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La experiencia de vida se construye de pequeños detalles, momentos hilvanados que, con el transcurso del tiempo y la perspectiva, comienzan a tomar la forma de cierta narrativa. Aunque eso se ve después, cuando la memoria hace su trabajo e interpreta como le da la gana, y la historia de vida cobra sentido, o al menos pareciera que cobra algún tipo de sentido para llevarnos de un punto a otro. Esos momentos son movimientos, mínimos acontecimientos que nos echan a andar o que directamente nos arrastran. Eso nos cuenta el narrador de esta novela, Santiago Novoa, periodista cultural argentino, que gracias a esos movimientos termina viviendo en Barcelona.
Pero pasan muchas cosas antes de eso. Acompañamos a Santiago en todo el periplo: leemos sus primeras entrevistas (o mejor, las respuestas de esas entrevistas), conversaciones sobre aquello que investiga (sobre todo en relación con la escritora Marina Balcarce, supuesta amante de un militar), su relación con sus padres, sus viajes a Galicia y a Barcelona, todos sus trabajos como colaborador editorial, etcétera, hasta que decide definitivamente, y viendo que Argentina se viene abajo, salir del país.
Santiago llega a Barcelona y la generosidad de algunos escritores latinoamericanos lo recibe con los brazos abiertos. Bolaño, Fresán, Vila-Matas, entre otros, son algunos de los personajes que vemos rondando por ahí.
Pero todo inmigrante sabe que la añoranza y la desperación están justo al lado de la promesa de un destino luminoso. Santiago termina por visitar a un psiquiatra que le diagnostica una depresión severa y le receta un antidepresivo llamado Argentol.
"Era cierto: el Argentol había tenido un efecto milagroso sobre mi ánimo, más allá de que no me gustaran algunos de sus efectos secundarios, como un problema con la memoria (y que perdura hasta el día de hoy) y que me llevaba a olvidarme los nombres de muchos escritores, a confundir los apellidos de algunas personas, y a llenar esas lagunas de la memoria con el nombre de un personaje o con un nombre que, simplemente, me inventaba. Más de una vez pensaba que si algún día me convertía en escritor y publicaba una novela sobre esos años, sobre esa experiencia de vida, no iba a ser necesario resaltar que los personajes y nombres eran ficticios y que cualquier semejanza con la realidad era pura coincidencia, aunque tenía claro que, si llegaba a escribir esa novela, Bolaño no iba a ser ningún personaje: Bolaño iba a ser Bolaño."Toda esta enorme broma autoficcional se construye con una voz entre tierna, naif y minimal, cuya ironía se desliza suavemente entre los intersticios de continuos movimientos y fracasos cotidianos. Porque no sabemos nunca qué es fracaso y qué es éxito, porque en el fondo no importa, y porque la suposición "es la madre de todos los fracasos".