Eva Illouz, El fin del amor (2018), traducción de Lilia Mosconi, Buenos Aires/Madrid, Katz (2020)
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El amor es un invento de la premodernidad, nos dice Illouz. Los códigos de cortejo, cómo la familia tenía un papel determinante a la hora de animarlo o reprobarlo, eran cuestiones pactadas, ritualizadas. Porque el amor romántico de entonces tenía como meta el matrimonio, un acuerdo económico-social que permitía la perviviencia del orden y garantizaba la continuidad de la riqueza. Un poco más acá, en la modernidad, y con el nacimiento del "individuo" y la subjetividad, comenzó a defenderse que el matrimonio debía basarse en el amor, algo que hasta entonces no se tenía demasiado en cuenta.
Todo eso cambió de forma gradual pero sin duda para siempre con el movimiento feminista y la invención de la píldora, cuando las mujeres accedieron a la independencia económica y el divorcio empezó a estar a la orden del día. Lo importante a partir de los años sesenta del siglo pasado no era tanto si el matrimonio era conveniente sino más bien el hecho de que satisfaciera a los implicados emocionalmente, por supuesto, pero sobre todo sexualmente.
Porque la sexualidad se convirtió en un valor. La industria escópica (cine, publicidad, televisión), convirtió los cuerpos (sobre todo los de las mujeres) en valor. Había que ser deseable, había que poseer experiencias sexuales con personas deseables. La sexualidad se transformó en una mercancía emocional y terminó por escindir el cuerpo de las emociones. De valor, la sexualidad pasó a convertirse en mercancía. Los cuerpos aparecen en el catálogo de la aplicación de citas, y en un vistazo, tenemos que decidir si sí o no. Mecanismos del capitalismo de consumo, nos recuerda Illouz. Pero hay tanta oferta, tanto cuerpo deseable disponible, que la tendencia es la de no-elección, el no comienzo de una relación, la huida hacia delante. Irse a la francesa, decíamos, desaparecer sin dar explicaciones, pues todo es desechable y todo el mundo lo entiende perfectamente. Las relaciones entonces entran en una dinámica de incertidumbre, cosa propia de la posmodernidad, donde las fronteras son difusas, líquidas. El problema es que el relato del amor romántico sigue vigente, de modo que encadenamos desencanto tras desencanto, y la psicología tiene en esto un papel fundamental como asistencia emocional en los tiempos posmodernos.
La libertad nos empodera y nos inquieta al mismo tiempo.
"Este libro indaga las condiciones sociales y culturales que explican lo que ha pasado a ser una característica común y corriente de las relaciones sexuales y románticas: el acto de abandonarlas. El 'desamor' es un terreno privilegiado para entender de qué manera la intersección entre el capitalismo, la sexualidad, las relaciones de género y la tecnología produce una nueva forma de (no) sociabilidad."