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Pregúntense si el arte y la vida se parecen en algo:
"Se me acaba de ocurrir que en estas memorias podrían caber toda clase de delirios fantásticos sobre mi vida, ¡y la gente se los creería! Así es la credulidad humana, el poder de la palabra impresa y de cualquier 'nombre' conocido, o cualquier 'personalidad del mundo del espectáculo'. Aunque los lectores afirmen que 'se lo toman con cierto escepticismo', en realidad no es así. Están ávidos de creer, y creen, porque creer es más fácil que no creer, y porque cualquier cosa escrita tiende a ser 'verdadera en cierto modo'."
El protagonista de este diario, un director de teatro retirado, ha sacado la varita mágica cual Próspero para acomodar los elementos a su gusto pero aquí nadie le hace caso. Esto no es un escenario, parecen decirle los demás protagonistas. El prodigio, paranoico y divertidísimo, termina por desvanecerse a pesar del ahínco con que ha sido construido. El fracaso no solo sobreviene al personaje, también al lector, que al poco desconfía de todo.
"En realidad, todo esto se terminó hace mucho tiempo, y ahora lo estamos soñando."
"Pero tú estás intentando obligarme a entrar en una trama que no es la trama de la situación. Lo que estás diciendo es todo colateral, es una especie de comentario abstracto. Eres tú quien está 'contando un cuento'. Yo estoy en el lugar donde suceden realmente las cosas."
¿Las cosas suceden realmente? Murdoch reflexiona sobre la ficción de la vida en relación con lo que convencionalmente entendemos por ficción y que solemos relegar al arte de la fabulación. Por lo visto se parecen en cierto punto: aquello del caos y la necesaria interpretación. Acaso tergiversada, acaso magnificada, pero siempre personal y maravillosa.
Qué necesaria esta experiencia marina, de prosa lúcida y rebosante de sentido del humor, con ese punto intermedio entre la inocencia y la ironía de los realmente talentosos.
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