Marge Piercy, Mujer al borde del tiempo (1976), traducción de Helen Torres, Bilbao, Consonni (2020)
Me decepcionó un poco Mujer al borde del tiempo. Tal vez porque tenía demasiadas expectativas sobre un libro de ciencia ficción feminista, con crítica social y una propuesta ecológica y medioambiental contundente para su tiempo (y para el nuestro). La protagonista, una mujer mexicana que tiene todas las de perder, está internada en un manicomio y recibe la visita de un ser de sexualidad fluida que la invita a viajar al futuro. El futuro es una sociedad igualitaria y ecológica, una panacea. Y nunca sabemos si esta panacea no es más que un delirio.
"Es curioso, pero la manera en que ustedes hablan me recuerda a la gente de... de la institución en la que estoy encerrada... La mayoría del tiempo no hablamos entre nosotros, pero hay... menos barreras que en el exterior. Sea como sea, de alguna manera siempre he tenido tres nombres dentro de mí. Consuelo, mi nombre de nacimiento. Consuelo es una mujer mexicana, sirvienta de sirvientes, silenciosa como una arcilla. La mujer que sufre. La que carga y soporta. Después soy Connie, la que se las arregló para ir dos años al centro de estudios superiores, hasta que Consuelo se quedó embarazada. Connie consiguió algún trabajo decente de vez en cuando y luchó por un subsidio para tener algo de dinero extra para Angie. Me metió en un bus cuando dejé Chicago. Pero fue ella la que se casó con Eddie, pensaba que era una decisión inteligente. Después soy Conchita, mi parte depresiva, mezquina y alcohólica que va a la cárcel, al loquero, que solo ama a hombres inútiles, que hizo daño a su hija..."
La historia se desarrolla sin sobresaltos, sin intención estilística alguna. (Tal vez sea una excelente lectura panfletaria, pero no es lectura literaria.) Esto viene a confirmar una vez más que importa mucho más el cómo que el qué, al menos para lectores acostumbrados a libros que pretenden dialogar con la literatura.