rumiar la biblioteca

lunes, 3 de febrero de 2014

La novela deejay

Si imaginamos un destino de la literatura similar al destino de la música, en el sentido en el que hoy aplaudimos y celebramos y adoramos al deejay como si de una estrella de rock o de un concertista virtuoso o de un afamado compositor se tratara, y celebramos su trabajo, es decir, el de poner discos, como arte, o mejor dicho, celebramos su collage y su mixtura y su capacidad de navegar por el tiempo y la tradición, de hacer tremolar el tiempo sobre diferentes bases, y extrapolamos el fenómeno al libro, o mejor, al libro electrónico, y pensamos que el escritor dejará de ser ese juntapalabras o el que busca estilo y construye una escritura, y que su función se habrá desplazado hacia un diseñador-maquetador con talento, con conocimientos de programador, que fabrique collages y corta-pegas y links de navegación por las grandes obras de todos los tiempos y aplaudamos su trabajo, lo celebremos como gran hacedor de los tiempos por venir, y colaboremos para que pueda ganarse la vida con mucha mayor soltura que un escritor, porque tal y como dicen algunos, y no sin razón, con semejante tradición para qué escribir o reescribir, o contestar y dialogar con esa tradición, quizá sea suficiente con manipularla y fragmentarla y servirnos de ella para contar la historia que queramos, para seguir ejecutando el hecho literario.
Por ejemplo, yo podría empezar a montar una autobiografía in progress utilizando un párrafo del cuento "Cajas" de Raymond Carver, incluido en Tres rosas amarillas (1988 - Anagrama, 1997-2007). Huelga decir que un diseñador o un maquetador competente y creativo convertiría esta fotografía en producto bien diferente y sobre todo atractivo y estimulante y reverberante para las nuevas generaciones:



lunes, 27 de enero de 2014

Jorge Ibargüengoitia y el asunto del poder

Jorge Ibargüengoitia, Los relámpagos de agosto (1965), Barcelona, RBA (2013)
http://www.sellorba.com/los-relampagos-de-agosto_jorge-ibarguengoitia_libro-OAFI869-es.html

Emparentada con la tradición de la novela de dictador, Los relámpagos de agosto es el resultado de la confesión y justificación de José Guadalupe Arroyo, un militar retirado, escrita a modo de sátira o parodia del género de las confesiones de los hombres del poder, cuando el poder es caudillismo y totalitario. 
Quizá podría pensarse que aquello de la profusión de autobiografías de los políticos de hoy en día sigue la misma senda, y raro es que no se novele parodiando estos discursos del poder en la era de la democracia.

"Entonces se nos presentó la solución del problema con gran claridad: si hay una aplanadora, más vale estar encima que abajo de ella."

Las novelas de dictador latinoamericanas, o las novelas sobre el poder y sus entresijos, sobre todo cuando se retratan con ironía y hasta con cinismo, no suelen envejecer nunca. Muchas veces, incluso, el tener o no tener poder parece un perverso juego de niños. Piénsese en Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos o en El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, mis dos preferidas, o piénsese incluso en Pedro Páramo de Juan Rulfo, aunque la mirada del poder aparece aquí levemente desplazada (y en ello radica su acierto dentro del género). El poder y sus excesos tienden a repetirse como se repite el hombre en cada nacimiento, y derrocarlo desestabiliza y revierte y remueve, pero ojo con la desestabilización porque si no se estabiliza en breve, enseguida se instala de nuevo el mismo derroche de autoridad. Ejemplos sobran, y no solo literarios. Algunos muy actuales... primaveras, primaveras, aunque el verano no llega. 

"Las personas a quienes he relatado este episodio, siempre me dicen que por qué nos asustamos tanto en ese momento, sin darse cuenta de que el que se mete en política debe estar preparado para lo peor."

