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¿Quiere usted leer una contrapartida de Memoria por correspondencia de Emma Reyes pero de familia latinoamericana respetable típica, aunque igual de pícara? ¿Quiere usted recordar la eficacia de la fresca y desenfadada narrativa de Hebe Uhart?
Lo que no aprendí cuenta la vida de Caty o Catalina, una adolescente que empieza a descubrir de qué va el mundo, o al menos a sospechar que las cosas no son tan sencillas. Su papá es el principal misterio y el motor, la curiosidad.
"A la mañana fui a pedirle los libros a mi papá. Toqué la puerta de la oficina y no contestó. Intenté abrirla, pero estaba cerrada con llave. Pegué la oreja y no oí nada. Cerré los ojos, me apreté contra la madera y alcancé a oír algo. Una respiración. Pero después pensé que era la mía."
Pero la segunda parte de la novela corta en seco con aquella ambientación tan caribeña: se detiene en los entresijos de la memoria y la maleabilidad de la narración. El tono cambia ahora: más periodístico y confesional, más acorde con lo autobiográfico. Con el secreto a voces que cuenta tergiversado, que no sabemos si es cierto o falso.
"Cuando mi madre volvió al teléfono me dijo: si no te gustan mis recuerdos, empieza a juntar los tuyos; y si tampoco te gustan ésos, cámbialos, y así: es lo que hacemos todos.
Le contesté, todavía llorando: yo no sé hacer eso.
Y ella: entonces aprende."