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Historia de un colegio e historia de la perversidad, de la obcenidad, de la impunidad, de la obsesión estúpida y obcecada y poco meditada por obeceder, por el orden de las cosas, por la arbitrariedad del orden de las cosas, por la disciplina y sobre todo por lo escatológico como si fuéramos niños que reímos con eso que es tabú y que no se puede nombrar, y si quieres oír hablar de lo que no se puede nombrar tendrás aquí descritos detalladamente y minuciosamente todos los procesos de evacuación como si fuese un libro de anatomía funcional, un tratado para marcianos o venusianos, un espejo de la bobalicona y terrícola protagonista; eso sí (y a saber si los extraterrestes podrán apreciarlo) con un estilo de prosa impecable:
"En la postura que ha adoptado, María Teresa queda a la altura ideal para notar que el trazo blanco de los mingitorios exhibe, en su parte media, la marca indudable de una coloración distinta. Allí se han puesto ocres, amarronados quizás en algunos tramos, y la razón de esa tintura es evidente: que esa es la zona exacta en la que impactan los hilos de orina que sueltan los varones. Las cosas aquí son distintas, y ella lo sabe, a lo que pasa con las mujeres: aquí la orina no cae, vertida hacia el agua, sino que es despedida, es lanzada hacia delante con tanta evidencia como la que tienen esas cosas tan ciertas con que los varones la expiden. La línea brillosa sale con fuerza y golpea, en vez de meramente rociar, la superficie blanca del urinario."
El fragmento no es fragmento en la novela, sino mayormente el todo. A veces me parecía: si el colegio es la nación ("la historia de la Patria y la del colegio son una y la misma cosa"), ¿qué viene a ser María Teresa?, me preguntaba, ¿sería ella la sociedad argentina, la misma a la que no importó hacerse la bobalicona y esconderse para denunciar, si hacía falta, por cumplir con el deber, por portarse bien? ¿La que ni se planteó que para hacerlo debía convivir con el pipí y el popó? ¿Toda la sociedad argentina? ¿La otra mitad o gran parte de ella era como su mamá, que lloriqueaba y se lamentaba pero no se atrevía a levantar el auricular? ¿Una minoría, como su hermano, estaba en guerra? ¿Leer esta novela como una alegoría?
Dejé de pensar en esas cosas y pensé que todo eso que se vuelve explícito con detalle minucioso en descripciones exasperantes pretende dar vuelta la cosa: pormenoriza lo normalmente cotidiano y lo habitualmente tabú para esconder deliberadamente lo importante: la mujer cree que huele, "se huele las cosas", pero ni las ve ni las toca. Aunque su perversa tontera, por momentos poco verosímil incluso si inferimos que sufre una severa discapacidad, la lleva por intuiciones erradas, y de eso es fácil darse cuenta. De modo que parece que Kohan confía en el olfato del lector: nos deja que nos olamos lo que queramos, y todo lo que olamos será acertado, por no hablar de que nuestro olfato elaborará otra capa de sentido, y mientras más capas, mejor novela.