Ricardo Piglia y Roland Barthes : rumiar la biblioteca

lunes, 15 de julio de 2013

Ricardo Piglia y Roland Barthes

Ricardo Piglia, El último lector, Barcelona, Anagrama (2005)
http://www.anagrama-ed.es/titulo/NH_376

Roland Barthes definía el texto como un tejido, no como algo puesto ahí para ser desentrañado, sino como algo en proceso de tejerse, ejecutado y escrito al leerse, como la ejecución e interpretación musical, o si se quiere: una escritura-tela de araña de la lectura, es decir, la escritura que hacemos, como hilanderos-arácnidos, mientras leemos, mientras dure el acto en sí de pasar páginas. 
Eso mismo parece El último lector: la escritura de un Piglia-lecto-escribidor que transcribe un recorrido bien tejido cuya temática redunda y fascina: la del metalector, es decir, un trabalenguas no solo de palabras sino también de conceptos.

Más que de un último lector (aunque siempre en peligro), nos enfrenta al acto mismo de la lectura y a la figura del lector en la literatura, al lector como personaje de ficción, y también al reflejo de nosotros mismos como lectores, nuestro doble de papel. 

Piglia nos acerca a un tiempo a aquello que Roland Barthes llamaba texto del placer (la lectura confortable y tradicional, si se quiere) y texto del goce (la lectura del desacomodo, la pérdida, incluso del aburrimiento, la lectura que cuestiona el lenguaje y hasta los fundamentos psicológicos del lector).
Y enseguida agrega: "Aquel que mantiene los dos textos en su campo y en su mano las riendas del placer y del goce es un sujeto anacrónico pues participa al mismo tiempo y contradictoriamente en el hedonismo profundo de toda cultura (que penetra en él apaciblemente bajo la forma de un arte de vivir del que forman parte los libros antiguos) y en la destrucción de esa cultura: goza simultáneamente de la consistencia de su yo (es su placer) y de la búsqueda de su pérdida (es su goce). Es un sujeto dos veces escindido, dos veces perverso." 

Podríamos decir de Piglia (y no me refiero al hombre de carne y hueso, sino a la voz narrante) que es un lector anacrónico y perverso, o quizá: un meta-lector-escritor que nos facilita la identificación con esa figura que él mismo representa. Que nos pone en bandeja el jugar a su rol (y no escojo "jugar" al azar, porque hay mucho de lúdico y de musical-ejecutor en ese rol). 

Aunque se avecine el riesgo de la imposibilidad de lectura, del exclusivo goce: la multiplicidad de significantes, de tangentes disparándose, la aberración de significado (Paul de Man), la imposibilidad de leerse (Maurice Blanchot), de leer cualquier cosa, de pervertirse hasta tal punto y escindirse ad infinitum hasta desintegrarse, aunque nos estaríamos orillando bien cerca de los límites de la disolución del yo, de la desintegración de la conciencia y, en esas lindes tan extremas, el placer y el goce se tornan vacuos. La vivencia del aleph no nos interesa, sobre todo si caemos dentro y perdemos la perspectiva del observador.

Piglia nos dice: "la lectura es un arte de la microscopía, de la perspectiva y del espacio". Y también: "la lectura es un asunto de óptica, de luz, una dimensión física".

Con estas dos premisas, y dando por hecho que la lectura es un acto solitario (similar, según Barthes, al recogimiento que busca el enamorado o el místico), nos invita a recorrer una poética de la lectura convirtiéndola en literatura, tejiéndola o reflejándola y, al mismo tiempo, reflejando, cual Narciso, a todo el que se acerque al libro. 

De más está decir que más de uno se ha enamorado de sí mismo y ha caído al agua. De allí el nombre, que no es más que una advertencia: El último lector

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