Roque Larraquy, La comemadre (2010), Logroño, Fulgencio Pimentel (2022)
https://www.fulgenciopimentel.com/libros/la-comemadre/
Esta historia empieza a principios del siglo XX en Argentina, en el Sanatorio Temperley. Es el doctor Quintana quien narra. Nos cuenta que está enamorado de la enfermera Menéndez, aunque en realidad casi todos los médicos lo están. Compiten entre ellos por obtener su atención. Aparte de eso, tratan pacientes sobre todo con problemas mentales, y han adquirido una máquina cortacabezas con el fin de que los voluntarios, antes de morir, puedan decir sus últimas palabras y desentrañen el misterio de la vida. Pero claro, necesitan a personas convalecientes, y para captar candidatos lanzan una campaña que promete tratar el cáncer con un tónico milagroso.
"Esta es la propuesta: seleccionamos pacientes terminales. Les cortamos la cabeza de modo de no lastimar el aparato fonador, técnica que he practicado exitosamente con palmípedos y que ya explicaré, y pedimos que la cabeza nos cuente en voz alta qué percibe."
Luego viene otra historia que da comienzo en el año 2009. La narra un artista genio y rarísimo que se dedica a pintar lo monstruoso. Este le cuenta su vida a una mujer que está haciendo una tesis doctoral sobre su carrera. Una vida de todo menos aburrida.
"Hay que darme alguna utilidad. Para la directora de la escuela lo mejor es presentarme a la opinión pública en un noticiero de horario central. Para los especialistas esta moción es un disparate, salvo que a mis padres les interese convertirme en un mono de circo y arruinarme la cabeza. A cambio, proponen llevarme de gira para hacerme estudios más intensivos, con 'asistencia científica internacional'."
Ambas historias terminan unidas por la comemadre, una planta del sur de Argentina que contiene unas larvas que se comen no solo la planta sino todo lo que se les pone por delante.
Sin duda que el imaginario de La comemadre es delirante y terrorífico. Personas sin empatía ninguna, aunque todo se cuenta con cierta ironía. Sales de allí con la sensación de haber leído una historia escalofriante y morbosa, una narrativa de la materialidad del cuerpo de la que has disfrutado a tu pesar, pues la prosa es simpática y ágil, y el escenario, onírico y extrañísimo. Hacen falta novelas rarunas, pues la literatura tendría que ser rara siempre, aunque pareciera que a menudo lo olvidamos.