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Digamos que la novela es como una ciudad. Digamos que la ciudad o la megaciudad es internet. Digamos que el lector, cual detective, rastrea pistas e interpreta indicios hasta encontrar al asesino. O mejor: digamos que el lector, cual paseante ocioso, recorre las calles y rememora esquinas que al revisitarlas han desaparecido, que al volver a ellas, se tornan ausentes. La ciudad entera se ha vuelto ausente. La novela también. Digamos, pues, que la novela no desaparece, como no desaparece la ciudad, sino que va acumulando en diferentes capas distintas lecturas o recorridos, a los que podríamos regresar por maniobras del tiempo, por mecanismos de grabación y captura de ese tiempo y ese espacio. O quizá no queramos regresar, porque el paseo nos ha llevado a otros sitios y queremos tejer nuevos caminos para después gozar de ellos al rememorarlos.
Qué pasa, pues, cuando la máquina de Macedonio ha capturado a la Eterna, la máquina Museo de la novela de la Eterna, o la máquina que dicta e incluso puede prever y provocar diversas circunstancias, generalmente trágicas. La misma que sigue hablando, o mejor, derrochando palabras sin poder parar. "[...] cuando se supo que hasta los cuentos de Borges venían de la máquina de Macedonio, que incluso estaban circulando versiones nuevas sobre lo que había pasado en las Malvinas; entonces decidieron llevarla al Museo, inventarle un Museo, compraron el edificio, compraron el edificio de la RCO y la exhibieron ahí, en la sala especial, a ver si la podían anular, convertirla en lo que se llama una pieza de museo, un mundo muerto, pero las historias se reproducían por todos lados, no pudieron pararla, relatos y relatos y relatos". De este presupuesto ha surgido el libro.
Qué pasa, me digo una vez cerrado el libro, cuando la máquina-ciudad que yo imagino es internet, en el que tienen cabida la máquina, el paseante, el mismo recorrido (incluso todos y cada uno de los recorridos). Si internet es la Novela, incluido su museo (si damos por sentado que ha sido asesinada y que solo podemos visitarlas en amplias salas bien iluminadas), incluidas sus lecturas (como esta que ahora transcribo y que la misma máquina incorporará para sí), incluidas las pérdidas totales de autoría, porque esta máquina es Eterna y se niega a reconocer la individualidad, es totalitaria y ha mezclado y traspapelado los mapas con los que nos ayudábamos a desplazarnos entre sus calles y recordar los recorridos, porque ella es la Memoria, la Orilla, la Isla y la Mezcla de todos los géneros (como El Quijote, quizá, previó la multidisciplinariedad y la materializó en ese artefacto infinito).
Ricardo Piglia plantea recorridos que a poco que uno se deje llevar de la mano, enseguida entran ganas de ser uno mismo quien decide el paseo, o de soltarse de su mano y salir a buscar al asesino, aunque ya se sabe, el riesgo de aparecer muerto es alto, sobre todo muerto de aburrimiento, porque, al menos yo, suelo tomar el mismo camino. Por eso me dejé llevar por esta ciudad-novela, cierto, y me detuve, junto a Piglia, en dos esquinas, quizá las que mejor recuerdo.
Primero un documental de Macedonio Fernández y su máquina: la Eterna capturada, el Museo:
https://www.youtube.com/watch?v=DWqxdQ4WN2Q
Por allá, algo más al Sur, la película Invasión de Hugo Santiago (1969), con guión de Borges y Bioy Casares. Otra ciudad invadida, como la novela (invadida de asesinos, de profetas de su desaparición), o como la "Casa tomada" cortazariana, por donde vale la pena vagabundear:
https://www.youtube.com/watch?v=7ccUgWFXgYY
Buen paseo.
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