rumiar la biblioteca: junio 2014

lunes, 30 de junio de 2014

Constantino Bértolo y el grado cero de la crítica

Constantino Bértolo, La cena de los notables, Cáceres, Periférica (2008)
http://www.editorialperiferica.com/?s=catalogo&l=30

Ameno y juicioso recorrido por la noción de lectura y crítica el que propone Constantino Bértolo, del que quiero detenerme en un concepto iluminador, el de "grado cero de la lectura":

"Es el tipo de lectura que se explicita en frases como 'Leo para olvidarme de todo', 'Prefiero libros que no me hagan pensar mucho', o 'Quiero algo ligerito para leer en la playa', y que directamente se relacionan con enunciados como 'La leí de un tirón', 'Te atrapa desde el principio', 'Una lectura apasionante' o el tan socorrido 'enganche'. / Una lectura semejante presupone una urdimbre lectora plana, el grado cero de la lectura, que delata no tanto una atrofia de los aspectos antes señalados como una conformidad pasiva con la conciencia dominante y una acomodación a la literatura entendida como lenguaje aséptico y neutro, mero vehículo de transmisión de historias entretenidas. Ni que decir tiene que tal adecuación responde a una visión de la realidad en la que el individuo es contemplado como una unidad autosuficiente, ajena a cualquier tipo de influencia o interferencia proviniente de un 'exterior' que se vive como amenaza contaminante."
Recordemos que Roland Barthes definía "el grado cero de la escritura" como aquella capacidad del lenguaje literario de tornarse neutro, blanco, desgajarse de lo que hasta entonces se entendía por literario, por estilo literario, un estilo periodístico, si por periodístico entendemos lo más próximo a la objetividad, y del que Camus con El extranjero, en opinión de Barthes, es representante. Un lenguaje, sin embargo, que no deja de ser constructo y que a poco que se inserte en el canon, se convierte en otro tipo de estilo literario que, por otra parte, no ha dejado de practicarse.

Lo que me ha llevado a rumiar si aquel grado cero de lectura definido por Bértolo pero llevado hasta la pureza absoluta pueda convertirse, si no lo ha hecho ya, en cierto tipo de lectura crítica, a poco que se practique de forma pública, una crítica neutra, blanca, objetiva pero entretenida, que atrape desde la primera frase, un discurso que no incida ni publicite ni se contamine de subjetividad ni de juicios de valor ni de contradicciones y que se presente a sí misma como verdaderamente ingenua.

Un estilo de crítica: ¿El grado cero de la crítica?

lunes, 23 de junio de 2014

Gonzalo Torné o Barcelona en suspenso

Gonzalo Torné, Divorcio en el aire, Barcelona, Literatura Random House (2013)
http://www.megustaleer.com/ficha/GM27293/divorcio-en-el-aire

El cascarrabias cínico Joan-Marc ha tomado la palabra, prototipo algo exagerado del catalancito burgués inútil hijo de papá (qué hacemos sin papá, por qué me abandonaste), los que espían correos y teléfonos ajenos, los que desprecian ciertos barrios de la ciudad, los que valoran el hablar francés con buen acento, los que tratan con condescendencia a los extranjeros, los que despellejan a sus rivales, los que detestan a los viejos: y la vejez, esa evidencia que acecha, y la enfermedad, eso de lo que tomamos conciencia cuando estamos a punto de pisar la cuarentena: el miedo a lo inevitable, la certeza de que ya no puede arreglarse.

"¿Qué podía recomendarle a aquel pobre tonto? No conozco ningún paliativo contra el paso de los años ni para tantas cosas hermosas que han muerto arrastradas por el flujo de la vida corriente: horas y horas de indescriptible vulgaridad. Tampoco podía convencerle de que en términos generales este asunto tan delicado de vivir fuese a mejorar: la edad se las arregla para descubrirnos peores perspectivas sobre nosotros."

