rumiar la biblioteca: diciembre 2020

lunes, 28 de diciembre de 2020

Sara Mesa y las palabras son témpanos

 

Sara Mesa, Un amor, Barcelona, Anagrama (2020)

https://www.anagrama-ed.es/libro/narrativas-hispanicas/un-amor/9788433999030/NH_651

Las palabras son témpanos en esta novela. Están flotando sobre un mar helado que es la trama, donde el amor apenas existe, pues lo que vemos aquí es la historia de una obsesión. Una urgencia del ego que necesita apremiantemente satisfacer su orgasmo. 

Un amor cuenta la historia de Nat, una traductora que se va a vivir a un pueblucho perdido porque es lo único que puede permitirse. Enseguida se siente observada y avasallada por los hombres de allí. Es la nueva. Todos sienten curiosidad. Un día, se acerca un alemán y le propone que se acuesten a cambio de arreglarle el techo de la casa, que está lleno de goteras. A partir de entonces nace una relación obsesiva, pues ella pretende intimar con él y eso es imposible.

"¿Es una obsesión? Sí, claramente es una obsesión. Pero no solo eso, se dice. Es un rapto, una metamorfosis, una transformación radical de lo esperado. Lo que estaba fuera, en la lejanía del paisaje, lo que era invisible y carecía de interés, está ahora dentro de ella, habitándola, sacudiéndola."

A todos les cuesta comunicarse en este pueblo y el lenguaje no sirve para nada. El paisaje es otro protagonista; a veces la define, muestra su estado de ánimo. Sin embargo ella quiere intimar con el alemán, se empeña "en traducirlo, en llevarlo a su terreno". Pero nada. Las palabras son cosas, cosas heladas. Son la escaleta de un guión de cine. Allá van flotando como témpanos. 

"En la distancia se perfila una palabra -así- y después una frase completa: así es como comienzan los disfraces."

Evidentemente la cosa se va poniendo cada vez más tensa, más Dogville. De hecho, todo estalla a causa de un terrible accidente con su perro.

Este es el estilo Sara Mesa. Novelas contenidas, construidas con precisión milimétrica, con un dominio notable y cinematográfico de la tensión narrativa, de la intriga. Con tramas donde las mujeres son sometidas al ejercicio del poder patriarcal. Se conciben como víctimas y tienen miedo. Y todo eso en un entorno estilístico neutro, contenido, grado cero. 

 


 


lunes, 21 de diciembre de 2020

Miquel Bauçà: poesía, surrealismo, encierro

Miquel Bauçà, La destrucción de la torre de Pisa, prólogo de Nora Catelli, Barcelona, Kriller (2020)

http://kriller71ediciones.com/libros/kokoro-libros/la-destruccion-de-la-torre-de-pisa-miquel-bauca/

La destrucción de la torre de Pisa incluye tres novelas cortas de Miquel Bauçà, poeta catalán de culto según leo por todos lados: Calle Marsala, El viejo y La carcelera. Lo que escribe Bauçà es raruno a la manera artaudiana, a la manera surrealista, con un humor extraño y mucha corporalidad. Las frases arrancan y deliran enseguida, con cierto extrañamiento conseguido más por el irse por las ramas del concepto que por otra cosa. Porque el lenguaje es sencillo y de todo se ocupa el ritmo, y en esto se nota que es novela de poeta. No se trata de novelas con peripecia o argumento elaborado (o desarrollado), o al menos no con un argumento que uno pueda contar como se cuenta una historia o una anécdota. Se trata de una de esas lecturas-experiencia.

Calle Marsala cuenta la historia de un vendendor de jabón y de las cosas que siente, de su cuerpo. Se masturba todo el tiempo y está obsesionado con la guerra. El viejo cuenta la historia de un anciano que está encerrado y sale al patio solo para cantar. La carcelera cuenta la historia de un tipo que está encerrado y describe a esa mujer que es dueña de su libertad. Si uno fuerza el sentido de este libro, puede encontrar un hilo conductor entre estas tres historias: todos están encerrados, en un cuerpo, en una jaula, en una mujer. ¿O tal vez el personaje siempre es el mismo?

"También a mí me convendría avanzar. Podría adquirir una casa baja, con alcoba y mesilla de noche, totalmente en penumbras. Un santo cristo encima del secreter. Las sábanas, todas de lino, como quiere mi amada. Pasarme los dedos por el cuello y la sotabarba, satisfecho. Esperar a tener sueño. Consultar primero a Ausiàs March y a continuación a Jordi de Sant Jordi. Con su permiso, introducirme a tientas dentro de la cámara prohibida y profanarla. Entro. Un gato que se estira en la barandilla hace que la polla me tironee. Se me pone dura dentro de la penumbra. No sigo. No ha pasado nada. La lluvia empieza a caer. Un niño llora. Una mujer chilla: 'Carles'. Una vez más compruebo mi indefensión. El dolor me asalta. Debo prepararme para la guerra. La saliva empieza a caerme por la hendidura de la boca. Me voy. Me sacudo un insecto que me ha visto. Al llegar, ya tocaré, lívido, la armónica. Es lo mejor que puedo hacer." (Calle Marsala)

lunes, 14 de diciembre de 2020

Rosa Chacel a propósito de la confesión en España

Rosa Chacel, La confesión (1970), Barcelona, Comba (2020)

https://editorialcomba.com/libros/ensayo/la-confesion/


Es notable cómo cambian las maneras de leer a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en este libro Rosa Chacel se pregunta por qué no existe el género de confesión en España. También cambian las maneras de escribir, a juzgar por la profusión de autoficciones o literaturas del yo (Rosa Chacel misma, una de las voces más destacadas en este sentido) o confesiones más o menos ficcionadas en el panorama literario español de hoy.

