Tamara Kamenszain, Libros chiquitos, Buenos Aires, Ampersand (2020)
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Esta colección "Lectores" de la editorial Ampersand es la constatación de que los escritores que me interesan todavía existen. Me refiero a esos escritores que son primero lectores, o mejor, que son siempre lectores y que su escritura responde a una manera de leer. O que su estilo se construye como una respuesta a una lectura. Todo escritor es ante todo un lector, al menos así lo aprendimos después de Borges.
"[...] leer y escribir es una dupla que solo puede separarse cuando se levanta la cabeza de las páginas ajenas para volver a inclinarla en las propias. Ya sé, estoy diciendo algo que es una obviedad para cualquier escritor."
Tamara Kamenszain es una poeta y ensayista argentina que en Libros chiquitos nos cuenta su personalísima manera de leer. Uno diría que no es del todo personalísima porque es parecida a la manera de leer de sus contemporáneos, y también: a la manera de leer de los alumnos de sus contemporáneos, entre los que me incluyo, alumnos de la escuela francesa, del estructuralismo, del formalismo ruso. En España: más comparatistas y teóricos literarios que filólogos. Con esto quiero decir que desde el formalismo ruso y sobre todo después de Roland Barthes aprendimos a leer mirando el cómo y no tanto el qué. Ella lo llama aquí el "ver hacer" macedoniano, es decir, el ser capaz de leer prestando atención a cómo ese libro ha sido construido, prestando atención a lo que el otro día en el II Festival de literatura latinoamericana de Lata Peinada Rodrigo Fresán llamó leer el "estilo". Fresán dijo que apenas un 20% de lectores son capaces de leer el estilo. Supongo que la gran mayoría de ellos son escritores.
"El equilibrista máximo de estas prácticas sin red es, para mí, Roland Barthes. Nuestro Barthes, porque cada generación que lo lee -y ya van varias- tiene el suyo. Hablo del que deslumbró a la mía con El grado cero de la escritura, libro chiquito y enorme a la vez, que nosotros leíamos en voz alta como si leyéramos poemas. No sé si entendíamos mucho, no lo creo, pero simplemente escucharnos a nosotros mismos modular algunas palabras novedosas como 'escritura' o 'estilo' configuraba un acontecimiento. Hoy ya pasaron más de cuatro generaciones usando, con absoluta naturalidad, la palabra escritura en el sentido barthesiano del término. (Incluso hay que admitir que, a esta altura, se trata de una palabrita bastante devaluada, que pide a gritos ser reemplazada por otra.) Pero para nosotros, que solo disponíamos de 'literatura' -con toda la carga de sentido y de supuestos que la palabra acarreaba-, 'escritura' se había transformado en una verdadera contraseña que nos permitía resetear a cero nuestro agotado modo de leer."
Kamenszain plantea aquí, entre otros, un concepto interesante llamado "las tretas del débil", generalmente usado por las mujeres para apropiarse de la escritura. Ellas toman ese espacio que está al margen, en la periferia, el único que a menudo el mainstream nos deja. "Las tretas del débil" se traduciría en escribir como pidiendo permiso, como disculpándose. Uno podría argüir que El Quijote comienza de esta manera y que a menudo todo lo que comienza en el margen tiende a ir desplazándose hacia el centro. Hace poco en una charla sobre periferias feministas reflexionaba sobre esto y ponía el ejemplo del mismo Borges, ese escritor canónico de la literatura argentina. Pues bien, cuando Borges construía su obra lo hacía desde la periferia, usando géneros secundarios (policial, ciencia ficción, falsa biografía, falso ensayo), escribiendo cuentos, y sin embargo hoy es "un escritor central para nuestra literatura" (la cita pertenece a Ursula K. Le Guin). Kamenszain nos dice aquí que el concepto de "las tretas del débil" ha quedado "como un manifiesto para los estudios de género latinoamericanos".