Ritmo trepidante y a la vez reflexivo, como olas, como loops que ralentizan pero al tiempo completan y redondean y por fortuna terminan regresando a la historia principal, al divorcio que está por tener lugar, y todo eso sin un respiro, algo parecido aunque discursivo y lineal (qué remedio tratándose de un libro) a cómo transcurre el pensamiento, al menos a cómo creemos que podemos plasmar eso que llamamos reflexión, el encadenamiento de ideas, la imagen que despierta el recuerdo de otra similar, pero todo ese deambular por la conciencia (o la experiencia) tiene un sentido: la justificación de cómo se ha llegado a eso.

Me ha sorprendido Torné con ese complejo y detallista retrato del prototipo y del hábitat construido con frases elaboradas donde la ironía nunca falta, y la ambición por representar la condición humana a lo realismo judío norteamericano que tan bien casa con la idiosincrasia del catalán: el hombre venido a menos, el hombre con miedo, el desconcertado por el mundo y sus semejantes, el fracasado y sobre todo desilusionado que reclama a gritos: ¿por qué nadie me explicó cómo iba esto?

Confieso que conmueve como una novela de Bellow.

"¿Cuál es la frecuencia en la que los confusos relatos que avanzan por su propio carril cristalizan en una visión amable para las personas que importan, para no dejar una sola fuera de los círculos misteriosos de la amabilidad? No lo sabes, claro, nadie lo sabe, pero creo que así es como vivimos, empujados por una inercia oscura a separarnos de nosotros mismos, y nadie puede restituir nada, lo que pasó está roto, lo que se rompió no puede volver a juntarse."

lunes, 16 de junio de 2014

Rastros: Cide Hamete Benengeli

Gustave Doré,
Cide Hemete Benengeli, historiador arábico
 
1

Se dice de Cide Hamete Benengeli que es morisco sabio y que escribió la historia de Don Quijote de la Mancha sin alejarse un punto de la verdad. Se dice también que continuó lo que algún otro había dejado truncado después de narrar la batalla del vizcaíno.

Recordemos que el narrador, en el capítulo IX, cuenta cómo le parecía necesario darle a Don Quijote un cronista de sus hazañas, a la manera de todo libro de caballerías que se precie, y cómo se encontró por casualidad con aquellos cartapacios que relataban las aventuras de Don Quijote y que mandó traducir a otro morisco a quien se llevó a casa durante mes y medio para tal trabajo.





2

Esto me ha obligado a elaborar anotaciones con distintos niveles para visualizarlo: 

  • Cervantes
  • Narrador
  • primer cronista (del que desconocemos su nombre)
  • Cide Hamete Benengeli
  • traductor

Y del lado de "dentro" del texto, otros tantos (aunque terminan por entrelazarse):

  • Alonso Quijano
  • Don Quijote
  • Las dos versiones literarias de él mismo: la de la primera parte del Quijote, y la de la apócrifa segunda parte, la de Avellaneda, ambas conocidas por todos los personajes
  • los comentarios del propio Cide Hamete Benengeli sobre la veracidad de la historia

3

Aquí quería detenerme. A poco que nos adentramos en la segunda parte del Quijote, la participación de Benengeli comienza a manifestarse primero solapadamente, luego de forma cada vez más contundente, con anotaciones al margen (como la que atañe a la veracidad de lo acaecido en la cueva de Montesinos del capítulo XXIV), y sobre todo esta que transcribo y que me parece la más inquietante:

"Dicen que en el propio original desta historia se lee que llegando Cide Hamete a escribir este capítulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar estenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir siempre atenido al entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y que por huir de este inconveniente había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso impertinente y la del Capitán cautivo, que están como separadas de la historia, puesto que las demás que allí se cuentan son casos sucedidos al mismo don Quijote, no la darían a las novelas, y pasarían por ellas, o con priesa, o con enfado, sin advertir la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse a las locuras de don Quijote ni a las sandeces de Sancho, salieron a la luz. Y así, en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun éstos, limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos; y pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir."

Párrafo que junta de un golpe a todos los entes narrantes, donde Benengeli se confunde con el traductor, el narrador e incluso con el mismo Cervantes.

