rumiar la biblioteca: Nosotros y los otros
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lunes, 8 de junio de 2015

Tzvetan Todorov o una tipología del lector como viajero

Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros (1982), traducción de Martí Mur Ubasart, Madrid, Siglo XXI (2010)
http://www.sigloxxieditores.com/libros/NOSOTROS-Y-LOS-OTROS/9788432314377

Si tuviese que señalar uno de mis libros de cabecera, un libro que me ayuda y enseña a pensar, no dudaría en señalar este de Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros. Un libro que reflexiona sobre la diversidad, lo extranjerizante y lo nacionalizante desde un punto de vista genealógico-histórico, un texto, a mi parecer, imprescindible. Por lo demás, Todorov es uno de los pensadores más lúcidos del panorama actual, y muchos de sus planteamientos han ido acompañándome desde hace cierto tiempo.

Pero esta vez mi intención es arrastrar sus reflexiones hacia otros terrenos:
¿Qué tal si extrapolamos la tipología de viajero que aquí se enumera y la aplicáramos a las diferentes maneras de acercarse a un texto? ¿Qué pasaría si concibiéramos el texto como un territorio extraño al que nos aproximamos de diferentes maneras? 

Todorov habla de diez tipos diferentes de viajeros:
  1. El asimilador. Este quiere modificar a los otros para que se asemejen a él. La figura más representativa de este viajero es el evangelizador. (Lector siempre disconforme)
  2. El aprovechado. Se trataría de un hombre de negocios que se acerca al otro con el objetivo de utilizar la proximidad en su provecho. (Lector-escritor)
  3. El turista. Este prefiere los monumentos a los seres humanos. La ventaja es que los monumentos jamás ponen en tela de juicio nuestra identidad. Como el turista está dispuesto a gastar dinero, el autóctono intentará congraciarlo: le venderá sus "recuerdos". (Lector de best sellers)
  4. El impresionista. Se trataría de una variante del turista, salvo que este analiza las impresiones que el viaje y el otro producen en él. (Lector hedonista)
  5. El asimilado. Este es el caso del inmigrante que se ha asimilado completamente al nuevo entorno, que forma parte de él como uno más. (Lector fanático)
  6. El exota. A diferencia del natural, el extranjero es capaz de percibir aquello que de tan cotidiano se torna transparente. Las costumbres y maneras están para él desautomatizadas y puede señalarlas, pues se ve favoracido por cierto distanciamiento. (Lector-crítico que señala costuras)
  7. El exiliado. Se trataría de una variante intermedia entre el asimilado y el exota. Adora la experiencia de extranjería y siempre quiere mantenerse en ese estado, algo similar a la experiencia de vivir en grandes ciudades, donde la integración completa con la comunidad es, a menudo, imposible. (Lector-rumiante)
  8. El alegorista. Se trataría de aquel que va a buscar allí lejos el espejo del medio al que pertenece. Habla de lo extranjero pero en el fondo se está refiriendo a lo suyo mediante la alegoría. (Lector político)
  9. El desengañado. Aquel que habiéndose marchado se da cuenta de que no hacía falta irse tan lejos para vivir ciertas experiencias. (Lector desganado y sin tiempo)
  10. El filósofo. Este representaría a aquel que aprende pero también alecciona situándose en un punto de equilibrio. (Lector profesional)

Me atrevería a afirmar que nos enfrentamos a cada texto como un viajero diferente, o que cada texto despierta en nosotros distintas actitudes viajeras (o híbridos de ellas). Diré además que, en mi caso, suelo preferir/tropezar/incidir en el acercamiento del exiliado y del impresionista (a menudo del aprovechado), pues me cuesta diluirme por completo como también distanciarme suficientemente del texto, ya que acercarse a un texto es predisponerse, al menos un poco, a conocerse o mezclarse. 

No me atrevo a señalar cuál debería ser la actitud viajera del crítico profesional, pues lejos estoy de eso, pero atinaría a encuadrarlo como viajero entre exota y filósofo.

Quedan invitados a opinar.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Del lector como exiliado

La temática sobre el escritor y el exilio es abundante; ahora recuerdo dos textos deliciosos: Múltiples moradas, de Claudio Guillén o Nosotros y los otros de Tzvetan Todorov. Pero ¿qué pasa si pensamos al lector desde el exilio?

¿Qué pasa si abordamos la lectura como una viaje, o mejor, como un haber viajado y haberse instalado en otro territorio (el texto), y desde allí, dentro del texto, entedemos el texto en sí (porque todas las claves del texto suelen estar dentro del texto, las pistas en el escenario del crimen, por usar una metáfora detectivesca), y no como suele hacerse, fuera del texto, frente al texto o, con mayor frecuencia aún, sobre el texto, por encima del texto (de esa manera podemos hablar del gusto, podemos enjuiciarlo según nuestros criterios: la novela me ha gustado, la novela no me gusta en absoluto)?

Porque todo escritor que practique la "literatura de izquierda", según la terminología de Damián Tabarovsky, es decir, la que "sabe que puede fracasar", dejará las pistas que evidencian los materiales con que la obra fue construida, y es ahí donde el lector rumiante debe indagar.

El rumiar se inmiscuye en el texto, no se enfrenta a él, se deja abrazar por el texto, transcurre rodeado por él y espera a comprenderlo, y, sobre todo, espera los disparos de ese texto: los que apuntan a sí mismo (sus claves) y los que apuntan a las tierras de donde venimos (ese nosotros: la tradición literaria en la que estamos inmersos, como lectores, como escritores).

De modo que el lector como exiliado.

Pero no como dijera Roland Barthes, en el sentido de alejado o desterrado o apartado; ni tampoco como sujeto que desea el texto (su objeto) y que se entrega al placer de ejecutarlo, sino como ese que vive y medio está asimilado en una tierra donde no ha nacido, que se ha diluido, que practica ese punto de vista anfibio, que es mitad lector-sujeto y mitad lector-objeto, es decir, que es deseado por el texto mismo, al que aceptamos, al que nos entregamos.