rumiar la biblioteca: Margaret Atwood
Mostrando entradas con la etiqueta Margaret Atwood. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Margaret Atwood. Mostrar todas las entradas

lunes, 2 de octubre de 2017

Javier Cercas y Margaret Atwood: el misterio de escribir (dos citas)

Javier Cercas,
La velocidad de la luz (2005),
Literatura Random House,
Barcelona 82013)

"Que aún no sepas de qué va la novela [...]. Si lo sabes de antemano, malo: solo vas a decir lo que ya sabes, que es lo que sabemos todos. En cambio, si aún no sabes lo que quieres decir pero estás tan loco o tan desesperado o tienes el coraje suficiente para seguir escribiendo, a lo mejor acabas diciendo algo que ni siquiera tú sabías que sabías y que solo tú puedes llegar a saber, y eso a lo mejor tiene algún interés. [...] Lo que quiero decir es que quien siempre sabe adónde va nunca llega a ninguna parte, y que solo se sabe lo que se quiere decir cuando ya se ha dicho."






Margaret Atwood,
La maldición de Eva (2005),
traducción de Montse Roca,
Lumen, Barcelona (2006)

"Odio escribir acerca de mi escritura porque no tengo nada que decir sobre el tema. No tengo nada que decir porque no me acuerdo de lo que pasa mientras lo hago. Esos momentos son como pequeñas piezas fragmentadas de mi cerebro."

lunes, 31 de julio de 2017

Margaret Atwood y el poliamor futurista

Margaret Atwood, Por último, el corazón (2015), traducción de Laura Fernández Nogales, Barcelona, Salamandra (2016)
http://salamandra.info/libro/ultimo-corazon

La última novela de Margaret Atwood, ambientada en un futuro cercano, nos presenta un mundo donde la inseguridad y la crisis económica han arrasado la dignidad de las personas. Charmaine y Stan, una pareja que ha perdido su casa, tiene que vivir en el coche y turnarse para dormir: los ladrones acechan constantemente.

Enseguida nos enteramos de que existe un proyecto de ciudad perfecta llamado Positrón. Allí las personas viven en libertad durante un mes y al siguiente son encarcelados, de modo que libres y presos se alternan y comparten casa, y todo resulta mucho más económico y lógico. Las experiencias se multiplican, nadie se queja, los que no encajan se eliminan. Es decir, Positrón es una de esas ciudades utópicas que dan tanto miedo, pues la perfección, aunque deseable, no existe.

Enseguida la novela, alocada como pocas, comienza a tomar rasgos de novela romántica, de enredos, de poliamor futurista:
"En esos momentos, Charmaine diría cualquier cosa. Lo que Max no sabe es que, en cierto modo, ya lo hace con los dos a la vez: esté con el que esté, el otro también está allí, invisible, participando, aunque a un nivel inconsciente. Inconsciente para él, pero consciente para ella, porque los lleva a los dos en la conciencia, con mucho cuidado, como si fueran delicados merengues, o huevos crudos, o crías de pájaro. Pero no cree que amarlos a los dos a la vez sea algo sucio: cada uno tiene una esencia distinta, y resulta que a ella se le da bien atesorar la esencia única de cada persona. Es un don que no tiene todo el mundo."
No sabemos si Atwood defiende la postura final, es decir, la elección del pasado por parte de la pareja ("El pasado es mucho más seguro, porque todo lo que tiene que ver con él ya ha ocurrido. No se puede cambiar y, por eso, en cierto modo, no hay nada que temer"), pero de lo que sí estaremos seguros al cerrar el libro es de que la parodia campa a sus anchas (parodia de la novela romántica, del amor como constructo cultural, de la cirugía estética y el ansia de juventud eterna, del deseo y su manipulación). Recordemos que toda parodia, además, pretende meter el dedo en la llaga, y Atwood siempre lo consigue con desparpajo, una prosa brillante e irónica, su irreverencia y un filoso sentido del humor. 

lunes, 20 de marzo de 2017

Margaret Atwood o la ironía avanza a tientas

Margaret Atwood, El cuento de la criada (1985), traducción de Elsa Mateo, Barcelona, Bruguera (2008)

Un despliegue de voz narrativa parcial de la que desconfiamos desde el primer instante (similar a aquella voz de la criada en Cumbres borrascosas), nos cuenta un cuento: su propio cuento, uno infernal. Estamos en un futuro próximo, el totalitarismo ha afectado a las Mujeres: no son otra cosa que vientres fecundos y uniformados. Existe, evidentemente, la resistencia, y también el recuerdo de la transición: cómo poco a poco se va imponiendo un estado de nuevo puritanismo que fácilmente podemos identificar con la situación de muchísimas mujeres en otras partes que por fortuna no son mi casa.
"Por supuesto, en los periódicos aparecían noticias: cadáveres en las zanjas o en el bosque, mujeres asesinadas a palos o mutiladas, mancilladas, solían decir; pero eran noticias sobre otras mujeres, y los hombres que hacían semejantes cosas eran otros hombres. Ninguno de ellos era conocido de nosotras. Las noticias de los periódicos nos parecían sueños, pesadillas soñadas por otros. Qué horrible, decíamos, y lo era, pero era horrible sin ser verosímil. Eran demasiado melodramáticas, tenían una dimensión que no era la dimensión de nuestras vidas. / Éramos las personas que no salían en los periódicos. Vivíamos en los espacios en blanco, en los márgenes de cada número. Esto nos daba más libertad. / Vivíamos entre las líneas de las noticias."
Atención!, parece decirnos Atwood, la libertad de las mujeres es un asunto que ha de vigilarse día a día, una conquista paciente como una hormiga, como con todos los derechos humanos.)
  
El amor está prohibido. Las fecundaciones son programadas (a la manera de Nosotros, de Zamiatin, y tantas otras). Pero la grandeza de esta novela, sin embargo, no radica exclusivamente en imaginar (o repensar) la pesadilla totalitaria distópica donde las mujeres son las principales afectadas, sino (como siempre) en cómo se nos cuenta la historia: la prosa es ágil, por momentos poética, siempre irónica ("Solo se puede pensar claramente con la ropa puesta"; "La sala es apagada y simétrica; esta es una de las formas que adopta el dinero cuando se congela"; "Moira era como un ascensor con los costados abiertos. Nos producía vértigo"); la narradora, que avanza a tientas, es de poco fiar, y una vez que termina el cuento, nos enteramos de que estuvimos leyendo una transcripción de un documento histórico encontrado en unas grabaciones de casete. 
"Espero. Me compongo. Mi persona es una cosa que debo componer, como se compone una frase. Lo que debo presentar es un objeto elaborado, no algo natural."
Un objeto o artefacto del tipo que adoramos.