Pero detengámonos en lo llamativo: el traductor se niega a volcar la versión de Benengeli y detalla el modo en que este ha compuesto la historia de Don Quijote de la Mancha, el mismo libro que tenemos entre manos. A su vez defiende una poética de la novela, una novela total, donde todo cabe. Sin embargo, debe justificarse: explica lo aburrido que le resulta seguir a los mismos personajes, y cuánto le hubiese gustado incorporar otras historias, como ya hiciera en la primera parte, pero que no lo hace por temor a recibir críticas. Intuimos que Cervantes ha recibido críticas, o al menos que esas son las críticas que más le han molestado como para hacer referencia a ellas en el texto mismo. 


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Después pensé en la batalla que muchos profesan hacia las novelas que hablan de escritores o de literatura, las que abundan en metaficción, las que utilizan la autorreferencialidad para narrarse o crear ficción, de la que el Quijote es ejemplo por desmedida: todo en ella es literatura. 

De inmediato el vicio argentino: recordé aquella tentativa de explicación de Borges:

"¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios."
 
5
 
Hoy se anda buscando la tumba de Cervantes en un convento, y yo me sumo a la búsqueda y lo encuentro vivito y coleando en los diversos rastros de Benengeli.

lunes, 9 de junio de 2014

Eros/Tánatos: Neuman, Bolaño, Bataille

Roberto Bolaño, El gaucho insufrible,
Barcelona, Anagrama (2003)
Follar es lo único que desean los que van a morir. Follar es lo único que desean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los impotentes lo único que desean es follar. Los castrados lo único que desean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores irredentos de Heidegger. Incluso Wittgenstein, que es el más grande filósofo del siglo XX, lo único que deseaba era follar. Hasta los muertos, leí en alguna parte, lo único que desean es follar.




George Bataille, Las lágrimas de eros (1971),
trad. de David Fernández,

Barcelona, Tusquets (1997)

A decir verdad, el sentimiento de incomodidad, de embarazo, con respecto a la actividad sexual, recuerda, al menos en cierto sentido, al experimentado frente a la muerte y los muertos. La "violencia" nos abruma extrañamente en ambos casos, ya que lo que ocurre es extraño al orden establecido, al cual se opone esta violencia. Hay en la muerte una indecencia, distinta, sin duda alguna, de aquello que la actividad sexual tiene de incongruente. La muerte se asocia a las lágrimas: tanto el objeto de la risa como el de las lágrimas se relacionan siempre con un tipo de violencia que interrumpe el curso regular, el curso habitual de las cosas. Las lágrimas se vinculan por lo común a acontecimientos inesperados que nos sumen en la desolación, pero por otra parte un desenlace feliz e inesperado nos conmueve hasta el punto de hacernos llorar. Evidentemente el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo.




Andrés Neuman, Hablar solos,
Madrid, Alfaguara (2012)
Después de aclarar mis dudas médicas, él permite que me desahogue. Me observa llorar desde la distancia justa: ni demasiado cerca (para no invadirme) ni demasiado lejos (para no desampararme). En ese punto se abstiene de intervenir. Solo me mira y, de vez en cuando, esboza una sonrisa. Diría incluso que hay cierto amor en ese silencio suyo. Un amor puede que enfermo, como impregnado de la materia con la que trata. Cuando se me acaba el llanto, me asalta la sensación de estar desabrigada. Entonces Ezequiel sí viene a protegerme, me da calor, me abraza, me besa el pelo, me susurra al oído, me acaricia, me aprieta, me mete la lengua en la boca, me desviste, me araña, se restriega contra mí, me rompe la ropa interior, me muerde entre las piernas, me inmoviliza los brazos, me penetra, me viola, me consuela.

lunes, 2 de junio de 2014

Juan Francisco Ferré o el espejo roto

Juan Francisco Ferré, Karnaval, Barcelona, Anagrama (2012)
http://www.anagrama-ed.es/titulo/NH_508