Pero señores, oigan, ¿saben cómo se hace una revolución? Escuchen, pues, son reglas bien sencillas:

"Quiero hacer un paréntesis para justificar esta actitud que me valió tantos vituperios: la primera consideración que tenemos que hacer es la Patria; la Patria estaba en manos de un torvo asesino: Vidal Sánchez, y de un vulgar ratero, Pérez H.; había que liberarla. Para liberarla se necesita un ejército y todos sabemos que un ejército en campaña es algo que cuesta muy caro. Ahora bien, en México las clases populares siempre se han mostrado muy generosas con su sangre, cuando se trata de la defensa de una causa justa. Pero nunca se ha sabido de un ejército que se mueva con donativos populares. El dinero tiene que venir, o de las arcas de caudales de los ricos, o bien de las del Gobierno de los Estados Unidos. Como no contábamos ni con el apoyo, ni con las simpatías de este último, nos fuimos sobre los primeros."

Aquí os dejo un link de un fragmento de Vida y milagros de Jorge Ibargüengoitia de Rodrigo Castaño:

http://www.youtube.com/watch?v=-E0CELawIZc

lunes, 20 de enero de 2014

Los anónimos



(Publicado en Subverso el 13/01/2014)

Bien sabemos de la gratuidad a la que nos enfrentamos los que escribimos o colaboramos, y bien sabemos también que la profesionalización de la escritura y la importancia de la autoría no son aspectos inherentes al texto mismo, sino un hecho intrínsecamente relacionado con la remuneración económica. Aunque en los días que corren... sigue leyendo


lunes, 13 de enero de 2014

Margaret Drabble y el libre albedrío

Margaret Drabble, La piedra de moler (1965), traducción de Pilar Vázquez, Barcelona, Alba (2013)
http://www.albaeditorial.es/php/sl.php?shop.showprod&nt=7455&ref=97884-84288626&fldr=208

¿Se puede escribir una buena novela sobre algo tan trivial como un embarazo? ¿Acaso los embarazos no vienen sucediéndose desde el principio de los tiempos? Desde luego que el nacimiento y la muerte son nuestras únicas certezas, diría George Bataille, y sin embargo las buenas novelas sobre embarazos no son frecuentes, aunque sobre muerte y guerra existen infintud de modelos. Puede argumentarse que la muerte lleva implícito el futuro y la expectativa, y por eso nos inquieta, mientras que el nacimiento es la evidencia de lo ya sucedido. 

La piedra de moler es una novela sobre una madre soltera, una joven que queda embarazada por un accidente bien desafortunado y que, después de unos pocos intentos fallidos de abortar, decide seguir adelante con el embarazo, a pesar de que entonces no era del todo bien visto. Desde luego que no es la primera ni la última vez que ocurre algo por el estilo, pero estoy segura de que no se trata de la empatía o, si queremos, de la experiencia compartida, por lo que esta novela ha despertado el entusiasmo de los lectores, sino más bien por su irónico y refinado sentido del humor, por sus juegos metaliterarios, por su denuncia social.

"Tuve que esperar una hora y catorce minutos, exactamente: lo cronometré. Tiempo suficiente para observar a mis compañeros de fatigas. La gente que estaba acostumbrada a ver en mi terreno componía un grupo de lo más heterogéneo, pero era un variado grupo de gente elegante, dispendiosa, a excepción de algún que otro espécimen fuera de lo normal, un clochard o un peón caminero: pero allí, reunidos en aquella sala, había representantes de una población en cuya existencia apenas había reparado. Había algunos extranjeros: un caribeño, un paquistaní, dos griegos. Había varios ancianos, la mayoría respetablemente andrajosos, aunque una de las ancianas iba peor que andrajosa. [...] Las que tenían peor aspecto de todas eran las madres, lo que no dejaba de ser un mal presagio: había cuatro, con sus hijos pequeños, y las cuatro parecían exhaustas por igual."

"Sin embargo, aparte de que este ataque a mi modo de ganarme la vida me molestara, me molestó también mucho que Lydia, que estaba viviendo en mi casa gratis, no me hubiera dicho una palabra de que estaba escribiendo todo aquello sobre mí. Una vez se había comparado a sí misma con una araña, una imagen que es totalmente original, pues extraía de sus propias entrañas el material de su escritura, pero en este caso me pareció una actividad más parasitaria que otra cosa."

