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Relectura y vuelta a caer, menos mal que sentada y de una sentada, en Zama, la historia de Diego de Zama, un leguleyo funcionario del virreinato del Plata, escrita con una prosa de estilo enrarecido, como si la rareza de una prosa templada y con pinceladas castizas y eufonía de obra de teatro fuese natural y del todo realista en el discurso de este señorito que poco a poco va perdiendo señoría y dignidad, que lo único que desea es escapar, si el ascenso llega, de esas tierras alejadas de la mano de Dios.
"Yo, en medio de toda la tierra de un Continente, que me resultaba invisible, aunque lo sentía en torno, como un paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis piernas. Para nadie existía América, sino para mí; pero no existía sino en mis necesidades, en mis deseos y en mis temores."
Contada en tres actos, porque no difiere mucho de una tragedia, la espera de Zama se va rarificando y contaminando de resignación a marchas forzadas en tres momentos distintos cada vez más sumergidos en algo kafkiano (por lo pesadillesco) y beckettiano (por lo irónico-absurdo), aunque de humor fiestero bastante cervantino.
"Yo no quería decidir. / Quien escribe un libro, a veces, es capaz de acciones de desprendimiento. Yo presentía y anhelaba que Manuel Fernández, ese hombrecillo escritor de libros, me permitiera salir sin cargas morales de aquel enredo. Él podía asumir el sacrificio."
Pesco satisfecha aunque posiblemente obsesionada cierta línea que identifico en Machado de Assís y que se extiende y desarrolla por esas latitudes y se releva hasta desflecarse, por ejemplo, en Levrero o Bolaño, o por ser más precisa: la línea que desarrolla el humor absurdo, la pasión sensual y de los celos, la inquietud y el delirio de persecusión, la paranoia y hasta la arbitrariedad de las reacciones, y se me antojó un intermediario y di con un relevo en mis baldas.
"Comenzaba la tarde, pero tanto mal me había dado aquel día que me espantaba continuarlo. Sin embargo, no se puede renunciar a vivir medio día: o el resto de la eternidad o nada."
Decoro con un trozo de entrevista, porque parece fantasma desvanecido en la memoria de las letras; aparecido a veces, como ambrosía y celebración.
"Me pregunté, no por qué vivía, sino por qué había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí. / Siempre se espera más."