Cuando a los escritores del boom latinoamericano se les
preguntaba por su influencia más incuestionable, ellos contestaban: Faulkner.
Si a los escritores del nuevo cuento latinoamericano les formuláramos una
pregunta semejante, probablemente contestarían: Carver. Diríase que, en
general, el fantasma del realismo norteamericano se cierne sobre Latinoamérica.
¿Se acuerdan del cuento fantástico, ese que remataba el final con una vuelta de
tuerca y confería otra capa de sentido a lo veníamos leyendo? Apenas se
practica ya. El narrador prefiere susurrarnos su confesión, contarnos una
anécdota, exponer su comprensión/incomprensión de lo que le rodea. Habla de
literatura, de sí mismo como desfiguración. Toma la voz de la violencia social.
A menudo se asemeja a un costumbrista del siglo XXI o, dicho de otra forma,
despliega su talento para referirse a lo íntimo o lo banal.
Pero por fortuna toda escritura es una lucha de influencias,
un mestizaje. De modo que podemos hablar de realismo y sus variantes con
marcado predominio de la primera persona como rasgo más o menos general, pero
también de continuación del boom, de adoradores borgianos, de susurradores
inquietantes, de autoficción, de metaficción, de narradores reflexivos o
filosóficos, de narradores naif, de fanáticos del cine y la carretera, de
periodismo al destape, de suspense, de escritura del cuerpo o, también, de
prosa con aires centroeuropeos.
Despleguemos, pues, un mapa del nuevo cuento
latinoamericano. Atendamos a las diferencias.
(Huelga decir que no están todos, pero sí una muestra lo
suficientemente representativa de las tendencias narrativas y editoriales: 8
mujeres/16 varones.)
La máquina
Alberto Chimal (Siete,
Salto de Página): Impecable prosa donde toda la literatura (y no exagero) se da
cita y se reformula. Fantástico trabajo de recuperación y reapropiación siempre
humorística de los textos míticos/sagrados/clásicos/históricos. No faltan
reflejos a lo mejor de Borges y al así llamado boom latinoamericano. Leer esta
recopilación de los mejores cuentos de Chimal no tiene desperdicio: puro gozo,
puro talento, pura belleza. A veces llegué a dudar si Chimal no es en realidad
aquella máquina perfecta de hacer literatura con la que muchos sueñan.
Narrador naif
Federico Falco (Elefante,
El Cuervo): De prosa fresca con tono costumbrista, Falco destila cierto aire
enrarecido y morboso desde sus comienzos, un elemento oscuro y a veces perverso
que atrae como un imán. Por lo demás, digamos que es un alumno aventajado de
Carver y que por lo general sitúa las escenas en pueblos del interior de
Argentina, donde parece que no pasa nada.
Luciano Lamberti (El
asesino de chanchos, Nudista): Lamberti comparte con Falco el escenario y
el influjo del realismo norteamericano pero utiliza de forma más marcada un
narrador en primera persona al que podríamos llamar “naif” y que deja que el
inteligente sea el lector. Esto resulta en una prosa rápida que hilvana
episodios sin detenerse a explicar sus causas. Al parecer este tipo de narrador
está tomando fuerza en la narrativa argentina, pues resulta sumamente
humorístico.
Desparpajo y velocidad
de la anécdota
Margarita García Robayo (Cosas
peores, Seix Barral): García Robayo derrocha desparpajo. De prosa sencilla y
precisa, de tonalidad oral y fresca, nos sitúa en escenas in media res para
contarnos poca cosa, pero con el suficiente sentido del humor y la sugerente
sensualidad y la tentación de lo siempre sexual que enseguida nos atrapa.
Juan Terranova (Música
para rinocerontes, El Cuervo): Diríase de Terranova que enhebra anécdotas
mediante la utilización de los diálogos, que maneja con mucha soltura y
verosimilitud. Además de frecuentar la autoficción, su estilo es directo,
sencillo, socarrón y divertido. Tiene la frescura de una conversación entre
amigos y la rapidez del periodismo.
Suspense y perversidad
Samanta Schweblin (Siete
casas vacías, Páginas de espuma): Schweblin escribe como un cuchillo con el
que nos amenaza constantemente. Desborda talento para el suspenso y lo
inquietante. Leer a Schweblin es tener el corazón en la boca. Es intuir el
peligro. En este caso, los cuentos están enlazados entre sí por diferentes
elementos: un jardín, unas cajas, la desaparición de niños. Por lo general,
asistimos a rutinas de lo más estrafalarias que atrapan nuestra morbosa
curiosidad, pues sabe jugar con la perversidad del lector, a quien trata de
cómplice.
La carretera
Liliana Colanzi (Vacaciones
permanentes, El Cuervo) y Maximiliano Barrientos (Diario, El Cuervo) trabajan una narrativa más cercana al cine de road movie. Colanzi nos habla de chicas
ricas y destroyers que quieren dejar
de ser las nenas de papá. Barrientos nos cuenta viajes por carreteras donde
abundan (naturalmente) los coches, los bares de mala muerte y el despecho
amoroso. Ambos comparten una prosa rápida, sencilla, directa, juvenil y
sumamente visual.