más interesante del asunto es la manera en que se compara la experiencia estética con la experiencia de la meditación. Explica Maillard que el espectador toma «la actitud receptiva del que contempla, una actitud que le permitirá desidentificarse momentáneamente de su propia individualidad» (p. 449). Así se puede focalizar (en eso consiste meditar, en fijar la atención en un punto para así acallar la mente), desidentificarse de nuestras emociones/pensamientos y acceder a eso universal. De esta manera se puede gozar incluso del dolor, de lo trágico, algo que en Occidente, después de Aristóteles, llamamos catarsis. «Esto lleva a pensar que si fuese posible y probablemente lo sea para alguien mantenerse fuera de los límites de su individualidad mientras se siente alcanzado por una intensa emoción (de cualquier tipo que sea) y logra permanecer como espectador de sí mismo en aquel trance, esa emoción, aun siendo dolor, podría transformarse en gozo, aquel que se genera por la conciencia clara de la pertenencia a ese fondo común y universal en el que toda individualidad se resuelve.» Y continúa con una de las afirmaciones más esclarecedoras del libro: «En este sentido es como puede hablarse de arte como comunicación […]. La comunicación es el acto mediante el cual los individuos recuperan en la distancia infranqueable de su condición la unidad genérica que añoran» (p. 299). Si defendemos la idea de que el arte es comunicación, esta afirmación debería importarnos mucho. Y agrego que nada más lejos de mi intención que dar a entender que el arte es terapia. El arte puede ser terapéutico, pero es mucho más que eso. Es comunicación con el receptor y también una conversación con la tradición.

(Antes de seguir, aclaro que Maillard, en el prólogo a la segunda edición de La razón estética –Barcelona, Galaxia Gutenberg, [1998] 2017 advierte de la tendencia posmoderna a recibir incluso las noticias más trágicas del mundo en los formatos antes reservados a la representación estética, cosa que predispone a recibirlos con placer, cosa que, por supuesto, deberíamos saber diferenciar. Una cosa es un telediario y otra, una película, aunque ambas nos lleguen en soporte idéntico. Un telediario no debería recibirse como espectáculo.)

Hay otras maneras de acceder a esa zona de la conciencia que algunos llaman inconsciente y otros, «fondo común y universal». Tal vez se trata siempre de experiencias de estados alterados de la conciencia, es decir, maneras de acallar la mente consciente. Experiencias que nos separan de la noción temporal, que nos sitúan en el presente, donde nos desenraizamos de la historia de vida (la memoria no deja de ser un constructo mental). «Atención y desapego son las dos grandes indicaciones de cualquier sistema de meditación. La otra orilla se alcanza habiéndose desprendido de todo interés personal» (p. 365). Piénsese en el orgasmo, en la práctica de la escritura, en el placer de la contemplación del arte, en la misma lectura, donde «el sujeto se pierde en el objeto, se olvida de sí como individuo» (p. 343). Piénsese en la meditación, en la práctica de intenso ejercicio físico, en los ritmos musicales repetitivos, en el consumo de ciertas drogas. Hablando de drogas, hay un texto de Maillard, «Un episodio insólito», también recopilado en India, que cuenta una experiencia sumamente sorprendente a partir del consumo de cannabis, algo bastante insólito para cualquiera que haya tenido experiencias con el cannabis. Esto me recuerda a una frase que decía Nora Catelli en sus clases: Poe escribía bajo los efectos del alcohol, pero por más que bebamos alcohol esto no nos garantiza que escribamos como Poe.

Podemos reírnos todo lo que queramos y confiar solamente en lo que mente y cuerpo (así divididos/jerarquizados) nos vienen comunicando. No dejamos de ser occidentales y sospechamos que todo lo psicosomático, lo experiencial, lo espiritual, apesta a autoayuda o anda demasiado cerca de lo místico. Sin duda que la actitud irónica es la mejor manera de tomarse cualquier asunto. Tomarse todo con desapego, con distancia, echando mano de la ironía (que no es otra cosa que distanciamiento). Yo elijo la vía media y, mientras suelto risitas, confío (cuando el cinismo me lo permite) en que la experiencia enseña cosas y que esas cosas nos impulsan a escribir.

lunes, 3 de agosto de 2020

La novela deejay XII

Si imaginamos un destino de la literatura similar al destino de la música, en el sentido en el que hoy aplaudimos y celebramos y adoramos al deejay como si de una estrella de rock o de un concertista virtuoso o de un afamado compositor se tratara, y celebramos su trabajo, es decir, el de poner discos, como arte, o mejor dicho, celebramos su collage y su mixtura y su capacidad de navegar por el tiempo y la tradición, de hacer tremolar el tiempo sobre diferentes bases, y extrapolamos el fenómeno al libro, o mejor, al libro electrónico, y pensamos que el escritor dejará de ser ese juntapalabras o el que busca estilo y construye una escritura, y que su función se habrá desplazado hacia un diseñador-maquetador con talento, con conocimientos de programador, que fabrique collages y corta-pegas y links de navegación por las grandes obras de todos los tiempos y aplaudamos su trabajo, lo celebremos como gran hacedor de los tiempos por venir, y colaboremos para que pueda ganarse la vida con mucha mayor soltura que un escritor, porque tal y como dicen algunos, y no sin razón, con semejante tradición para qué escribir o reescribir, o contestar y dialogar con esa tradición, quizá sea suficiente con manipularla y fragmentarla y servirnos de ella para contar la historia que queramos, para seguir ejecutando el hecho literario.


