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Si desaparece la palabra desaparece la risa, nos viene a decir esta novela. Los hombres que leen, hombres que conocen el lenguaje, hombres con sentido del humor, hombres felices. Pero los niños se cansaron de las mentiras, de las fake news, porque "las palabras se habían convertido en mero espectáculo", y prohibieron el lenguaje, al menos el lenguaje con palabras. Porque prefieren las imágenes, y en este mundo apocalíptico existe una cosa llamada Magma que proyecta imágenes por todos lados. Y claro, los libros están prohibidos.
"El argumento para la prohibición tuvo que ser por fuerza su mal uso. Para qué servía la palabras entonces, en aquel remoto esplendor. Para nada. Prostituida. Desvirtuada. Degradada. Para qué seguir permitiendo su empleo si cada palabra pronunciada era máscara, humo, fantasma. Que pagaran por ello. Que pagaran por un empleo infamado, convertido en justificación para cualquier tipo de capricho y componenda. Por eso fueron los niños quienes concertaron la alianza. Porque ellos sufrían más que nadie la práctica bastarda de sus mayores: mentiras, dobles sentidos, oportunismo. [...] Qué paz en cambio en las imágenes, siempre disponibles. Tan plásticas. Tan rotundas. Su frenesí, su ubicuidad, su desprecio por la glosa. No digáis; mostrad. No habléis; mirad. Un pueblo sin narradores. Un pueblo sin oyentes. Un pueblo sin débiles. Porque las historias son el patrimonio de los débiles. Narrar historias sin haberlas protagonizado es su privilegio. Qué delicia para la denostada verdad encontrar un grupo que no tenía al fin necesidad de historias engañosas, que no se refugiaba tras las interpretaciones diversas, que no había levantado un altar a la ambigüedad."