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Leo a Neuman como si escuchara un disco. Mentira: leo a Neuman salteando, porque soy de esa especie, como si discjockeara el libro. Con ánimo de canapé. Con vicio de Macedonio. Con rebeldía: me hago la viva, reivindico la voluntad de leer a mi antojo. Porque "Mucho más urgente que noquear al lector es despertarlo". Eso dice Neuman. El de la prosa eufónica.También dice que "Nos hemos puesto tan hiperhibridantes, que pasado mañana haremos una revolución purista".
Leo y no todo me eleva o me abstrae o me hace flotar o me deleita, pero sí lo consiguen piezas como "Una rama más alta", "Breve alegato contra el naturalismo postal", "Anabela y el peñón", "Monólogo de la mirona" y "Madre música". Sobre todo "Madre música", acaso el alma del libro, como el alma de algunos instrumentos de cuerda:
"Acabo de soñar con mi madre. La escena (si los sueños son escenas y no su imposibilidad) sucedía en un auditorio de Granada. En el último lugar donde tocó el violín. Era un concierto de Mozart. Yo la escuchaba sentado entre el público. Mi madre iba vestida de calle. Con el pelo muy corto, sin teñir. Desafinaba a menudo. Cada vez que lo hacía, yo cerraba los ojos. Cuando volvía a abrirlos, ella me miraba fijamente desde el escenario y sonreía con placidez. Al despertar, por un instante, me ha parecido que mi madre estaba intentando enseñarme a disfrutar de los errores. El tiempo nos deja huérfanos. La música nos adopta."Hace un tiempo escribí un post sobre Fogwill, Perec, los sueños y la música. Si hubiese conocido esta pieza, la hubiese incluido allí, sin duda.
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