Resaca y adicción. Cocaína y literatura, aunque más cocaína que literatura o quizá más adicción y resaca y superficie de la literatura. Pero ¿qué es la literatura?
"¿Qué es para ti la literatura? ¿Es un antídoto, es una válvula de escape, es una manera de adquirir conocimientos, de vivir otras vidas, de olvidar, de recordar, de fantasear, es una purga, es una expiación, es una lucha contra el tiempo que nos consume día a día, es una manera de cambiar el mundo, es un simple divertimento, es una soberana gilipollez, es una manía como cualquier otra, es un aburrimiento, es un antídoto contra las drogas, es una droga, es una causa de la soledad, es una consecuencia de la soledad, es una alternativa a la prostitución, es una salvación, es una condena, es una poetización de la nada, es una metáfora de la evolución humana, es una discusión con nosotros mismos, es una manera de relacionarse con personas que jamás conoceremos, es una pose intelectual, es una conversación con seres más inteligentes que nosotros, es un soberbio acto de esnobismo, es una degradación de la realidad, es una exaltación de la realidad, es una mistificación de la realidad, es una realidad, es la única jodida realidad por la que vale la pena seguir viviendo en este mundo cruel?"
Cocaína es un diario de un joven "generación perdida" que empieza en Nochevieja y acaba en Nochevieja y avanza día tras día de desazón en fiesta y destila una constante sensación de hastío. Un cúmulo de confesiones sobre la frustración y la desolación en resaca permanente, una fotografía de una generación de españoles que están perdidos y sobre todo echados a perder. Una novela de la desesperanza, por fortuna de prosa veloz y ansiosa como la adicción y aderezada con un resignado sentido del humor. Es también hermana de la llamada literatura del yo, pues "la imaginación es una forma irreverente de reordenar los recuerdos", y también de la llamada literatura de la crisis.
Al principio es una pareja con hijo que llega a Nueva York para empezar de nuevo en la tierra de las oportunidades, pero Franz, austríaco, quien nos cuenta esta historia, se trae consigo el pasado de su familia y de su tierra y de su lengua y literatura, y su mirada está completamente teñida de la vieja burocracia austrohúngara y de un inevitable y angustioso tono kafkiano. Lo cierto es que la experiencia se va enrareciendo hasta el punto de volverse totalitaria y peligrosa.
"Después de los inmigrantes, les llegó el turno a los perros. Como, a pesar de haber aislado a los extranjeros, la epidemia siguió su curso, pensaron que los portadores de la enfermedad eran las mascotas."
Ella, Cindy, una americana de origen judío, representa unos cuantos tópicos de la sociedad americana, de modo que la novela parece indicarnos que Europa y América juntos no pueden engendrar más que hijos con serios problemas psicológicos.
Todo esto ha sido construido con frases cortas, precisas y de ritmo a veces repetitivo pero siempre ágil.
Más interesante y bien lograda la segunda parte de la novela, que consiste en un cuestionario o entrevista por parte de un psicólogo a la pareja en cuestión. Puro diálogo y la idea de que el psicólogo construye narración a la manera de un escritor:
"—Cuando no le gusta el rumbo que está tomando la conversación, imprime giros circenses a la trama. En cuanto la atención se fija sobre usted, promueve luchas dialécticas entre los personajes para desviar la atención. Si lo que quiere es escribir una historia con la que todos estemos de acuerdo, debo advertirle que usted es el personaje menos logrado de todos nosotros."
*
Lanzo a Rebeca dos preguntas relacionadas con dos cuestiones que, cerrado el libro, permanecen latentes en mí:
1.Los primeros capítulos de Eric nos presentan Nueva York casi
como una guía de viajes, pero al mismo tiempo se superponen todas las ideas de
Nueva York que el protagonista trae consigo: las del presente y las del pasado,
tanto es así que él mismo se pregunta si su mujer, cada vez que visitaba Viena,
no estaría paseando por una ciudad que ya no existía. Perdona mi tendencia a
lecturas formales, pero ¿crees que esta idea puede funcionar como metáfora de
la propia lectura? Sería interesante que nos contaras si esta cuestión tiene
algún significado más allá del expuesto.
Más que una metáfora de la lectura, lo que
señalas tiene que ver con la profesión del protagonista de la novela. El padre
de Eric, Franz, es físico y va a Nueva York a realizar un proyecto de
investigación relacionado con el gato de Schrödinger. Según la física cuántica,
la realidad es modificada, incluso creada, por el observador. En ese sentido,
se podría decir que Franz crea el Nueva York por el que pasea; igual que crea
su Viena natal, una Viena muy distinta a la que conoce su esposa. Por otra
parte, nuestra forma de mirar el mundo viene determinada por nuestro bagaje.
