Maurice Blanchot, El espacio literario (1955), traducción de Vicky Palant y Jorge Jinkis, introducción de Anna Poca, Barcelona, Paidós (2000)
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Cosas que escribió Maurice Blanchot a propósito de la soledad del escritor:
1. "El escritor nunca sabe si la obra está hecha." Digamos que la da por terminada, pero solo cuando la abandona. Abandonar es sinónimo aquí de terminar y también de continuar en otro libro lo que aún no ha quedado escrito en el libro anterior.
2. "El escritor nunca lee su obra." Sabemos que la lectura es tan creativa como la escritura, es decir: el lector construye la obra al leerla, la hace posible, la revive, la actualiza. ¿Cómo hará el escritor para llevar a cabo semejante tarea de desdoblamiento simultáneo? El escritor en realidad es incapaz de leerse a sí mismo, pues no lo tiene fácil para construir su propia obra desde el otro extremo del hecho literario.
3. "Escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar." Aquello que se llama tono, la voz de la obra, no es exactamente el yo del autor. Es otra cosa. El escritor, para escribir, ha de despojarse del yo y prestar oídos a la voz que habla por él. Sin duda aquí Blanchot, a quien podríamos definir como el eslabón entre el concepto romántico y el formalista a la hora de pensar la escritura, se acerca bastante a la noción del escritor como médium.
4. "Escribir es entregarse a la fascinación de la ausencia del tiempo." El espacio donde se crea la obra es de una soledad esencial, no solo en el sentido de recogimiento, de apartarse del mundo y de los demás, sino en el sentido precisamente de apartarse a sí mismo para dar voz al tono que exige la obra. Toda esta fenomenología tan complicada de comprender para quien no escribe resulta evidente para quien tenga la experiencia de la escritura. El tiempo, en este espacio, es un tiempo (y un espacio) que hoy podríamos llamar "universo paralelo". Algo de esquizofrenia. Algo de realidad virtual. De modo que el escritor no está solo únicamente por falta de compañía, sino que está solo después de apartar su yo para dar paso a esa otra voz que llamamos tono.
De más está decir que todo este proceso de despojamiento del yo y de incertidumbre es absolutamente placentero para el escritor.