rumiar la biblioteca: Nueve semanas
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lunes, 26 de junio de 2017

P. L. Salvador: disparate con gigoló

P. L. Salvador, Nueve semanas, prólogo de Constantino Bértolo, Oviedo, Pez de Plaza (2016)
http://www.editorialpezdeplata.com/nueve-semanas.html

Bloss Ñejer es un gigoló, es decir, un hombre que vive de las mujeres, un mantenido. La historia que se nos cuenta, narrada a varias voces y en formato de diario, es el periplo de nueve semanas (de ahí el título) de una relación entre el mencionado gigoló y una escritora, Dedé, hija de un editor de posición acomodada. Una historia de enredos, al fin y al cabo, una comedia romántica de escritores, escritores-fantasma, escritores-trepa, editores y mucho sexo como moneda de cambio.

El tono es socarrón, divertido, desenfadado, macarra. La sintaxis, entrecortada, abrupta, con juegos de palabras algo musicales (repeticiones, variaciones, etcétera), con aire Cabrera Infante, con abundancia de diminutivos y atención en el lenguaje.

"Asiento con disgusto. Mi madre siempre consigue que me sienta mal (y asienta peor). Lo que digo, ya escribo como el tipo ese. Empiezo a pensar que estoy robándole el estilo (es-ti-la-zo). Porque él no tiene ninguna posibilidad... ¡Ladrona! Y pensar que nosotros (nos) somos la crema-cremita (cremosa) de la sociedad. Los dioses del nepotismo. Panza satisfecha y sonrisa jactanciosa. Movemos los hilos. ¡Danzad, marionetas!"

Constantino Bértolo, autor del prólogo de la novela que nos ocupa, la define como novela-disparate y novela-antidecoro, emparentada con la tradición picaresca y quijotesca e incómoda, donde nunca se olvida tampoco la denuncia social. 

¿Quiénes serán sus lectores? Aquellos que no teman enfrentarse a lo políticamente incorrecto, a lo incómodo, al machismo exacerbado, al dedo que señala lo evidente: siempre somos esclavos de alguien, siempre existe un amo un escalón más allá. 

"Y fui un escritor rechazado-rechazado, mil veces ¡rechazado!, por no encajar, por desconocido, por estar lejos (no me dijeron de qué o de dónde), por mediocre (deberían haber dicho [¿para qué andar con tapujos?]), por ser un don nadie, pero sabía que no leían mis obras, que harto de recibir rechazos empecé a pegar hojas, con una gotita de pegamento, y no las despegaban, ¡no las despegaban porque no llegaban siquiera a la página cinco!, eso en el caso de que las abrieran, y no sabía 'por qué demonios las aceptaban', bueno, sí lo sabía, si bien me resistía a creerlo, para cubrir las apariencias (pavor tenían de que el gran público se enterara [o enterase] de que ¡nada más!, publicaban aquello que les interesaba), aunque, sin embargo, las agencias editoriales sí estaban descubriendo su juego, pues en ese momento ¡solo una!, aceptaba originales, y (yo) podía probar que los devolvía a los ocho días (8), como si en una semana (semanota) se pudiera juzgar un manuscrito (larguísimo), aunque ellos hubieran dicho, claro está, que, nada más recibirlos, los examinaban (bien examinaditos), pero eso es (y siempre será) palabrería que mueve a la risa (o al llanto)."