http://www.galaxiagutenberg.com/libros/una-vieja-historia/
Una de las novelas más interesantes que leí el año pasado fue esta de Jonathan Littell, Una vieja historia. No se trata de una novela al uso, sino de variaciones de una misma historia con cambios de personajes, aunque no tanto de escenas, escenarios y acciones. Hay un recorrido que en cada capítulo se repite: el personaje (hombre, mujer, hermafrodita, niño) sale de una piscina, abre una puerta, desemboca en un pasillo y luego en una casa; hay una escena de sexo y una de guerra. Esa secuencia variada se asemeja a la estructura de un videojuego.
Aunque a primera vista parece un ejercicio de estilo, estas variaciones resultan inexplicablemente fascinantes y, sostenidas por una prosa veloz y bastante vitalizante, nos mantienen con la intriga latente. Muy recomendable.
"Encadené un largo tras otro sin contarlos, deleitándome en mi fuerza y el contacto sensual del agua, recogiendo los pies contra mí en cada extremo de la piscina para golpear la pared y propulsarme con potencia en sentido opuesto. Los últimos metros los cubrí en apnea, con los ojos bien abiertos y los brazos extendidos a lo largo del cuerpo. Mi cabeza emergió a la superficie, los labios entreabiertos para llenar mis pulmones de aire, mis manos encontraron el borde, se apoyaron en él y, sirviéndose de mi empuje, izaron mi cuerpo empapado fuera del agua. Súbitamente desorientada por los ecos, parpadeé, me quité el gorro y las gafas y dejé que el agua se escurriese por mi piel sobre las baldosas mientras procuraba distraídamente identificar mi cuerpo entre todos cuantos se reflejaban en los grandes espejos que rodeaban la piscina. Pero no lograba apreciar más que fragmentos, un hombro, una nuca, un busto, un muslo que me costaba relacionar con nadie. La parte baja de mi vientre se vio atravesada por un calambre, acaricié mi abdomen, luego enjugué el agua desde lo alto de mis pechos, cuyas puntas enhiestas tensaban el tejido del bañador. Sin levantar la cabeza, sentí sobre mi cuerpo la mirada insistente de un hombre un tanto barrigón que ignoraba las quejas de su hijo mientras me devoraba con la mirada. Cuando hube recobrado el aliento por completo, me alejé de los espejos y pasé por las puertas batientes en dirección al vestuario. Una vez seca, vestida con un chándal gris y sedoso, agradable a la piel, mis largas mechas rubias recogidas en un moño rápido, encontré el pasillo y tras unos pocos pasos me puse a correr a zancadas cortas y regulares con los codos pegados al cuerpo."