Estaba viendo In de
mood for love y me aburrí y pensé en que ya hace mucho que no escribo, y
después pensé en lo que le dije al amigo a quien le gusta In the mood for love: que para escribir hay que tener algo que
decir. Por eso sirven los diarios, para aplacar las ganas de escribir. Al menos así pienso yo, aunque debería escribir más, al menos
en el diario, porque hace demasiado que no escribo y eso porque el amor me
distrae. ¿Será por eso, realmente?
Pero no quiero hablar del amante, quiero obligarme a
escribir, que es lo que me propuse al cerrar Filmin porque me estaba aburriendo
con In the mood for love. Hay
películas o series tan aburridas que consiguen que tenga realmente ganas de
escribir, no en el sentido de “se me acaba de ocurrir una idea”, sino en el
sentido de que tal vez escribiendo me aburra menos. Entonces recuerdo que a
veces escribir es una fiesta. Ahora mismo ni siquiera suena música, pero estoy
escribiendo más o menos rápido y comienzo a notar ese placer de los dedos
dándole al teclado y las ideas que comienzan a borbotar improvisadas y a veces
todo fluye directamente con las teclas del ordenador y entonces es maravilloso.
Escribir es también el acto de darle a las teclas, la parte
orgánica y mecánica del asunto. Engancha. Tal vez mucho más que la función
comunicativa de la escritura, que es cuando uno tiene algo que decir. Porque
hay que tener algo que decir. A veces eso que uno tiene que decir viene
mientras se está escribiendo, y entonces uno se sorprende de esa idea que vivía
adentro, una idea que estaba a punto de salir o tal vez solo desarrollándose en
la zona inconsciente.
(Solo llevo diez minutos escribiendo.)
No es tan fácil tener ideas, aunque uno se esfuerce y se
obligue a entrar en el diario. Ahora podría releer las entradas más recientes,
como para seguir una narrativa de mi vida, cosa que suelo hacer de vez en
cuando, pero como he escrito tan poco últimamente, recuerdo más o menos todas
las entradas de los últimos tiempos, en las que prácticamente siempre aparece
este amante al que estoy viendo.
Eso lo sabemos y no hace falta estar hablando de él todo el
tiempo, aunque esté prácticamente todo el tiempo en mi mente. Hablar del amor
es algo pasteloso al final. Aburre hablar siempre del amor, porque el amor del
que se habla es anhelo. Es difícil hablar del amor mientras está ocurriendo el
amor, porque el amor suele ser absolutamente ñoño, y los amantes se quedan
mucho rato mirándose a los ojos y sonriendo sin poder evitarlo y sintiendo
felicidad, cosa que apenas se puede describir más que con la palabra felicidad.
(Quince minutos escribiendo. El tiempo es completamente
diferente cuando se escribe.)