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Discurso de la asfixia el de Matate, amor; de la mujer con ganas de eso que no es eso que tiene al alcance de la mano, ni marido ni hijo ni familia ni ella misma ni cielo ni campo, y aunque todo lo toma y todo lo intenta (la tentación del asesinato-suicidio acechando; la atracción de la locura como fuga; la fascinación de la violencia para apaciguar a esa bestia del bosque que es ella misma; la utilización sistemática del sexo como paliativo a su hartazgo) y aunque intenta hacerse a un costado, desentenderse, hundirse en el colchón de hojas del bosque y quedarse bien quieta, esa que solo conecta (a ver si de esa forma cobra sentido) con la mirada de un ciervo (el único que la ha mirado con la comprensión instantánea de la fuerza vital, de la angustia de la existencia), nada de todo eso logra cambiar su discurso del que apenas si podemos desentendernos desde el principio hasta la última página.
Desmitificación, también, del rol de la mujer como madre-esposa y siempre alegre y complaciente compañera de la que, si uno prefiere quedarse con el tabú de la depresión posparto, mejor que evite lecturas como estas.
Sorpresa, sin duda, porque la voz y la prosa y el estilo es hipnótico y lírico y abunda en imágenes; texto que transforma y que nos deja con regusto a ansiedad durante un buen rato.