Supongo también que conecta de alguna forma con las antiguas celebraciones de la fecundidad, con el imperativo de perpetuación, y también, cómo no, con el libre albedrío: ella decide tener a la pequeña, y esa libertad que respiramos, sobre todo en los tiempos que corren, donde las decisiones parecen limitarse o más bien supeditarse a la cuenta corriente, nos insufla de justicia. 




lunes, 6 de enero de 2014

Martín Kohan o la minuciosidad

Martín Kohan, Ciencias morales, Barcelona, Anagrama (2007)
http://www.anagrama-ed.es/titulo/NH_424


Historia de un colegio e historia de la perversidad, de la obcenidad, de la impunidad, de la obsesión estúpida y obcecada y poco meditada por obeceder, por el orden de las cosas, por la arbitrariedad del orden de las cosas, por la disciplina y sobre todo por lo escatológico como si fuéramos niños que reímos con eso que es tabú y que no se puede nombrar, y si quieres oír hablar de lo que no se puede nombrar tendrás aquí descritos detalladamente y minuciosamente todos los procesos de evacuación como si fuese un libro de anatomía funcional, un tratado para marcianos o venusianos, un espejo de la bobalicona y terrícola protagonista; eso sí (y a saber si los extraterrestes podrán apreciarlo) con un estilo de prosa impecable:

"En la postura que ha adoptado, María Teresa queda a la altura ideal para notar que el trazo blanco de los mingitorios exhibe, en su parte media, la marca indudable de una coloración distinta. Allí se han puesto ocres, amarronados quizás en algunos tramos, y la razón de esa tintura es evidente: que esa es la zona exacta en la que impactan los hilos de orina que sueltan los varones. Las cosas aquí son distintas, y ella lo sabe, a lo que pasa con las mujeres: aquí la orina no cae, vertida hacia el agua, sino que es despedida, es lanzada hacia delante con tanta evidencia como la que tienen esas cosas tan ciertas con que los varones la expiden. La línea brillosa sale con fuerza y golpea, en vez de meramente rociar, la superficie blanca del urinario."

El fragmento no es fragmento en la novela, sino mayormente el todo. A veces me parecía: si el colegio es la nación ("la historia de la Patria y la del colegio son una y la misma cosa"), ¿qué viene a ser María Teresa?, me preguntaba, ¿sería ella la sociedad argentina, la misma a la que no importó hacerse la bobalicona y esconderse para denunciar, si hacía falta, por cumplir con el deber, por portarse bien? ¿La que ni se planteó que para hacerlo debía convivir con el pipí y el popó? ¿Toda la sociedad argentina? ¿La otra mitad o gran parte de ella era como su mamá, que lloriqueaba y se lamentaba pero no se atrevía a levantar el auricular? ¿Una minoría, como su hermano, estaba en guerra? ¿Leer esta novela como una alegoría?

Dejé de pensar en esas cosas y pensé que todo eso que se vuelve explícito con detalle minucioso en descripciones exasperantes pretende dar vuelta la cosa: pormenoriza lo normalmente cotidiano y lo habitualmente tabú para esconder deliberadamente lo importante: la mujer cree que huele, "se huele las cosas", pero ni las ve ni las toca. Aunque su perversa tontera, por momentos poco verosímil incluso si inferimos que sufre una severa discapacidad, la lleva por intuiciones erradas, y de eso es fácil darse cuenta. De modo que parece que Kohan confía en el olfato del lector: nos deja que nos olamos lo que queramos, y todo lo que olamos será acertado, por no hablar de que nuestro olfato elaborará otra capa de sentido, y mientras más capas, mejor novela.  



lunes, 30 de diciembre de 2013

Dorothy Baker y el jazz

Dorothy Baker, El chico de la trompeta (1938), traducción de Ismael Attrache, ilustración de Alberto Gamón, Zaragoza, Contraseña (2013)
http://www.editorialcontrasena.es/book.php?id=32

Tonificante y trepidante novela sobre un joven trompetista de jazz, allá por los años veinte, es decir, casi al comienzo del jazz o cuando la música que era música para bailar comienza a querer ser música para escuchar, o lo que es lo mismo: inicios de la improvisación, o variación de las melodías por todos conocidas.