El caso es que Rosa Chacel, a través de un análisis más bien psicoanalítico y filosófico, con ese estilo propio de las introducciones de Cátedra que leíamos cuando estudiábamos filología, es decir, ese estilo de exégesis del filólogo, primero aborda a tres grandes autores de confesiones: San Agustín, Rousseau y Kierkegaard. Después, se adentra en tres autores españoles: Cervantes, Galdós y Unamuno. Evidentemente, a Cervantes se le perdona todo y queda fuera de cualquier tipo de acusación, sobre todo porque en el personaje del Quijote Cervantes se mostró a sí mismo sin tapujos, dice Chacel. Pero en cuanto a los otros dos, llega a la conclusión de que jamás se muestran en sus textos porque en España hay un complejo con el eros, también en la novela, que siempre queda en algo parecido a un punto ciego. Luego le echa la culpa a eso precisamente, a ese pudor, la falta de interés por los escritores españoles de entonces.

"¿Qué régimen de anacoretas habría sido el nuestro si no hubiéramos devorado la novela del resto de Europa? Francia, Rusia, los escandinavos, pasiones y climas rezumantes de contenido humano. Esto nos sirvió para madurar, para adquirir facultades, tener gustos y predilecciones. Además, nos sirvió para ver lo que nos faltaba y, sobre todo, para intuir por qué nos faltaba. En esto estribaba el retraimiento de nuestro amor. Tanto se nos censuró el extranjerismo, tanto se habló de la manía esnob de buscar lo exótico... Lo que nos alejaba de nuestros escritores era el percibir que nos ocultaban algo. Sentíamos que lo que en Galdós parecía discreción, 'respeto de sí mismo', y en Unamuno sobriedad cuáquera, parquedad sin deleite, era, indiscutiblemente, ocultación. Pero ¿falsedad?, ¿hipocresía?... No, nada de eso, sino la más grave de las ocultaciones: nos ocultaban lo que se ocultaban a ellos mismos. Por eso la ausencia, el punto ciego u opaco, la fealdad a veces, la mudez del fantasma que se escamotea en sus obras, se puede compendiar diciendo que lo que falta en ellas es confesión."

lunes, 7 de diciembre de 2020

Estructuras (Fragmento del diario, 04/12/2020)

Queremos una prosa veloz. Una prosa moderna. Una prosa que salte el postironismo y vaya hacia el futuro. Que caiga de lleno en el futuro, donde la estructura signifique, donde leamos como haciendo zapping, pero no me refiero a eso tan usado desde el romanticismo de lo fragmentario, sino a escenas diferentes, con distintos tonos y registros. Deconstruyendo una novela desde la estructura y el tono. Una novela saltada, como la quería Macedonio, por ejemplo. Una novela que da saltos, una novela que se monta como un mueble de ikea, con instrucciones que no se entienden. Con instrucciones que dependen del sentido común y de toda la buena voluntad del lector, igual que un mueble de ikea. Sin la voluntad del lector, una novela no tiene sentido en la época que vendrá después del postironismo.

No sabemos cuál es ese futuro para la literatura, pero si seguimos con el rollo del postironismo y el rollo del colonialismo y el feminismo (y lo dice una mujer rotundamente feminista) y sobre todo con lo políticamente correcto, leyendo y escribiendo desde lo políticamente correcto, la cosa va a ponerse aburridísima y el estilo se irá perdiendo como se pierde la paciencia con los anuncios de Spotify. Y la prosa cada vez más contenida. Sin ironía, todos hablando en serio sin ambigüedades, sin sentido del humor y siempre con la verdad como bandera, la verdad única de lo políticamente correcto.

La ironía es el comentario a la historia principal, y normalmente el comentario ofrece otros puntos de vista, otras verdades. A mí me interesa usar de ese modo los fragmentos, no como los usan los que practican eso que alguna vez estuvo de moda y que era la novela por fragmentos, porque esos fragmentos son como fotografías de una misma verdad que no se contradice. Fragmentos de una sola conciencia. A mí me gustan los fragmentos de una conciencia multitudinaria, colectiva, con enormes contradicciones o diferencias, con matices completamente diferentes en cuanto al tono y el registro de la prosa. Con fraseos diferentes.

Tal vez no me había dado cuenta de que mi interés por la estructura comienza en la práctica de la escritura. No es algo que comienza como una idea, del tipo: ahora voy a empezar a escribir novelas donde la estructura signifique. Donde los fragmentos sean como hacer zapping. Vale, al lector no le gusta porque es difícil. Cierto, es difícil, y si no le gusta no es un libro para él. Para mí no tiene sentido la literatura como entretenimiento. A mí me interesa la literatura como dificultad, porque para mí es sin duda lo más entretenido. Es divertidísimo. De leer y de escribir.

Toda esta perorata que acabo de soltar no sé a qué viene. Tal vez a que me obligué a escribir, y cuando pienso en escribir pienso en cosas sobre mi comprensión de la literatura. Me parece que si alguien no tiene nada nuevo que ofrecer, si alguien no arriesga un poco, no tiene sentido escribir nada. No me quiero hacer ahora la Juana Goytisola ni mucho menos, sobre todo porque no soy una escritora de la altura de Goytisolo. Pero sí comprendo su convicción en cuanto a la literatura.