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Algo de esta novela conecta completamente con el imaginario adolescente: el mal, la oscuridad, lo inexplicable, el terror en todas sus variantes, lo esotérico. Partiendo de aquí, el resultado es fascinante porque está contado desde la tradición (Brontë de Cumbres borrascosas + Bolaño de 2666) y estructurado en varias partes que ofrecen distintos puntos de vista a propósito de los Bradford, una familia de clase alta que lo maneja todo a su antojo, que tiene lazos con lo más oscuro de la política y lo más oscuro del poder sobre las personas.
"Los crímenes de la dictadura eran muy útiles para la Orden, proveían de cuerpos, de coartadas y de corrientes de dolor y miedo, emociones que resultaban útiles para manipular."Es también una expansión del cuento "La casa de Adela" de Las cosas que perdimos en el fuego, casa en la que Adela, una niña, desaparece.
Los Bradford necesitan a un médium para contactar con la Oscuridad, y para ello se sirven de un niño pobre, Juan, a quien utilizan en unas ceremonias horrorosas. Este Juan es un personaje muy ambiguo, por momentos es víctima, por momentos despliega una maldad delirante. Pero todo en él resulta fascinante, a la manera de Heathcliff de Cumbres borrascosas. Juan crece, se casa con una Bradford, tienen un hijo, Gaspar, y toda la tensión narrativa se centra en si Gaspar heredará la capacidad de dialogar con la Oscuridad.
"Nadie la entiende, amiga, le dijo Juan, que descansaba con los ojos cerrados pero perfectamente lúcido. El problema no es si es posible entenderla. El problema es si habla para nosotros o solamente habla en su abismo, si lo que habla es el hambre sobre el vacío. Si tiene algo más que la inteligencia de la tormenta o la tierra cuando tiembla. Si es algo más que otra ceguera, solo que nos parece iluminada porque no la conocemos."