Vladimir Nabokov: La defensa o el déjàvu paranoico : rumiar la biblioteca

lunes, 10 de septiembre de 2018

Vladimir Nabokov: La defensa o el déjàvu paranoico

Vladimir Nabokov, La defensa (1930), traducción de Sergio Pitol, Barcelona, Anagrama (2006)
https://www.anagrama-ed.es/libro/compactos/la-defensa/9788433960337/CM_190

Hay algo muy estimulante en esta novela, porque empieza tres veces. Pongo en situación:
1. Comenzamos a leer la infancia del protagonista, Luzhin. Se trata de un niño tímido cuyo padre es escritor, que se aficiona al ajedrez y que parece tener dotes especialmente notables. El capítulo 5 nos muestra el primer pliegue: Se trata de unas reflexiones del padre justo antes de morir acerca de su hijo y de cómo le gustaría escribir una novela sobre su hijo. Dice que solo se limitaría a su infancia. Entonces sospechamos que lo que veníamos leyendo es la "novela del padre". 
2. El padre ha muerto. Acompañamos a Luzhin a sus torneos. Hay un tipo, una especie de mánager, un oportunista apellidado Valentinov. Luzhin es un ajedrecista mundialmente conocido. Además es un tipo bastante autista y excéntrico, obsesionado con una defensa. Rusia se convierte en la Unión Soviética y nuestro ajedrecista, que vive en Berlín (como tantos otros exiliados rusos de la época), conoce a su futura mujer. Entretanto, en uno de sus más importantes torneos, cuando por fin iba a utilizar la defensa en la que tanto había trabajado, sufre un colapso, un surmenage. Su futura mujer se preocupa sobremanera y lo cuida con abnegación; todos intentan alejarlo del ajedrez, ni tan siquiera mencionarlo en su presencia.
3. Empieza la novela después del surmenage, que Luzhin, loco como está, considera una repetición de todas las "jugadas" de su vida después de la muerte del padre. Tanto es así que está preparándose para utilizar la defensa que antaño había construido con tanto esmero, pero que ahora usará para "defenderse" de la vida real. Lástima que Luzhin no pueda escapar a su destino.


"Con vaga admiración y vago horror observó cuán pasmosamente, con qué elegancia y flexibilidad, jugada tras jugada, se habían repetido las imágenes de su infancia (la casa de campo... la ciudad... la escuela... su tía...), pero no lograba comprender por qué esa repetición le inspiraba tanto temor a su alma. Sintió una punzada, una especie de enojo por haber pasado tanto tiempo sin lograr advertir la astuta secuencia de las jugadas, y al recordar alguna trivialidad (y había habido tantas, y a veces tan hábilmente presentadas, que la repetición casi quedaba oculta), Luzhin se indignó consigo mismo por no haber reflexionado lo suficiente, por no haber tomado la iniciativa y haber permitido, en cambio, con ciega confianza, que la combinación se fuera desarrollando. Se propuso ser más circunspecto, vigilar el ulterior desarrollo de aquellos movimientos, si es que volvían a repetirse, y, por supuesto, mantener su descubrimiento en secreto, y ser feliz, extraordinariamente feliz."

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