Fernanda García Lao, Sulfuro, Barcelona, Candaya (2022)
Prosa poética, de ritmo ágil y cadencioso; fraseo directo, como navajazos: García Lao despliega aquí una narración en segunda persona: la voz que narra se observa a sí misma y a la vez interpela directamente al lector. La protagonista se ha mudado a una casa nueva al lado de un cementerio y enseguida comienza una relación con un escribano viudo que tiene dos hijos. La casa tiene dos piscinas, en el agua aparecen cosas flotando: un tanga de raso, un murciélago muerto. Un aire inquietante lo inunda todo. Ella además ha sufrido dos abortos que ha enterrado: los abortos dieron plantas de quinoto. Menos mal que está la perra, tal vez el personaje más simpático de todos.
"La perra te sigue hasta la puerta del auto como si entendiera la situación. Y eso te reconcilia. Te dan ganas de quererla, que sea tuya. Nada es tuyo en la casa de las dos piletas. Ni siquiera tus abortos, que se habituaron al sector de tierra en que los pusiste y se han mezclado con las plantas vecinas, olvidándose de su origen trágico."
Al poco nos vamos enterando de que su familia es bastante particular: madre suicida, padre proctólogo que apenas habla de sí mismo. Su niñez transcurre muy cercana a los dogmas católicos, se fascina con el misticismo. Porque rezar es "el mejor antídoto contra la imaginación". De hecho, por momentos parece capaz de hablar con su madre ya muerta. Pero ella viene de otro matrimonio, un concejal sin escrúpulos, que ejerce el poder sobre ella como si fuera su pertenencia.
Todo lo que le sucede parece como si le sucediera a otra, de ahí el desdoblamiento, verse a sí misma desde fuera, narrar en segunda persona. Una mujer que es títere, objeto, obediente y siempre dispuesta a complacer. Y por supuesto que hay fantasmas en el cementerio, o al menos ella convive con ellos, como si no estuviese ni viva ni muerta, como si poco a poco se estuviese afantasmando ella también.
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