Dorothy Baker no es ni la mamá ni la tía hermana ni familiar más o menos lejana de Chet Baker, y la novela está inspirada en la figura de Bix Beiderbecke, pero yo me olvidaría de este dato en primer lugar porque no es pertinente a la narración, y, en segundo, porque limita nuestra imaginación y sobre todo nuestras referencias sonoras, y cuando uno imagina a un joven trompetista de jazz a estas alturas, es decir, en 2013, cuando hasta el jazz ha recorrido lo suyo y apenas si sobrevive con respiración artificial y los músicos que lo practican como también los aficionados son algo similar a una reliquia de cuatro chalados dinosaurios, tienes mucho donde elegir, mucho en cuanto a sonido y en cuanto a lo que se entiende por interpretación e improvisación, y quedarnos con Beiderbecke e incluso con los años veinte, nos corta las alas.

Lo cierto es que en mi caso ni siquiera tuve mucho que imaginar, porque mientras leía al otra lado de la casa sonaba You go to my head, canción de 1938, fecha de publicación de la novela, porque fue tarde de sesión de las muchas que acontecen al final del pasillo. Por gentileza del espíritu del solsticio que me trajo a estos intérpretes junto al ambiente de jazz club de los cincuenta que latía entre frase y frase de lectura, linkeo una grabación espontánea que invito a escuchar para seguir leyendo. (Dicen por ahí que es una perla.)



Dicho esto, y jugando con la ventaja de las trompetas que ni Dorothy Baker había siquiera escuchado todavía, aplaudo el tratamiento del asunto: ni tenemos allí el discurso sobre música y en concreto sobre jazz al que estamos acostumbrados en literatura, es decir, el discurso del crítico de jazz, sino que todo lo que allí se cuenta es tan de músicos y tan jazzmen, infundido de ese aire que más tarde descubriremos en las célebres autobiografías de jazz, como la de Duke Ellington, Miles Davis, Chet Baker, Charles Mingus, etcétera, que hasta estoy tentada, si no fuera porque me faltan datos e investigar exaustivamente no me apetece, de afirmar que esta es la novela modelo, novela inauguradora de todo aquello que se relaciona con el contar algo que tenga que ver con este género musical.
Aquí las trompetas o los saxos no chorrean luz dorada ni los toms son posaderas de gordas africanas, sino que más bien leemos cosas de este tipo:

"Y fue allí donde el negro le enseñó al blanco lo que es el ritmo, aunque no de forma teórica. Mediante el ejemplo. 'Fíjate en esto', le decía antes de comenzar uno nuevo. 'Y en este. ¿Esto otro qué te parece?' Le iba presentando ejemplos de su obra, hasta que consiguió que Rick fuese capaz de soltar una carcajada espontánea al descubrir un patrón nuevo, prácticamente imposible de desentrañar, después de eso podía pasar de todo; Rick ya era un hombre marcado, un devoto de la síncopa de por vida." (Un resumen de la historia del jazz, ¿eh?)

"Si buscabas las voces separadas te dabas cuenta de lo bien que lo hacía cada uno, desde luego, pero después dejabas que el oído captara todo el conjunto, y ahí lo tenías." (Explicación bien explícita de cómo se escucha música.)

"Hacer solos sin grandes complicaciones no era una mala idea desde el punto de vista pedagógico; si Jeff lo hubiera razonado, indudablemente le habría dicho que antes de crear algo realmente innovador hay que conocer lo convencional." (Aplicable a todo el arte en general.)

"No se le ocurría el qué; solo pensaba en el cómo." (Esta es la mejor definición de jazz.)

Por lo demás, Baker escribe con elegancia e ironía, dos cualidades estupendas para cualquier novela. Y es novela tan desenfadada y divertida, tan auténtica y fresca, tan poco envejecida que me atrevería a decir que incluso los músicos, si leyeran más, la disfrutarían.