Imagino que los aficionados a la lectura “veremos” un Washington Square
diferente a las personas que ni siquiera han oído hablar de Henry James. Y algo
parecido les pasará a los amantes del cine cuando vean Tiffany en la Quinta
Avenida.
2.Hay otra idea que encuentro sumamente interesante:
la relación entre la construcción de un “relato” en la terapia y aquello que se
construye como ficción. Desde tu experiencia como psicóloga, ¿qué puedes
contarnos al respecto? ¿Cuáles serían las semejanzas y las diferencias?
Para mí, hay bastantes semejanzas. De
alguna manera, el paciente viene a consulta con una narrativa concreta con la
que explica lo que le está pasando. A veces hay que ayudarle a introducir
“modificaciones” en su relato, señalar las contradicciones del mismo… Un poco
la idea es ayudarle a construir un relato menos doloroso, pero sin imponer
nuestra narrativa, que es un error común y un psicólogo no es un narrador
omnisciente, por así decirlo. Por otro lado, te diré que hay una forma de
psicoterapia llamada terapia narrativa que se utiliza en casos de Trastorno de
estrés postraumático, por ejemplo. En este caso, la persona que ha sufrido un
acontecimiento traumático trata de reescribir lo que le ha sucedido.
Sheila Levine es una treintañera de los años setenta bastante acomplejada: no es suficientemente guapa ni suficientemente rica ni suficientemente ñoña como para contentarse con el papel que debería haber asumido hace tiempo. Las chicas tienen que casarse y formar una familia, las chicas tienen que seguir cumpliendo con el rol aquel. De modo que Parent ha construido una parodia bastante fresca y divertida de la novela rosa: la joven que a pesar de ser independiente y poco inocente y con ganas de divertirse, se ve obligada a enamorarse y a busca marido.
"Lo que significa que solo hay cien mil chicas judías como yo. Exactamente iguales que yo, con melenas que hay que alisar, narices que hay que enderezar, y todas buscando marido. TODAS BUSCANDO MARIDO. Pues bien, mis adorables judías, tengo buenas noticias para vosotras: a partir de ahora tendréis menos competencia. Sheila Levine ha decidido tirar la toalla. Se va a morir."
Diríase que el argumento suena remanido y anticuado, en lo que estoy de acuerdo, pero también podemos argumentar que si las chicas nos divertimos con esta nota de suicidio es porque, a pesar de los años transcurridos, muchas jovencitas siguen siendo educadas con la premisa aquella del príncipe azul.
"No pensar para poder escribir, o mejor, escribir para lograr pensamientos no del todo pensados que definen siempre el estilo de un escritor. Al menos esa es la tradición del Río de la Plata, Macedonio, Felisberto, Borges, el escritor vacila, no entiende bien lo que narra y es la contraparte de la figura despótica del escritor latinoamericano clásico que tiene todo claro antes de empezar a escribir."
Hay aquí entretejida una meditación sobre el tiempo y el narrar (que viene a ser la manifestación del tiempo en el texto), como si su formación de historiador estuviese siempre presente en esta narración medio real, medio ficticia (como toda pronunciación del yo). O mejor: como si su formación de historiador le hubiese ayudado a comprender con nitidez lo que significa narrar. Y también: este diario se lee como una novela.
"Releer mis 'cuadernos' es una experiencia novedosa, quizá se puede extraer, de esa lectura, un relato. Todo el tiempo me asombro, como si yo fuera otro (y es lo que soy)."
Además leemos la escenificación y lectura de Renzi-Piglia por otros Renzi-Piglia, con incontables injertos de diversos textos e intervenciones constantes (como bien explicó Patricio Pron) y también injertos emocionales para el lector (según terminología de Ignacio Echevarría), que me indujo a un estado de feliz meditación.
"Como siempre, me espera algo parecido a un mandato (de nadie), un mandato que yo mismo he construido para mí (escribir y ser un escritor). Tampoco sé si eso tiene sentido. Pero, igual, siempre, vuelve a insistir."
(Nótese en esa última frase la versión "positiva" de aquella de Beckett que decía algo parecido a "Fracasa otra vez, fracasa mejor".)
Bello y por momentos poco pigliano el estilo del último cuento, el que cierra el libro, "Canto rodado", que es a la vez la historia de su abuelo, la historia de la técnica narrativa de su madre (y tal vez la que Renzi utiliza), la historia de cómo han sido ordenados y transcritos estos textos que leemos y una invitación a continuar con los siguientes tomos, que esperamos cómplices de su felicidad.
