Cristina Rivera Garza, El invencible verano de Liliana, Barcelona, Literatura Random House (2021)
No son de mi preferencia los libros que narran las calamidades personales del autor. No he leído ni La hora violeta de Sergio del Molino ni Nela 1979 de Juan Trejo, por poner dos ejemplos cercanos en el tiempo, por esas mismas razones, ni tampoco libros que tratan sobre enfermedades (aunque hayan sido superadas con éxito) o depresiones severas, un tema recurrente de la literatura actual. No me da placer la enfermedad ni la desgracia ajena. Solo recuerdo un libro maravilloso que sí fui capaz de disfrutar, y eso porque el autor consiguió narrar sus desventuras con un desternillante humor negro: Viaje alrededor de mi cráneo de Frigyes Karinthy. Pero el humor no suele ser parte del cóctel en estos casos. Y yo tengo una marcada predilección por el humor como recurso literario.
Sin embargo, no quería dejar de leer este desgarrador libro de Rivera Garza, autora que admiro profundamente. Y aunque no me pareció el mejor de sus libros, la autora ha podido construir una historia a su manera, es decir, usando archivo, levantando un texto con voces ajenas sobre aquello que en principio parece inenarrable: el asesinato de su hermana con apenas veinte años a manos de su exnovio. Claro que el libro actúa como denuncia, porque el caso de Liliana no es, desgraciadamente, un caso aislado. Y creo que en este sentido el libro funciona como bandera de una causa necesaria, una causa que desde hace poco cuenta con su propio vocabulario. Con su definición específica. Algo que Latinoamérica necesita y debe gritar: basta ya de feminicidios.
"El feminicidio no se tipificó en México sino hasta el 14 de junio de 2012, cuando el Código Penal Federal lo incorporó como un delito: 'Artículo 325: Comete el delito de feminicidio quien prive de la vida a una mujer por razones de género'. A gran parte de los feminicidios que se cometieron antes de esa fecha se les llamó crímenes de pasión. Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para qué se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esta forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía. La falta de lenguaje es apabullante. La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos cercena, nos condena."
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