Juan Vico, El teatro de la luz, Madrid, Gadir (2013)
http://www.gadireditorial.com/titulos/teatro-de-la-luz.html
Estamos en Barcelona a principios del siglo XX, el cine acaba de inventarse. Mauricio queda fascinado con la magia de la pantalla. Pasan los años y conoce a un cineasta de verdad: lo admira y aprende a construir películas, aprende que la fascinación no es más que puro artilugio. Emilio Ciret, el cineasta, se convierte en su amigo. Al poco Mauricio colabora como guionista. Están haciendo juntos una película que muestra el lado más marginal de la ciudad: ladrones, mujerzuelas, pobreza y violencia. De pronto, Emilio es asesinado.
"Pasa muy poco tiempo desde su primera aparición por el café de las Ramblas hasta el día en que Emilio lleva a Mauricio a uno de sus rodajes. Mauricio se decepciona con la misma rapidez al comprobar lo laborioso del trabajo cinematográfico. Los cálculos de luz. La complejidad de los aparatos tomavistas. El delicado proceso de revelado. Toda esa parafernalia no se parece en nada a la inmediatez que él imaginaba. A la supuesta traslación automática del ojo a la pantalla y de la pantalla al ojo."
La novela viene a contarnos que la vida empieza muy arriba, que transitarla casi siempre es un camino hacia la desilusión. Hay que ceder para sobrevivir, no queda otra que traicionarse un poco.
Tal vez esta historia no nos diga mucho, pero sabemos que la literatura está construida con técnica. El qué importa, puede ser, pero sobre todo deberíamos fijarnos en el cómo. Un lector exigente sin duda se fija en el cómo y es aquí donde esta novela brilla. El narrador despliega la historia con frases cortas, poéticas, muy precisas, como fotogramas. Un narrador primero omnisciente (o plano general), luego en segunda persona (plano medio), para rematar el libro con una carta de Mauricio al difunto Emilio (primer plano). Las frases se van alargando poco a poco.
"Alguien nos narraba desde arriba, al principio, observaba nuestras nucas, empujaba con su aliento nuestros movimientos inseguros, nos dibujaba el futuro como un vacío excitante. Más tarde esa misma voz comenzaba a susurrarte a ras de oído, aprendías a imitarla, y un día te sorprendías hablándote a ti mismo, vociferando a los espejos, contemplándote en el movimiento convulso de tantas otras bocas mudas. La voz venía por fin desde dentro de cada uno, pero a esas alturas ya estaba todo dicho. Una monodia gris recorría tu cerebro, se perdía en ese laberinto de falsos recuerdos, se convertía en un discurso sin sentido, en un legajo olvidado en el fondo de un archivo. En una fatigosa carta para un fantasma."