Rebeca García Nieto, El color y la herida, Madrid, De Conatus (2025)
https://deconatus.com/libros/el-color-y-la-herida/
Leemos aquí la historia de un reconocido pintor alemán, Rüdiger Keller, superviviente de la Segunda Guerra Mundial y la RDA, que ha pintado un cuadro por el que muchos lo acusan de pederastia. Así arranca la historia, que es también la historia de Alemania y, aunque a primera vista parezca descabellado, la historia de Nabokov (¿acaso Keller es un trasunto del autor de Lolita?). Recordemos que la autora es psicóloga y por momentos juega a aquello de psicoanalizar la sociedad, el arte: todo artista puede que esconda su punto ciego, aquello que no quiere ver, ese rincón oscuro repleto de trapos viejos, en medio de un cuadro. Seguir la vida de Keller para descubrir cómo es que terminan acusándolo de tendencias pederastas resulta fascinante. Porque leemos sobre innumerables asuntos que se resuleven con soluciones ambiguas y hasta contradictorias (¿verdad que el arte tenía que plantar más preguntas que respuestas?) y aprendemos mucho sobre cómo Alemania sobrelleva la culpa de la guerra y el Holocausto.
"Las sociedades basadas en la culpa lo fían todo a la conciencia individual, a esa voz interior que nos dice 'Eso no está bien'. Su noción clave, lo han adivinado, es el pecado. Y después del pecado, ¿qué viene? La expiación, el arrepentimiento, el perdón. Seguro que les suena. / Las culturas que se basan en la vergüenza, en cambio, no dependen tanto de la conciencia de cada uno, sino de la opinión de los demás, de la comunidad, del grupo. Aquí entraría también la llamada opinión pública. En estas sociedades, los individuos que obran mal se enfrentan al oprobio. / En las primeras, por tanto, la represión viene de uno mismo; en las segundas, el control es externo. En los dos casos se trata de mantener a la gente a raya, aunque difieren en la forma de conseguirlo."
Lo llamativo es que Rebeca García Nieto ha construido esta novela usando un estilo muy cercano a los posmodernos norteamericanos (pienso sobre todo en Gaddis: diálogos y diálogos, anuncios intercalados), y la estructura, salpicada de cartas por aquí y por allá, me recordaba a aquellas novelas de Bellow. La misma sensación que tengo con Eduardo Lago: pareciera que estamos leyendo una traducción de un muy buen escritor norteamericano.

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