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Tal vez el amor romántico sea una de las experiencias humanas más desprestigiadas en los últimos tiempos, tal vez a causa de la independencia de las mujeres, quizá por el uso de las nuevas tecnologías que parecen facilitar los encuentros entre las personas. Pero, como sabemos todos a estas alturas, las aplicaciones de citas nos obligan a ofrecernos como una mercancía y la experiencia "amorosa" que fomentan se asemeja rotundamente a un "intercambio de servicios".
"[...] cada nueva forma de relación que era concebida para superar la idea del amor romántico traía consigo una o numerosas barreras que venían a reemplazar las que la vinculación entre deseo y propiedad había establecido previamente."El asunto del amor y la economía siempre fueron de la mano. Piénsese en el matrimonio, o incluso en el tabú del incesto, que muchos antropólogos relacionan más con cuestiones de intercambios económicos que con deficiencias genéticas. La sociedad siempre beneficia a quienes están en pareja y perjudica a quienes apuestan por la soledad. Eva Illouz, por ejemplo, habla del amor romántico como un invento del siglo XIX, y asegura que todos los rituales relacionados con este están atravesados por las leyes del capital. De una forma u otra, el mercado se las ha ingeniado para colarse en todas partes, adueñándose incluso de cada uno de nosotros, que ahora nos exhibimos en fotos como mercancías al alcance de un clic. Pero no hay que confundir amor con deseo, nos dice el narrador, pues el primero conoce "la renuncia al tiempo que el segundo no".
Resumiendo mucho, Mañana tendremos otros nombres nos cuenta la historia de una pareja que rompe, y lo hace avanzando con un estilo sobresaliente, a caballo entre el ensayo y la ficción, irónico y emotivo a partes iguales. Cualquiera que haya roto puede identificarse con las reflexiones y vivencias que aquí se narran. En este sentido, podría decirse que Mañana tendremos otros nombres sigue la línea de El pasado de Alan Pauls. Salvo que, en este caso, lo que viene luego es el despertar a un mundo que ha cambiado por completo las formas de relación entre personas por la irrupción de las nuevas tecnologías, de las "parejas abiertas" o del "poliamor" (formas que solo el mercado puede mostrarnos como "nuevas").
"No lo hacía solo por altruismo, pensaba Ella, sino por curiosidad y quizá por aburrimiento, porque F. había terminado rompiendo con su novio: su generación creía estar hollando un territorio desconocido con sus experiencias de parejas abiertas y flexibles, pero, al igual que las de los padres de personas como Ella –de cuyos antecedentes los jóvenes como F. podrían haberse beneficiado de no ser porque su juventud les impedía concebir siquiera la existencia de un antecedente–, esas experiencias tropezaban una y otra vez con la naturaleza humana, que tiende a la posesión y a la volatilidad."Es evidente que la experiencia del amor romántico incluye la posesión, y si queremos cambiar las cosas, necesitamos construir otros imaginarios y otras palabras. Necesitamos desaprender todo lo que la humanidad ha construido en torno a la idea del amor romántico. Porque sabemos que la experiencia del amor es cultural. ¿Cómo escapar a eso? Bueno, tal vez es imposible, viene a decirnos la novela, habría que renunciar por completo a esa experiencia humana.
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