Escrita con una prosa rítmica, sonora, que discurre naturalmente con la destreza de la oralidad, la novela nos adentra en un bar cuyo dueño, el chino Tito, lee sin parar. Piensa que el arte transforma, es vieja escuela. De hecho, para contratar a sus empleados suele exigirles una lectura. Allí trabajan Rosalba, la cocinera, capaz de leer el culo de los hombres como cartas de tarot, e Ishiguro, el camarero. Este tiene un pasado incómodo, pues su padre fue asesinado por un comando paramilitar en la época de Fujimori. Pero en esta novela coral hay muchísimos personajes y vamos siguiendo episodios de sus vidas. Clientes del bar: sacerdotes españoles; policías drogadictos que no suelen pagar la cuenta; una colombiana que se busca la vida como puede; Sofía, la amiga de Rosalba; un escritor que sueña con escribir La lealtad de los caníbales y que persigue a una mujer madura por la calle; Helmut, el historiador alemán; una mujer que tiene visiones con ratas, etc. Pareciera que no ha cambiado nada desde el fujimorismo, hasta les gusta la misma música noventera. De hecho, se dice que lo único que importa es el dinero.
"Por guita. En el Perú todo es guita, Ishiguro. El valor histórico y cultural de lo-que-sea les llega olímpicamente al pincho si hay guita. Este es el resultado de la trepanación masiva que nos dejaron los Fujimori como muestra de su desprecio."
Los caníbales son aquellos que se comen entre ellos, que se devoran a sí mismos, y la novela viene a decirnos que el pasado de Perú sigue enquistado, como un laberinto sin salida, donde lo que abunda es la violencia. La padecen sobre todo las mujeres, que siempre pagan el pato. Violencia, drogas y dinero es el cóctel latinoamericano más frecuente y Trelles Paz nos asegura que Perú no es la excepción.
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