El narrador, un tal Ballard, acaba de sufrir un accidente de coche y está convaleciente en el hospital. Enseguida sabemos que la novela que estamos a punto de leer es la historia de cómo conoció a Vaughan, un tipo desquiciado y pervertido al que le gusta el sexo en autopistas, los accidentes de tráfico y las cicatrices.
Ballard (el autor) consigue aquí una inquietante erotización de la tecnología y la novela discurre como un compendio de posibilidades sexuales relacionadas con el automóvil.
"De hecho, yo estaba pensando en el contraste entre la generosa pose, las fachadas de cristal de los edificios del aeropuerto y el resplandeciente cromado del coche nuevo. Sentado en aquella réplica exacta del vehículo donde casi había encontrado la muerte, visualicé el parachoques triturado y la rejilla del radiador aplastada, la precisa deformación de las molduras, el desplazamiento angular de los bordes del parabrisas. El triángulo del pubis de Catherine me recordó que aún no habíamos consumado el primer acto sexual dentro de ese coche."El propio Ballard dice en el prólogo (1995), agregado en esta edición, que quiso escribir "la primera novela pornográfica basada en la tecnología". Pero permítanme que copie un buen trozo del prólogo, que no tiene desperdicio:
"Además, creo que el equilibrio entre la ficción y la realidad ha cambiado significativamente en las últimas décadas. Sus papeles se invierten cada vez más. Vivimos en un mundo regido por ficciones de todo tipo: la comercialización en masa, la publicidad, la política dirigida como una rama de la publicidad, el dominio de la pantalla del televisor por encima de cualquier respuesta original fruto de la experiencia... Vivimos inmersos en una gran novela. El escritor necesita cada vez menos inventar contenidos ficticios para sus obras. La ficción ya está ahí fuera. La labor del escritor es inventar la realidad.
En el pasado asumíamos que el mundo que nos rodeaba constituía la realidad, aunque puede que a veces confusa e incierta, y que el universo interior de nuestras mentes, los sueños, las esperanzas, las ambiciones, representaban el reino de la fantasía y de la imaginación. Creo que esos roles se han invertido. El método más prudente y efectivo para enfrentarse al mundo que nos rodea es asumir que se trata de una completa ficción. Por el contrario, el pequeño anclaje de realidad que nos queda está dentro de nuestras propias cabezas. Ahora necesitamos aplicar al mundo externo de la llamada realidad la clásica distinción de Freud entre el contenido latente y el contenido manifiesto de los sueños, la distinción entre lo aparente y lo real.
Habida cuenta de esas transformaciones, ¿cuál es la principal labor a la que se enfrenta el escritor? ¿Puede seguir haciendo uso de las técnicas y perspectivas de la novela tradicional del siglo XIX, de su narrativa lineal, de su mesurada cronología, de sus grandilocuentess personajes que habitan amplios dominos de espacio y tiempo? ¿Sus temas pueden ser las bases de un carácter o de una personalidad ancladas profundamente en el pasado, la pausada revisión de las raíces, el examen de los más sutiles matices del comportamiento social y de las relaciones interpersonales? ¿Tiene el escritor la autoridad moral para inventar un mundo autosuficiente y cerrado en sí mismo, para aventajar a sus personajes como un examinador que ya conociera de antemano las respuestas a todas las preguntas? ¿Puede dejar de lado todo lo que prefiere no entender, incluidos sus propios motivos, prejuicios y psicopatologías?
Creo que el papel del escritor, su autoridad y su libertad de acción, han cambiado radicalmente. En cierto sentido, pienso que el escritor ya no sabe nada. No tiene una posición moral. Ofrece al lector los contenidos de su propia mente, un conjunto de opciones y alternativas imaginarias. Su papel es el del científico, ya sea en un safari o en un laboratorio, enfrentado a un terreno o a un tema desconocidos. Lo único que puede hacer es planear varias hipótesis y demostrarlas mediante los hechos."