Por ejemplo, yo podría continuar con el montaje de una autobiografía in progress, que ya comenzara con los posts La novela deejay, La novela deejay II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X y XI utilizando un fragmento de un diario de Chantal Maillard recopilado en India para explicar cómo conduzco mi vida (o mejor, cómo soy conducida por ella) a partir de intuiciones, esos oráculos internos:



lunes, 21 de mayo de 2018

Asimov, Maillard y Bauman: cosas posmodernas (citas)

Isaac Asimov, Fundación (1951),
traducción de Manuel Mata Álvarez-Santollano,
Arganda del Rey, La Factoría de ideas (2007)
"La suma del saber de los hombres excede la capacidad de asimilación de un solo hombre; de cien mil hombres. Con la destrucción del tejido social, la ciencia se fragmentará en un millón de pedazos. Los individuos sabrán mucho de facetas increíblemente reducidas de la totalidad del conocimiento. Estarán impotentes y se verán incapacitados para actuar por sí solos. Estos fragmentos de ciencia, desprovistos de sentido, no se transmitirán a su descendencia. Se irán perdiendo con el paso de las generaciones. Pero si preparamos ahora un sumario gigantesco de todo el saber humano, nunca se perderá."

Chantal Maillard,
La razón estética (1995),
Barcelona, Galaxia Gutenberg (2016)
"En la posmodernidad se ha producido un desplazamiento desde el ámbito de lo necesario (lo 'real') al ámbito de lo posible (el juego). Esto es debido a que lo posible se ha vuelto más necesario que lo necesario. La relativización de lo necesario acompaña a la relativización de los valores y, mientras tanto, se acrecienta la dignidad de lo posible y, con ello, el valor de la creatividad. Desde que se nos puso de manifiesto que el mundo es al menos en parteel mundo pensado y que el mundo pensado es el mundo interpretado, la 'realidad', es decir, el mundo que estaba consensuado ya no es el único modo posible de estar en la vida."

Zygmunt Bauman, Vida líquida (2005),
traducción de Albino Santos Mosquera,
Madrid, Paidós (2006)
"La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos, pero precisamente por ello, son los breves e indoloros finales sin los que esos nuevos comienzos serían imposibles de concebir los que suelen constituir sus momentos de mayor desafío y ocasionan nuestros más irritantes dolores de cabeza. [...] el arte de la 'vida líquida': la aceptación de la desorientación, la inmunidad al vértigo y la adaptación al mareo, y la tolerancia de la ausencia de itinerario y de dirección y de lo indeterminado de la duración del viaje."

lunes, 18 de septiembre de 2017

Chantal Maillard y la razón estética

Chantal Maillard, La razón estética (1998), Barcelona, Galaxia Gutenberg (2017)

En la era de la posverdad, en la era de la ficcionalización absoluta y la ironía desmedida, La razón estética de Chantal Maillard, reditada por Galaxia Gutenberg veinte años después, es una lectura que, además de deliciosa y desentrañadora del concepto de posmodernidad, aporta los elementos necesarios para comprender lo que estamos viviendo. Pero ¿qué es exactamente "razón estética"?
"Razón creadora, por tanto, más que creativa, la diferencia es importante. La creatividad puede definirse como la capacidad de un sujeto para enlazar, asociándolos, unos elementos dispersos; la creación, en cambio, es la capacidad de diseñar mundos posibles: formas actuantes. Una forma actuante es una especial disposición de la realidad ―universo poético o narrativo― que tiene la particularidad de transmitirse, de asentarse, de modificar la visión y, por tanto, de formar cultura."

Sin embargo, ejercer la razón estética requiere cierta responsabilidad ética, viene a decirnos Maillard en el prólogo. He aquí el problema al que nos enfrentamos cuando la ficción llevada a la percepción de lo cotidiano, al entendimiento del mundo, a la concepción de otro mundo posible, se neutraliza o se banaliza hasta convertir un poder valioso, desestabilizador y disidente, en un "todo vale".
"La distancia que permitía tomar conciencia de la ficción se ha reducido drásticamente. Esto permite neutralizar las emociones dolorosas que experimentaríamos ante un hecho trágico si asistiésemos a él sin mediación y, consecuentemente, frenar los movimientos de rebeldía que nuestro rechazo pudiese generar. El peligro, el enorme peligro de la representación es que cualquier acontecimiento, sea este de la naturaleza que sea, se recibe con una tasa de placer que viene a sumarse a la variante emocional que entra en juego. Ese es el poder de la ficción. Cuando asistimos a los acontecimientos como si fuesen un espectáculo porque se nos re-transmiten por los mismos canales y en el mismo formato que la ficción, nos llegan con ese plus de placer que caracteriza todo espectáculo. Los noticiarios se convierten entonces en capítulos de una serie televisiva y las historias de corrupción o el seguimiento del éxodo de las poblaciones, en sendos culebrones que se reanudan a diario a la hora prevista y que reconocemos por el titular: 'Crisis de refugiados', 'Ataques terroristas', etcétera.

La razón estética es un libro absolutamente recomendable. Nos explica la posmodernidad y apuesta por la razón estética mediante la imaginación y la ironía, dos herramientas que, utilizadas a favor de la Luz, son capaces de transformaciones esperanzadoras, pues la esperanza es lo último que se pierde. Por si acaso, dejamos un conjuro para decir mentiras (ficciones) y construir verdades.