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Qué bien lo está haciendo Holobionte ediciones. Cada vez que llega un libro suyo a casa, propone una experiencia de lectura que invita a pensar de otra forma, con otros horizontes. Nos cansamos de leer ciudades, cosa del siglo pasado. Ahora queremos leer constructos, como David Bowie. Cuando uno llega a un texto que lee constructos de esta manera, agradece el ejercicio de la imaginación y el rigor y sobre todo que no pierda de vista el humor.
Con un estilo fresco, de crítico musical, fresanesco, Ramiro Sanchiz lee a David Bowie todo entero. Su performance, su identidad, su música. Hasta las carátulas de sus discos. Este libro es decididamente fan, pero no se parece a biografía alguna, pues no se centra en la vida de Bowie sino en su faceta artística. Sé que es difícil marcar esas diferencias cuando hablamos de David Bowie.
Digo que no se parece a ninguna biografía porque Sanchiz lee bajo el prisma del posthumanismo, que postula teorías siempre resbaladizas, ambiguas, con límites emborronados, deslizantes y donde siempre predomina la ficción. Todo eso se puede aplicar perfectamente a David Bowie como si fuera el paradigma de lo posthumano en todos los sentidos. Analiza su aspecto, sus avatares, su sonoridad, sus prótesis y préstamos. Incluso etiqueta como posthumanismo sónico la última parte de su carrera, donde la voz de Bowie (lo que se podría considerar como lo más identitario y permanente) se borronea.
"A la idea de que nunca fuimos humanos vamos a proponerle un complemento específico: la noción de que lo humano (o, más específicamente, sus contornos y las formaciones discursivas que los proponen, trazan y mapean) es una hiperstición, entendiendo el término bajo el significado propuesto por la CCRU en la década de los noventa: aquellas ficciones, es decir, que producen ellas mismas las condiciones por las que son percibidas como una realidad. Ni lo humano ni la persona individual, ni el sujeto ni el yo son cosas dadas sino, por el contrario, cosas producidas: en tanto ficciones, se volvieron 'realidad' en la medida en que se propagaron exitosamente por la cultura y retroalimentaron los procesos que las produjeron para, a su vez, producir formaciones simbólicas nuevas."
Además, a este libro le debo haberme hecho obsesivamente fan de Nicolas Roeg, autor de El hombre que cayó a la tierra, una de las mejores películas que vi nunca jamás, donde Bowie es un extraterrestre sumamente tierno.