https://editorialcomba.com/libros/ensayo/la-confesion/
Es notable cómo cambian las maneras de leer a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en este libro Rosa Chacel se pregunta por qué no existe el género de confesión en España. También cambian las maneras de escribir, a juzgar por la profusión de autoficciones o literaturas del yo (Rosa Chacel misma, una de las voces más destacadas en este sentido) o confesiones más o menos ficcionadas en el panorama literario español de hoy.
El caso es que Rosa Chacel, a través de un análisis más bien psicoanalítico y filosófico, con ese estilo propio de las introducciones de Cátedra que leíamos cuando estudiábamos filología, es decir, ese estilo de exégesis del filólogo, primero aborda a tres grandes autores de confesiones: San Agustín, Rousseau y Kierkegaard. Después, se adentra en tres autores españoles: Cervantes, Galdós y Unamuno. Evidentemente, a Cervantes se le perdona todo y queda fuera de cualquier tipo de acusación, sobre todo porque en el personaje del Quijote Cervantes se mostró a sí mismo sin tapujos, dice Chacel. Pero en cuanto a los otros dos, llega a la conclusión de que jamás se muestran en sus textos porque en España hay un complejo con el eros, también en la novela, que siempre queda en algo parecido a un punto ciego. Luego le echa la culpa a eso precisamente, a ese pudor, la falta de interés por los escritores españoles de entonces.
"¿Qué régimen de anacoretas habría sido el nuestro si no hubiéramos devorado la novela del resto de Europa? Francia, Rusia, los escandinavos, pasiones y climas rezumantes de contenido humano. Esto nos sirvió para madurar, para adquirir facultades, tener gustos y predilecciones. Además, nos sirvió para ver lo que nos faltaba y, sobre todo, para intuir por qué nos faltaba. En esto estribaba el retraimiento de nuestro amor. Tanto se nos censuró el extranjerismo, tanto se habló de la manía esnob de buscar lo exótico... Lo que nos alejaba de nuestros escritores era el percibir que nos ocultaban algo. Sentíamos que lo que en Galdós parecía discreción, 'respeto de sí mismo', y en Unamuno sobriedad cuáquera, parquedad sin deleite, era, indiscutiblemente, ocultación. Pero ¿falsedad?, ¿hipocresía?... No, nada de eso, sino la más grave de las ocultaciones: nos ocultaban lo que se ocultaban a ellos mismos. Por eso la ausencia, el punto ciego u opaco, la fealdad a veces, la mudez del fantasma que se escamotea en sus obras, se puede compendiar diciendo que lo que falta en ellas es confesión."
Agradezco mucho que proporciones información sobre este libro de mi paisana Rosa Chacel. No lo conocía.
ResponderEliminarA título anecdótico te paso un enlace de un blog que hice hace tiempo, para que veas la escultura que tenemos en una esquina de una plaza céntrica:
https://pillalaciudad.blogspot.com/2010/08/la-calma-y-amable-rosa.html
Salud y buen ánimo.
¡Gracias, Fackel, y saludos!
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