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lunes, 18 de mayo de 2020

Robert Coover o el carnaval del Tío Sam


Robert Coover, La hoguera pública (1977), traducción de José Luis Amores, Málaga, Pálido fuego (2014)

Abrumadora en todos los sentidos, magnífica hasta el punto en que uno siente la felicidad de lector puro, aquella idea de Fresán, la de menos mal que no tengo que escribir algo así y sobre todo menos mal que alguien ya lo ha hecho y podemos disfrutarlo, La hoguera pública se centra en la condena de Ethel y Julius Rosenberg, acusados de vender el secreto de la bomba atómica a los rusos. Estamos en plena Guerra Fría, claro. De modo que leemos capítulos de narrador en tercera persona que muestran un fresco bastante carnavalesco de Estados Unidos en esa época, con el Tío Sam en lucha contra el Fantasma (ese espectro que se cierne sobre Europa, según la primera frase del Manifiesto comunista), y otros capítulos donde es la voz de un Nixon por entonces vicepresidente avanzando entre diálogos consigo mismo, rememoraciones, deseos de Ethel Rosenberg y conversaciones con el propio Tío Sam, que parece encarnarse en todos los presidentes del país una vez que han sido elegidos. Nixon sabe que está listo para la Encarnación, aunque aún no le ha llegado el momento. Además, hay intermezzos con poemas de Eisenhower (el presidente por entonces), una obra de teatro entre Ethel y Eisenhower y un libreto de ópera como variaciones sobre el mismo tema, es decir, la condena a muerte del matrimonio.
"¿Qué era realidad, qué intencionado, qué era entramado, qué era esencia? Extraño, el impacto de la Historia, cómo nos aferraba, aun no siendo más que palabras. Acumulación accidental en su mayoría, que dejaba fuera la mayor parte de la historia. Aún no hemos empezado a explorar el verdadero valor de la palabra, pensé. ¿Y si quebrantáramos todas las reglas, jugábamos con las pruebas, manipulábamos el lenguaje, convertíamos a la Historia en una aliada guerrillera? Por supuesto, el Fantasma ya estaba en ello, ¿o no? De nuevo nos llevaba la delantera. ¿Qué eran sus maquinaciones dialécticas sino la disolución de los límites naturales del lenguaje, la invención consciente de un espacio, una siniestra tierra de nadie, entre alternativas lógicas? Me encantaba debatir ambas posturas de cada asunto, pero pensar en aquel extraño espacio intermedio me provocó sudores. La paradoja era lo que más odiaba aparte de los psiquiatras y los periodistas."