Espejo roto, me dije nada más comenzar la lectura. La escena fundamental (la supuesta violación del hombre poderoso a la mucama de hotel), y sobre la que se varía a la manera de improvisaciones jazzísticas, se ha reflejado en una sala de espejos y todos ellos se han roto. Han estallado, me digo, o el mismo autor ha detonado el caos para juntar después los pedacitos. Parece que le divierte hacerlo, a pesar de los cortes en los dedos. Finalmente las astillas del espejo (unas cuantas con restos de sangre ya seca) han quedado ordenadas de alguna forma inevitablemente lineal (otra cosa no puede hacerse con un libro), pero quizá pudieran haberse dispuesto de otra manera (o con toda probabilidad podemos leer las piezas de otra manera, y seguro que nos dan permiso).
Espejo y representación e impostura: recurrecia de la imagen, el escenario, el teatro del mundo, la farsa, el carnaval, desde luego.

"Los espectáculos tienen esa ventaja social sobre la ciencia y el saber. Se dirigen a todos, sin excepción, y excluyen la restricción o la privacidad de sus contenidos. Por eso quizá la democracia de los tiempos modernos se asemeja más a un colorido espectáculo de variedades para las masas que a una rigurosa exposición científica en una vetusta aula universitaria de élite."

Pero entonces llego a la mitad, a esa parte intermedia (o entreacto), el falso documental: divertido, me digo, algo parecido leí en La saga de los Marx, es lo primero que se me viene a la cabeza, a ver qué pasa luego.

Para mi sorpresa luego pasa lo mejor: la segunda parte es el reflejo invertido de la primera. O también: la segunda parte pone en evidencia que se puede abrir el libro por la mitad como una mujer se abre de piernas. O también: el libro ha sido construido desde el centro y se abre como un abanico.
Nada más empezar se nos advierte de la clave de lectura. Aparecen un tal Julio y un tal Ernesto (argentinos ambos) y una referencia a la primera parte: la suposición de un mundo paralelo citado en la carta al presidente norteamericano. Así que esta segunda parte es reflexividad de la primera, en el sentido de reflejo y también en el de reflexión. Si la primera nos muestra al dios K culpable y agresor, al animal político de dientes afilados y risa diabólica, esta segunda nos enseña a la víctima de un complot, un hombre a quien le han "hecho la cama" (nunca mejor dicho), el mismo que el tal Edison (el malo de la película) ha arrojado por el conducto de las basuras por intentar pasarse de listo con él. Esto nos recuerda aquello de que todo es porque está interpretado. La realidad, y con ella la verdad, no existe prístina y clara como a menudo anhelamos.

De más está decir que con ese personaje Ferré analiza y deconstruye los alcances y desmadres del poder, del capitalismo y de lo libertino, con desmesura análoga en estructura y estilo. Leemos y al tiempo releemos o rememoramos la Filosofía en el tocador de Sade, La historia del ojo de Bataille, Lolita de Nabokov, La saga de los Marx de Goytisolo, etc.

Quizá rechine un poco cierta misoginia, o mejor, ausencia de lo femenino, o tal vez no haya sido capaz de reírme lo suficiente de la ironía: mujer-maniquí, mujer-tonta, mujer-puritana, mujer-violada, mujer-indefensa, mujer-con ablación / mujer-malvada, mujer-sádica, mujer-perversa, mujer-pornográfica, mujer-mentirosa, etc. Quizá por esa llamativa ausencia de una mujer más o menos real (de la que en ningún momento, y a pesar de pretender ser una novela total, conocemos deseos y pensamientos, ni siquiera mediante el sarcasmo), tanta pornografía no consiga el mismo efecto erótico y cálido que otros textos (por ejemplo, los ya citados).

"Los hombres del siglo veintiuno queremos que la mujer sea creada de nuevo a imagen y semejanza del maniquí; con los mismos derechos y las mismas obligaciones que estos encantadores seres."


Novela ambiciosa, iluminadora, que enseña a escribir. Novela que invita a la reflexión y a reírnos (y tirarnos de los pelos) de lo absurdo de la sociedad que habitamos. 
Y si no os convencí, os dejo un vídeo (cortesía de Librerías Gandhi) donde el autor nos habla de Karnaval: