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Digamos que Fuera de aquí es algo así como Vila-Matas leyendo a Vila-Matas. Con esto me refiero a un escritor (o su estilo), leyéndose a sí mismo. O quizá: desdoblándose y mirándose a un espejo, ¿espejo? No es espejo, es ombligo. O quizá: el dibujo de un ombligo de un presunto Vila-Matas, dibujado por él mismo. Ombligo o espiral, de trazo improvisado o al menos con aspecto de espontaneidad.
Formato blog, me soplan en la editorial. Y yo me pregunto si eso que Vila-Matas llama estilo Vila-Matas, es decir, el metaficcional y autoficcional, el ficcional a secas, digamos, o mejor: el que mete ficción a todo lo que toca (¡y a todo lo que conduce!, sopla otro listillo), no dejará de hacerlo en esta blogentrevista impresa con fotos y fragmentos y textos inéditos (metameditativos), donde la presencia de la realidad (ya que tenemos a un testigo, Gabastou) debería enderezarlo. No sé bien lo que significa enderezar (quizá aderezar), pero lo cierto es que Fuera de aquí es un rizar el rizo.
Claro, tanto automitografía (como un Dalí de nuestro tiempo) donde la duda es la mejor aliada, me refiero a la duda sobre la realidad, o para precisar: la interpretación de la realidad, que al final no sabemos (y disfrutamos como enanos) de si aquello es construcción o deconstrucción, a la manera de Paul de Man y su autobiografía como desfiguración.
La entrevista como desfiguración. (Y como género literario.)
Vila-Matas está allí, pero también está fuera de allí. Aunque diría que sigue acertando y comportándose con total honestidad con respecto a la problemática del escritor y del lector, a sus irónicos quebraderos de cabeza, a su monstruosidad. A la manera de la teoría o crítica literaria tal como es entendida desde el siglo XX y de la que yo misma fui alumna con Jordi Llovet y Nora Catelli.
Sabemos que el estilo de Vila-Matas es en parte explicar en qué consiste su estilo, hacerlo explícito, o lo que es lo mismo: leer a Vila-Matas es leer las instrucciones para leer a Vila-Matas. Pero la impresión al leer Fuera de aquí fue la de no saber si el hecho de explicar no responde también a que los lectores vilamatianos (los metalectores) parece que escasean. Ambos puntos de vista se complementan y podrían ser ciertos, me digo. El lector ha desaparecido, también, diluyéndose. Al igual que el autor, el lector está en peligro (dijo Piglia y lo metió en un libro). Se ha desfigurado y entorpecido, de modo que pareciera que no tiene más remedio que darle una palmadita de ánimo y explicarle con claridad eso que hace al escribir, su sistema de creación, explicar en qué consiste el estilo Vila-Matas al pobrecito lector.
Hace un tiempo escuché decir al editor de Copi (al que, por cierto, el que nos ocupa tradujo), que sin duda Copi debía su grandeza sobre todo a la fortuna de haber tenido buenos lectores, excelentes lectores. Pareciera que Vila-Matas no se fía de quien se acerca, no encuentra al lector que, sin ayuda, sepa descifrar lo que hay que descifrar, o más bien se aprovecha y hace literatura de ese desencuentro.
"¿Narrativa normal? ¿Cómo interpretar algo así? ¿Narrativa que no marea la perdiz y toma la línea recta para contar algo? Creo que detrás de la división bolañesca se esconde un conflicto entre el impulso antiintelectual de la cultura de masas que no ha parado de crear monstruos y narradores sencillos —toda esa serie incesante de escritores que se adaptan, que se someten a cierta tentación analfabeta y se presentan ante los lectores (para no asustar) como personas no intelectuales, alejadas de esa casta de gente que lo enrarece todo porque piensa demasiado— y el impulso de los que huyen de la narración lineal y conversan sobre libros y se interrogan acerca de cuestiones relacionadas con la realidad misma de la literatura, en busca siempre de nuevas formas que ayuden a encontrar la salida a tantas novelas decimonónicas y tantas obras vanguardistas mal copiadas: gente que ama la vieja oscuridad o dificultad en la construcción de historias, estilo Faulkner, o estilo Macedonio (Fernández), tanto da mientras se mantenga el espíritu de la complejidad y el laberinto."
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De tanto desaparecer, hasta el texto mismo tiende a borronarse, no por escasez sino por sobreabundancia. Por la falta de costumbre de imponerse. Porque, como dice Piglia, la gente mira al lado para que alguien diga si un texto es bueno. Por no saber caer en la cuneta, y no en la cuenta, errata que muchas veces dejaría tal cual. Digamos que la literatura del futuro puede que sobreviva en la cuneta.
Hay un fragmento que me parece sumamente revelador:
"Habrá escritores escondidos que serán muy conscientes de que el éxito de su obra dependerá únicamente de la opinión que uno tenga sobre ella. 'Piensa bien de ti, y habrás ganado. Pierde tu autoestima, y estás perdido', se dirán para sí mismos. Y, dada la incultura que reinará en el mundo entero —peor aún que la actual, lo cual ya es decir—, se sentirán muy felices de haber sabido apartarse, de haber sabido situarse literalmente fuera de aquí."