Andrés Rivera y los cangrejos : rumiar la biblioteca

lunes, 24 de junio de 2013

Andrés Rivera y los cangrejos


Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno (1987), Buenos Aires, Alfaguara (1993) 

En mi primer viaje de visita a Argentina compré mi también primer libro de Andrés Rivera. Tenía por entonces diecinueve años, cursaba el segundo año de Filología Hispánica en Málaga y tanto las vanguardias como lo revolucionario acaparaban gran parte de mi atención. (Ahora recuerdo: fue en ese viaje cuando escuché también por primera vez la grabación Pour en finir avec le jugement de Dieu de Antonin Artaud.) Acostumbro a añorar esa edad en la que todo es enérgica voluntad de descubrir y serio entusiasmo. Intento o más bien pretendo trasladarme a ese estado de ánimo en cuanto puedo.

La librería. La revolución es un sueño eterno. Abrí el libro. Leí: "Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla. / ¿Yo escribí eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí: mi lengua se pudre. ¿Yo escribí eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? / Y ahora escribo: me llamaron -¿importa cuándo?- el orador de la Revolución. Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamado el orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ríe. La podredumbre prohíbe, a mi boca, la risa."

Era su estilo lo que acababa de hipnotizarme. El estilo cangrejo: adelante, atrás, adelante pero de costado. Como también la paradoja del orador que muere de cáncer de lengua. Como también la reinterpretación de la historia, su mirada vívida de esa historia que solía ser cabildo y escarapela y caballo blanco.

Fíjate, me digo, cómo van cambiando de disposición los libros en esta mi biblioteca: por entonces era otro escritor argentino, y allí se había cómodamente instalado, entre los pocos libros que me había traído, Cortázar, Borges, Soriano, Girondo y Arlt. Y sin embargo ahora acabo de encontrarlo bastante cerca de Thomas Bernhard, António Lobo Antunes y Pierre Michon: los prosadores poéticos, los poetas cangrejos. Los cangrejos-arácnidos, que tejen y destejen mientras leemos embobados.

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