En el fondo, ahora que acaba el año, envidio algo de la construcción de esta sofisticadísima prótesis de la memoria, pues como el mismo Renzi confiesa: "[...] mis cuadernos son para mí la máquina del tiempo".
Los lectores de Granta están de enhorabuena: encontrarán aquí una selección de outsiders y escritores de los márgenes y escritores híbridos en todos los sentidos que nos llevan de inmediato al terreno confuso y resbaloso de la creación, al big bang de Onetti recostado en su cama de la mano de Rodrigo Fresán, a tres breves y maravillados cuentos de Andrés Ibáñez, a la Grecia de Cynthia Ozick, a quien deberíamos instituir como la Gran Sibila del comienzo de la Era de la Escritora con Sentido del Humor, a los helados planos del ojo-bisturí que todo lo ve de la reciente premio Nobel, Svetlana Aleksiévich (svet significa "luz") y su contrario, el punto ciego de Javier Cercas, ese instante de incertidumbre y de no entender de toda literatura que se precie, entre otros rarunos textos que cada cual sabrá transitar como funambulista o espeleólogo o buceador o practicador de la duermevela.
VV.AA.,
Granta, 2, Barcelona, Galaxia Gutenberg (2015) - See more at:
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Martín Caparrós, La historia, Bogotá, Norma (1999)
"Jushila me mira porque sabe que nada más en el tiempo de mi padre Ramón cabe lo que le estoy contando, la historia mezclada."
En La Cuartaretomamos la narración desordenada de Oscar: aquí reflexiones sobre el amor, la procreación, los ritos prenupciales, la escuela de las "prostis castas", el tiempo, con referencias cada vez más constantes a una guerra con los barbudos aunque nunca se describa y saltos hacia la historia de Juanca y la muerte Larga y sus implicaciones en la vida de los habitantes de la Ciudad y las Tierras. Lo más llamativo de todo esto es cómo se va construyendo un pensamiento del más allá bastante cristiano, con su correspondiente dios, desde otro ángulo.
"Desde
entonces, la vida les resultó un boceto de la vida verdadera: cada cosita que
hacen en esta la van a hacer aumentadísima en la Larga: tienen que estar todo
el tiempo con tremendo cuidado. Se condenaron."
Quizá el punto más inquietante en esta parte es la mención al error siempre presente en toda obra que se precie. Dice Oscar:
"Y si tiene que haber un error en mi obra, sería exquisito que mi error fuera el tiempo que declaro."
A saber cuál es el error de La historia.
Las notas más o menos siguen el mismo patrón, aunque parecen abundar, a diferencia de las otras, en un montón de dudas por parte del narrador y, en algunas partes, un recuento y resumen de todo lo que hemos leído. Llamativo es el Programa del tormento, práctica estética habitual en Calchaqui. Naturalmente me pregunto si Caparrós ha construido una enorme máquina-tormento. Sin duda hay, en todas las notas, un llamamiento al tormentoso disfrute de las listas y las enumeraciones, un placer tan George Perec, que por cierto, ya ha sido explícitamente homenajeado en el género Lista calchaqui del capítulo anterior: "Me acuerdo de...".
Lo cierto es que todas las reflexiones que me fueron sobreviniendo durante la lectura van encontrando contestación en alguna parte del libro. Sirva de ejemplo el párrafo que sigue:
"Parece,
más bien, como si cada fragmento fuera un sector estanco, sin relación con los
demás; éste será, sin duda, uno de los principales argumentos de quienes
nieguen la unidad de La Historia, junto con las
diferencias evidentes entre la forma más o menos ordenada del capítulo 3 y la
dispersión de los demás capítulos."
*
El quinto capítulo lleva por título Mi vida. Se nos dice que no forma parte del manuscrito La historia sino que es una adenda. Se trata del relato de Miranda desde su propio punto de vista. De cómo fue capturado y educado y de cómo llegó a ser el instructor de Oscar. De cómo, finalmente, salió de la ciudad y sobrevivió, y yo también sobreviví.
*
La novela es apabullante. Una impecable fiesta del lenguaje, la ironía y la paciencia. Una máquina que parece ir deshaciéndose, digna, para permanecer de otra manera, quizá en alguno de esos tiempos tan estravagantes, en la memoria que los rodea. Un repaso, a la vez, de la historia argentina y de la construcción de su propia identidad.