José Salem, Dominó, prólogo de Edgardo Scott, Manzanares, Fagus (2024)
Un grupo de jubilados se junta una vez por semana a jugar al dominó, pero un día, Manolo, el más puntual, no llega. Lo llaman por teléfono y no contesta. Qué raro. Como vive cerca, van a su casa a buscarlo y se encuentran la puerta abierta y a Manolo asesinado en medio del salón. Además, al narrador, Tomás, le parece ver una silueta escapándose por la ventana. También identifica algo sobresaliendo del chaleco de la víctima y se decide a tomarlo. Se trata de un sobre que contiene una carta que, más tarde, leeremos, y una llave que da acceso a una caja fuerte con documentación que acredita un caso de corrupción en las más altas esferas del Estado. ¿Por qué se habrá guardado el sobre y por qué no se lo dio inmediatamente a la policía? Eso nos preguntamos los lectores así como Tomás, a cada rato.
Al día siguiente, lo visita el hijo de Manolo y luego su amante. Ambos parecen saber que Tomás esconde información. Y como se huele que el asunto es escabroso, el protagonista decide alejarse de Buenos Aires y esconderse unos días en Montevideo. La cosa se sigue complicando y en Uruguay se encuentra con un amigo que lo convence de que tiene que acudir a las autoridades.
Dominó deviene en un juego de identidades y, a la vez, desmonta los prejuicios sobre la tercera edad.
"Entonces, imaginaba la vejez sin sacudones, sin el ritmo despiadado de la vida adulta ni tanta exposición al mundo exterior, a la gente y sus imposturas. Una etapa reservada al remanso de días y de noches protegidos por la quietud del hogar, a tardes de siesta y películas en la tele, a pasar un buen rato detenido en el banco de una plaza para observar las marcas del tronco de un árbol, su corteza y hasta la savia que lo nutre; para la simple apreciación del devenir contiguo, del cual uno es amo y señor así como lo es de su propia respiración, de su mirada y de su próximo paso."
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