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Tobías es un refugiado que trabaja en una fábrica y escribe por las noches. En realidad, ya no se llama Tobías sino Sándor, porque ha cambiado de país, y de nombre, y de vida. Enseguida sabemos que tiene un pasado turbio y notamos que está loco; se obsesiona con que, entre los refugiados, va a llegar una mujer llamada Line. Porque Line, una niña de la que estuvo enamorado de niño, tiene que haberse convertido en una mujer. Una mujer hermosa.
Por supuesto que ninguna otra mujer puede ser tan hermosa como Line. Ninguna puede estar a su altura. Todo eso no son más que fantasías del propio Sándor hasta que Line aparece. Un milagro. Un hermoso milagro.
La sigue a todas partes. La espía. Sándor está terriblemente obsesionado, y los lectores sospechamos con qué nos va a salir este narrador desquiciado.
"—No podemos escribir nuestra propia muerte. Fue el psiquiatra quien me dijo aquello, y estoy de acuerdo con él, porque cuando se está muerto, ya no se puede escribir. Pero yo creo que puedo escribir lo que me dé la gana, aunque sea imposible, aunque no sea verdad. En general, me contento con escribir dentro de mi cabeza. Es más fácil. En la cabeza, todo se desarrolla sin dificultad. Pero, en cuanto se escribe, los pensamientos se transforman, se deforman, y todo se vuelve falso. A causa de las palabras. Escribo allá donde voy. Escribo caminando hacia el autobús, escribo en el autobús, escribo en el vestuario de hombres, delante de mi máquina. El problema es que no escribo lo que tendría que escribir, sino que escribo cualquier cosa, cosas que nadie puede comprender y que yo mismo no comprendo tampoco. Por la noche, cuando transcribo lo que he escrito en mi cabeza a lo largo del día, me pregunto por qué habré escrito todo eso. ¿Para quién y por qué?"
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